EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Damiana Cisneros dejó de gritar. Deshizo su cruz.
Ciudad de México, sábado 17 de agosto, 2019.– Cuando terminamos de leer Pedro Páramo nos enteramos que Damiana Cisneros gritaba desesperada antes de caer al suelo y ser levantada por los hombres que llegaron por sus gritos para meterla a la casa antes de quitarle el cuchillo de la mano de Abundio Martínez, quien había llegado borracho a la Media Luna para pedirle a Pedro Páramo que le ayudara para el entierro de su mujer.
Tal como lo narra Juan Rulfo, tenemos la impresión de que fue Abundio el que había matado a don Pedro porque era quien traía el cuchillo ensangrentado en la mano, pero, dándole de vueltas, se nos pueden ocurrir otra alternativa, como creo que lo mencionó Felipe Garrido una noche que cenábamos, como si hubiera sido un sueño.
Rulfo se inspiró, entre otras cosas, con lo que había escrito Rilke en su Diario Florentino sobre los habitantes de Praga cuando decía que… “se pasan la vida rumiando su propio pasado. Son como los muertos que no pueden hallar paz y, en lo secreto de la noche, no dejan de revivir su muerte y de cruzarse por encima de las frías tumbas… hablan de esto con una voz como las que hace tiempo están muertas”. Había trabajado ocho años en la nueva versión en español de las Elegías de Duino del poeta checoslovaco.
Estos viejos praguenses se parecen a los de Comala pues a veces los oímos platicar desde sus tumbas. Pero, cuando llega Abundio Martínez a la Media Luna, el patrón estaba con la vista perdida desde que murió Susana San Juan pensando que los colores del amanecer eran porque ella había “rozado con su cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda” y, por eso, “se había llevado con su aire las últimas hojas”, tal como lo susurraba don Pedro.
Ese amanecer ve que viene un hombre y le llama a Damiana, la caporala, para que fuera a ver “qué quiere ese hombre que viene por el camino…”
Ya nos habíamos enterado que de jovencita una noche que le tocaban la puerta con ansias ella no la había abierto porque bien sabía bien lo que quería el patrón. Al día siguiente la dejo entreabierta, pero nunca más en su vida la volvió a visitar. Con el tiempo la hizo caporala a cargo del servicio y con poder de mando, pero nunca le hizo cosquillas.
La noche anterior al asesinato, había muerto Refugia, la mujer de Abundio Martínez que la había dejado tendida al relente antes de irse a la tienda de la madre Villa para comprarle alcohol puro “pa emborracharme más pronto.” Cuando salió, se fue dando bandazos hasta llegar a la Media Luna.
Cuando llegó, vio que Damiana gritaba y él se estremeció, pues tenía los ojos azorados y pensó que era el mismo demonio: “el sol le llegaba por la espalda; la cara de Pedro Páramo se escondió debajo de las cobijas como si se escondiera de la luz”.
Los gritos de Damiana se oían lejos hasta que cayó al suelo para ser levantada por los hombres que llegaron:
“–¡Ayúdenme! –dijo–. Denme algo.
“Pero ni siquiera él se oyó. Los gritos de aquella mujer lo dejaban sordo.
“Por el camino de Comala se movieron unos puntitos negros. De pronto los puntitos de convirtieron en hombres y luego estuvieron aquí, cerca de él. Damiana Cisneros dejó de gritar. Deshizo su cruz. Ahora se había caído y abría la boca como si bostezara.
“Los hombres que habían venido la levantaron del suelo y la llevaron al interior de la casa.
“–¿No le ha pasado nada a usted, patrón? –preguntaron.
“Apareció la cara de Pedro Páramo, que sólo movió la cabeza. Desarmaron a Abundio que aún tenía el cuchillo lleno de sangre en la mano.”
Entonces se me ocurre que pudo haber sido Damiana la que le cobró la factura de su desprecio. Bueno, es otra posibilidad que, seguro, otros ya se la habían imaginado.