La vida como es…
De Octavio Raziel
Hace poco respondí a una reflexión muy sabia de la doctora Rosa Chávez Cárdenas sobre el suicidio, con motivo del cometido por el integrante del grupo musical Botellita de Jerez. La persona que lo orilló a la muerte, seguramente, debe estar, todavía, botada de la risa; mientras que su partida dejó a un pequeño en la orfandad.
Le comenté a la doctora Chávez que hay de suicidios a suicidas.
Cuando entré a la UNAM, dos de mis primeros trabajos exigidos por mis maestros -que además me dio mucha satisfacción hacerlos- versaron sobre la Teoría del rumor, y sobre El suicidio en México. Muchas cosas, datos y demás han cambiado desde las décadas de aquél tiempo.
La muerte por propia mano ha sido repudiada, ensalzada, excomulgada, etcétera. Famosos los de Sócrates o de Séneca; para los estoicos era garantía de libertad personal; para los israelitas fue un acto de libertad en Masada antes que ser esclavizados por los romanos y, los mayas, con sus mujeres e hijos se inmolaron lanzándose de más de 1,000 metros hasta el fondo del Cañón del Sumidero antes que caer bajo el yugo de la espada y la cruz españolas. Los kamikazes o los bonzos vietnamitas son algunos otros ejemplos. En la historia sobresalen también Cleopatra VII de Egipto, Aníbal, Adolfo Hitler o Catón el joven, que lo prefirieron antes que convertirse en trofeos de guerra.
Acogida por la iglesia de Notre Dame de París, Antonieta Rivas Mercado se descerrajó un disparo en el corazón. Lucha Reyes, Pedro Armendáriz, Miroslava, los poetas Manuel Acuña y Jorge Cuesta; son muchas las bajas que escogieron la llamada “puerta falsa”.
Hay, y habemos, de suicidas a suicidas. La verdad es que cuando llevaba los 20 o 30 primeros metros pegado a una pared de roca sentía un miedo mortal al saber que una caída desde ahí tendría el mismo resultado que de 50 o 100 metros; al treparme a la tirolesa más larga y alta del mundo (hace apenas unos meses) sentí algo de temor, lo mismo que saltar (una de mis pasiones) de 17,000 pies de altura de un paracaídas. Entrar en cuevas o ríos subterráneos o escalar montañas nevadas, también me daban cierto temor. Adrenafilia pura. Y como reportero en Centroamérica y otros lugares en conflicto, también sentí mucho miedo, así como mis aventuras juveniles en el mar. Reflexiono, y me he preguntado a la vez: ¿No sería una forma de suicidio? Pero, sin esos pequeños suicidios yo no estaría aquí, estaría en un monasterio o ahogado de borracho por no encontrar una razón a mi vida.
Tal vez algún día la vida me pase la factura por mis locuras; pero, mientras, hice lo que muchos o casi ninguno hizo: Me suicidé muchas veces.