>La vida como es…
De Octavio Raziel
A los cinco años uno recibe información que se queda indeleble en la mente. A esa edad vivía con la abuela, caciquilla de uno de los cientos y cientos de municipios que tiene Oaxaca, en este caso, en la zona mixteca.
Por alguna razón, o costumbre, me asignaron a un niño como attaché, esto es, asistente en no sé qué. Yo era muy blanco y mi cabello castaño; él muy prietillo, con los pelos parados y sin hablar casi el castiza. Recibió la primera admonición de mi abuela: Acuérdate, debes de respetar y obedecer en todo al amito.
Lo del amito se me quedó prendido y creo fue una de las razones por la que soy –dicen- un poco mamón.
El clasismo y el racismo en México, vienen desde hace mucho tiempo; tomó carta de naturalización con la llegada de los españoles que traían una enorme lista de castas que incluían desde el virrey y los peninsulares hasta el saltapatrás, pasando por criollos, mestizos y mulatos.
En el México de hoy, las diferencias sociales se han acrecentado con palabras que generan odio y rencor basado en el color de la piel entre nuestros connacionales. Por un lado, los prietos, indios, nacos o proles; esto es, el infelizaje. Mientras, en la otra cancha están los fifís, los pipirisnais, los fresas o como decían las abuelitas: los “caca grande”. Pero no para esa honda división para los gringos güeros, o para muchos ex mexicanos que se sienten hijos de Trump; hay dos tipos de visitantes en el país del norte (legales o ilegales)
Los Whitexicans y los Mexbrowns
En México subsiste la antigua casta divina, poseedora de bancos y riqueza. Las 300 familias dueñas de este país desde siempre; también los empresarios, inversionistas, altos funcionarios corruptos hasta la médula, sin faltar los “mirreyes”, como el niño Salinas de Gortari que terminó en extraña secta. Ellos representan apenas el 4.7% de la población del país. Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos muchos.
Los whitexicans no conocen la realidad del país; viven en una esfera que les aísla de un pueblo que no saben que existe. Se ha dicho que “presumen de sus privilegios, ya sean económicos, profesionales o educativos, además de discriminar a aquellos que no pertenecen a su círculo”,
“(En México) las personas con piel más clara son directores, jefes o profesionistas; las de piel más oscura son artesanos, operadores o de apoyo” (INEGI 2017) Así, las jerarquías sociales dependen del color de la piel. Las escuelas básicas oficiales (primaria, secundaria y bachillerato) ya no reprueban a los alumnos; sería ocupar una banca destinada a otro niño o joven que se preparará sólo para ser obrero, empleado o integrado al mercado informal. Con saber las tablas y a decir “si señor”, es suficiente.
Los anuncios de todo tipo, muestran a hombres y mujeres, y también a niños, blanquitos; inclusive cuando están en la playa. Las televisoras bombardean a las mujeres con prototipos de féminas blancas o rubias, arquetipos de la belleza sajona. Son ejemplos a seguir por nuestra raza de bronce. Como en la película Angelitos Negros, serían capaces de embarrarse la cara con harina para poder colarse a los puestos de dirección.
Me veo en el espejo para que ese testigo imparcial de azogue y cristal me ubique en la cromografía de los mexicanos. White, definitivamente no, Brown, tampoco. Soy de tez apiñonada. Un estudio de ADN me dijo que tengo sangre ibera, celta y sefardí, lo cual me confirma como “amito”.
“La vida de nuestras clases superiores es gris y como envuelta en crepúsculos, la del pueblo, la de los obreros y campesinos es una noche negra formada de ignorancia, de pobreza y de toda suerte de prejuicios.” A. Chejov