EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Fragmento del vitral de Vicente Rojo, patio principal del Monte de Piedad.
Ciudad de México, sábado 29 de junio, 2019.– “Quiero que este vitral hiciera las veces de una compañía amable, serena, agradable para la gente que viene a esta institución financiera para satisfacer sus necesidades cuando se ven obligados a hacerlo… que echen la cabeza hacia atrás, miren el vitral y se sientan reconfortados”, fue más o menos lo que escuchó Bárbara Jacobs el día que acompañó a Vicente Rojo cuando fueron a ver el techo del patio principal del edificio del Monte de Piedad en el Centro Histórico, tal como lo volvimos a escuchar el martes pasado cuando Pedro Romero de Terreros, Presidente del Patronato del Monte de Piedad y descendiente directo después de varias generaciones de quien fuera su fundador, cuando inauguró el vitral llamado Versión celeste.
Tienen razón Bárbara, ella sabe, como lo sabía Octavio Paz que como artista era un geómetra, pero en su sensibilidad era un poeta, tal como conocemos a Vicente desde hace tiempo. Es un artista contemporáneo de los más importantes y productivos que fue seleccionado para crear una obra de arte luminosa en ese edificio que desde hace más de seis años el arquitecto Armando Chávez se ha encargado de restaurar y remodelar, con paciencia y buen oficio, en esto que ha resultado ser una tarea más bien titánica y meticulosa en un edificio que ocupa toda una manzana en el Centro Histórico justo donde estaba el palacio de Moctezuma donde Hernán Cortés se alojó durante su primera visita a Tenochtitlán entre otras casas de aposentamiento que tenía el emperador “dentro de la ciudad, tales y tan maravillosas, que me parecería casi imposible poder decir la bondad y la grandeza de ellas… tenían un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él…” como luego las describió.
Una vez que aceptaron que fuese Vicente Rojo el que diseñara el vitral, Armando Chávez estaba seguro que sería una obra representativa del siglo XXI, sin importar que fuera la primera vez que Rojo, como todo el equipo de producción, harían un vitral con las características propuestas por Vicente, en donde se desplegarían unos colores apacibles y en movimiento, cuya luz caería desde el techo al patio principal, y tal como lo sabía Vicente, siempre se ha imaginado que está comenzando.
Es una obra diseñada para reconfortar a quien la vea, pues, como sabemos “el ansia deja huellas siempre”, como decía Rulfo, por eso la intención de Rojo coincide con eso que propone Alain de Botton: en donde el arte puede compensar ciertas debilidades innatas o más bien mentales que físicas como esas que se pueden definir como fragilidades psicológicas, como en este caso en donde podrá apaciguar las ansias para reconfortarnos una vez que echamos la cabeza para atrás y vemos el vitral y sintamos un alivio que nos puede confortar.
El color cambia según el con el que esté a su lado como lo estudió Joseph Albers en el Homenaje al cuadrado. Por eso, Vicente diseñó su Versión celeste para que los cuadros de luces cambien en una combinación aleatoria como si fuera una obra musical silenciosa.
Cuando probaron por primera vez el vitral encendido, Pedro Romero de Terreros vio que los trabajadores dejaban sus herramientas para voltear a ver la Versión celeste, entonces, decidió que tenían que cambiar las rutas de acceso “para poder recibir a las personas que sólo vengan a ver el vitral.”
Ahora que lo contemplamos, pensamos cómo es que podrían reconfortar a los que estén en el patio esperando ansiosos que los llamen en privado para valuar lo que traen a empeñar. Tal vez, esa luz tenue que cae desde los quince metros de altura para envolver las columnas, el plafón, el piso y a las personas sin sombra alguna, resulta que nos produce una cierta tranquilidad como efectivamente lo imaginó Vicente y el equipo con el que trabajó ese vitral durante tres años y que ahora ilumina el patio de uno de los más bellos edificios del Centro Histórico.