Joel Hernández Santiago
¿Quién lo iba a decir el 16 de junio de 2015 cuando Donald J. Trump –por entonces simple y sencillamente un empresario y presentador de televisión–, anunció su candidatura Republicana para la presidencia de los Estados Unidos en la Torre Trump de Nueva York: su eslogan fue “Make America Great Again” (“Hagamos Estados Unidos grande de nuevo”).
Por entonces su discurso estaba bañado de promesas para el pueblo de ese país. Habló de que sería el presidente que más empleo crearía en la historia de la humanidad, que retomarían el liderazgo mundial en base a su grandeza como nación y como país y, sobre todo, basaba su estandarte populista en su odio acérrimo hacia México y lo mexicano.
Juraba y requetejuraba que habría de construir un muro en los más de 3 mil kilómetros de frontera entre ambos países; que ese muro habría de pagarlo México. Y que ya pararía la llegada de esos mexicanos ‘criminales, violadores, sucios y grasientos’. Que acabaría por echar fuera a todos los mexicanos ilegales en su país. Pero sobre todo su espacio emocional estaba orientado a decirle a sus electores más conservadores que México le hacía daño a su nación americana.
Cuatro años después la historia se repite. En su inicio de precampaña para conseguir la reelección ocurrida el 18 de junio en Florida, hizo un discurso triunfante, una arenga para reconocerse triunfador. Dice que ha cumplido con creces sus promesas de campaña y reiteró y reinterpreto aquella frase nacionalista: “Keep America Great” (“Mantengamos grande a Estados Unidos”) en la que da por hecho su fortaleza como presidente y como país.
En lo relativo a México fue ambiguo. Por un lado insistió en que el muro “avanza” en su construcción, según su promesa de campaña; una engañifa que se trae hace tiempo y que sólo le creen los republicanos de ojos cerrados porque lo que se ve es mínimo y, por excepción, en su frontera sur algunos republicanos construyeron tramos mínimos por su propia cuenta…
Pero sobre todo dijo que México está haciendo un buen trabajo. Que México está logrando controlar la llegada de migrantes extranjeros a su país, controlando el ingreso en la frontera sur de México y a través de nuestro territorio mexicano.
Por supuesto, esto lo asume como un triunfo propio en virtud de que él instigó a que el gobierno mexicano asumiera esa responsabilidad porque, dijo: “la migración ilegal masiva” promete “cortar el camino hacia el sueño estadounidense” a los ciudadanos “más vulnerables” de este país.
Pero sobre todo deslizó en ese discurso que México está haciendo lo que él le exigió. Y en esa parte asume que México es su aliado para conseguir su reelección presidencial.
Y es verdad. De una u otra forma el gobierno federal mexicano está contribuyendo a ese éxito electoral y está contraviniendo a quienes han sido sus aliados a lo largo del gobierno de Donald J. Trump: los representantes y militantes del Partido Demócrata estadounidense.
Por mucho son ellos los que han parado al presidente Trump en eso de que se le asigne un presupuesto millonario para erigir su sueño dorado: el muro entre México y Estados Unidos. En mucho los demócratas han apoyado a México cuando las exigencias de Trump rebasan toda lógica, como es el caso de parar la migración centroamericana desde el sur –y mundial–. Los demócratas dijeron que era criminal que Trump impusiera aranceles progresivos a los productos provenientes de México en Estados Unidos… Y tanto más.
Hoy, México apoya al republicano cuando decide parar esa migración de forma enloquecida y temerosa. Y él se ostenta como el creador de ese apoyo. Y en México el gobierno mexicano, encabezado por Marcelo Ebrard esta vez, no dice nada. Todo es aceptación a sus reglas. Todo es seguir su propia agenda y convertirla en nuestra agenda nacional…
Porque eso ha ocurrido. Desde el 30 de mayo pasado cuando anunció que impondría 5 por ciento de aranceles a los productos mexicanos… si no paraba la migración hacia su país. Y que este arancel sería progresivo hasta el 25 por ciento en octubre de este año…
El gobierno tembló y, sin precedentes, el presidente mandó a una comisión al día siguiente para intentar negociar que no ocurriera esto. Porque en efecto sería una catástrofe para la economía mexicana de por sí colgada con alfileres. Y fueron, y fueron mal tratados, pero al fin el 7 de junio Marcelo Ebrard, canciller mexicano y el presidente López Obrador cantaron “¡Triunfo!”.
Pero no hay tal. Lo que es cierto es que Donald J. Trump parece salirse con las suyas frente a un gobierno que lo más que hace es cumplir los puntos del Acuerdo, en donde los compromisos son más de los mexicanos que de los estadounidenses. Y está la pesadilla de que serán sólo por 45 días para que, entonces, según su criterio, Trump decida si se hizo lo que pidió, o no.
Así que en esas estamos. De pronto México se convierte en factor de apoyo a la campaña de reelección del presidente Trump. Del republicano que odia a México. Del que nos acusa. Nos señala. Nos maldice. Nos endilga adejtivos negativos. Y quien quiere que México se convierta en Tercer País de Resguardo, lo que sería ceder soberanía y, quizá, después, el territorio mismo.
En fin. Que falta una estrategia de defensa por parte del gobierno de México. La debilidad de Trump es su propia campaña en donde requiere buena cara de los mexicanos y apoyo. ¿Y qué hay de los demócratas que tanto han contribuido a parar el odio hacia México de Trump?…
Estrategia, señores del gobierno. Estrategia es la palabra y la salvación del momento. Y saber decir no, sin declarar una guerra. Y apoyar a los amigos. Ya veremos qué sigue en las locuras de Trump y en la actitud del gobierno federal mexicano.