Por Aurelio Contreras Moreno
Muy pronto las disputas internas por el poder han mostrado la fragilidad de las amarras que mantienen unido a un organismo que, más que como un partido, funciona como una secta que basa toda su fuerza en la imagen y carisma de un solo hombre.
Los procesos de renovación tanto de la mesa directiva del Senado de la República como de la dirigencia nacional de Morena han revelado las enormes fracturas al interior de ese órgano partidista, cuyo único punto de cohesión es el hoy presidente de México y líder absoluto de su “movimiento”, Andrés Manuel López Obrador.
Tanto así, que ante la amenaza pública del tabasqueño de abandonar Morena si el partido que fundó “se echara a perder” –así como hizo con el PRD-, las huestes morenistas que estaban destrozándose por cargos políticos han tenido que atemperarse, doblar la cerviz ante el líder supremo y esperar la circunstancia para sacar adelante sus proyectos personales.
Así, a pesar de que la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena se puso del lado del senador Martí Batres y ordenó reponer la votación para definir la Presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Senadores –quién sabe con qué facultad para entrometerse en las decisiones de un Poder autónomo del Estado Mexicano-, en la segunda vuelta volvió a ganar la elección y fue ratificada al frente de la Cámara alta Mónica Fernández Balboa, impulsada por el presidente de la Junta de Coordinación Política de ese mismo órgano legislativo, Ricardo Monreal Ávila. Como niño pendenciero que no acepta nunca sus derrotas, Batres aseguró haber obtenido una “victoria moral”.
Pero los enconos internos en Morena están muy lejos de haberse disipado. Sabedor de lo anterior, el propio López Obrador propuso –y por supuesto que le fue aceptado- que la definición de la dirigencia nacional de ese partido se lleve a cabo a través de encuestas. Mismas que, si se llevan a cabo igual que las “consultas populares” del lopezobradorismo, ya podemos augurar qué resultado arrojarán: el que diga el “dedito” del nuevo gran elector.
No es algo que deba llamar a sorpresa o asombro. La izquierda partidaria -en México y en muchos otros países- siempre se ha comportado de manera sectaria, autoritaria y codiciosa. Para no ir muy lejos y como mencionamos antes, el PRD así se gestó y así mismo se desbarató hasta convertirse en el muerto viviente que es hoy: desgarrado por las pugnas internas de sus “tribus”, las cuales han migrado, prácticamente bajo el mismo esquema y lógica, a Morena.
Como en su momento el PRD con Cuauhtémoc Cárdenas y el propio Andrés Manuel López Obrador, lo que mantiene unidos a los morenistas es el proyecto que encabeza su caudillo, por una razón simple: les garantiza acceso a parcelas de poder. Aunque en este caso, con un tufo mesiánico que raya en el fanatismo. ¿Qué sucederá con Morena cuando el hoy Presidente de México deje, tarde que temprano, el poder? Previsiblemente, lo mismo que con su antecesor inmediato.
Porque parafraseando a Carlos Marx –ahora que el filósofo alemán ha vuelto a ponerse de moda entre la nueva “intelectualidad” orgánica de la “4T”-, la “izquierda” confesional del lopezobradorismo “lleva en su seno el germen de su propia destrucción”: la ambición desmedida.
Un gobernador pequeño
Intolerante, obtuso e ignorante de la ley, el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez, cree que bloqueando en sus redes a los ciudadanos van a desaparecer las críticas a su desastrosa actuación al frente de la administración estatal.
Si no quiere ver fantasmas, que no salga de noche. Ni Javier Duarte era tan chillón.
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