Joel Hernández Santiago
Era un ritual. Era el gran día del presidente y del presidencialismo mexicano; la fiesta de la República, decían los oficiosos. Para los de a pie y sin pedigrí era ‘la danza de los millones’: Una vez al año no hace daño saber o querer saber ‘…sobre el estado que guarda la Administración Pública del país…’.
Cada 1° de septiembre en la Cámara de Diputados, para las estrellas, estrellitas y asteroides de la política era la oportunidad de los reflectores; de saberse todopoderosos; de mirarse uno a otro de igual a igual; de lucir sus galas, sus fistoles de oro y dispensar sus agüitas de colonia por aquí y por allá en estruendosos abrazos y sacudidas en la espalda.
Para los del más acá era un día de fiesta porque no se asistía a clases y no se trabajaba: todos a fingir que escucharían lo que decía el presidente y los aplausos interminables que hacían que aquello durara horas-horas-horas: ‘dormir, dormir, que canten los gallos de San Agustín’. Los cronistas-locutores llevaban la cuenta de la cantidad de interrupciones por aplausos y su duración… Aquello era frenético.
El presidente decía y decía y decía, y todos los asistentes al recinto parlamentario hacían como que creían, creían, creían. Luego de su ‘Mensaje político’, venía la respuesta de uno de los diputados, algunas muy floridas, otras muy firmes y rimbombantes pero todas complacientes y hasta las poéticas, como aquella de Fedro Guillén, en 1974…
Esto de que los presidentes deben informar a los gobernados a través de sus representantes legislativos viene de la Constitución de Cádiz de 1812 (art. 121 y 124), y se asentó en México en 1824, según la Constitución de ese año (arts. 67 y 68), y con el primer informe presidencia en 1825 de don Guadalupe Victoria, y habría de ser el 1º. de enero de cada año, aunque don Venustiano Carranza cambió la fecha al 1º. de septiembre, según la Constitución de 1917…
El ‘informe del presidente’ era transmitido por la radio que se unía en ‘cadena nacional’ para transmitirlo a los ‘muy interesados mexicanos’. Lo de la radio comenzó en 1934 cuando el presidente Lázaro Cárdenas transmitió por ahí su informe por primera vez. Luego en 1950 el presidente Miguel Alemán comenzó a transmitirlo también por tele.
Cuando terminaba ‘el Informe’, el presidente salía de la Cámara de Diputados que estuvo en la esquina de Donceles y Allende y luego en donde está ahora, para trasladarse a Palacio Nacional, al ‘besamanos’.
Muchos querían saludarlo. Querían felicitarle. Cortesanos mostraban su mejor sonrisa y hasta alguna genuflexión… Al paso, por las calles, el mandatario era cubierto por papelillos de mil colores mexicanos: ojos de papel volando… Y así era la fiesta del presidente. Ya no.
Por iniciativa del entonces presidente Felipe Calderón, con la reforma al artículo 69 Constitucional del 15 de agosto de 2008, se suprimió la obligación del Presidente de asistir a la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso. Así que puede enviarlo por escrito y san se acabó. (El miedo no andaba en burro):
Esto fue así por todas las vicisitudes del cambio en México. Con la llegada de partidos de oposición al Congreso el ritual dejó de serlo. Le aguaron la fiesta al presidente y pasó a ser un festival de reproches y de amarguras presidenciales. De gritos y reclamos. De respuestas de defensores y caracolitos de opositores. De pleitos entre el presidente de la sesión y los legisladores por las interpelaciones a un presidente azorado, nervioso y con ganas de salir huyendo de ahí.
Así que ahora el presidente puede ir o enviar por escrito, al Congreso de la Unión, su informe de cómo está la administración pública del país.
En este caso no fue. El presidente Andrés Manuel López Obrador, en uso de sus facultades Ejecutivas, decidió enviar su mensaje político-informe desde el Palacio Nacional, sin temores ni angustias. Está bien. Más tarde lo entregó por escrito, al Congreso de la Unión, en la Cámara de Diputados la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.
Victorioso informe en donde los apotegmas han sido “No es para presumir” y “Lo que se promete se cumple”, porque él dijo que lo que prometió se está cumpliendo aunque día a día, en sus Mañaneras, recuerda que sus adversarios políticos: “Conservadores”, “Fifís”, “Hipócritas” le hacen trampa para que no lleve a cabo su Cuarta Transformación prometida.
Está bien. No se necesitan dos dedos de frente para saber que desde siempre, quien informa dice que todo está bien, que está requetebién y que –salvo algunas ‘asignaturas pendientes’—las cosas van viento en popa. Si. Ojalá.
Lo que sigue es que el mismísimo Congreso de la Unión –desde hoy lunes- haga la glosa del informe y revise punto por punto los hechos de los primeros diez meses de este gobierno. Llamarán a algunos de los secretarios de Estado para que expliquen tal o cual “punto sensible” y lo aprobarán, porque para eso está la mayoría Morenista.
(Por nuestra cuenta, también lo haremos.)
Algunos de los partidos de oposición harán berrinche y acusarán su imposibilidad crítica por la decisión presidencial de no acudir al Recinto Legislativo, pero nada más.
Habrá ocurrido el informe y ya desde hoy, el Presidente y el país seguirán en lo suyo y nosotros en la lucha del día a día, en el ‘si no trabajo no como’ y hoy, como entonces, escuchando en la radio aquella vieja rola de: “Voy viviendo ya de tus mentiras…”