CUENTO
Roberto y Roberta eran mellizos. Y habían sido inseparables desde el momento de haber salido al mundo. Ella, una niña sana y alegre, siempre había sido la mejor de su clase. Su hermano, por el otro lado, nunca se había quedado atrás. Sus calificaciones eran puros ochos y nueves, mientras que los de su hermana eran puros dieces.
La vida parecía depararles un futuro muy brillante a estos dos hermanos. Ella quería ser científica, cuando fuese grande, mientras que él solamente deseaba ser médico familiar. “Yo seré quien encuentre la cura a las enfermedades, y tú quien las aplique a las personas”, solía decir siempre la niña a su hermano.
Siendo hijos de un matrimonio de clase media baja, desde temprana edad, ambos amaron los estudios. Por esta razón misma era que, cuando alguna vez alguno de ellos se enfermaba, lloraban, pero no por la enfermedad, sino por el hecho de poder asistir a clases. Faltar un día representaba para ellos el dolor más grande de todos.
Al pasar los años, cuando les llegó el tiempo para asistir a la escuela secundaria, sus padres, para darles una vida lo mejor posible, decidieron que de ahora en adelante trabajarían por igual. Acordado esto, en menos de un mes, la mamá de ellos empezó a trabajar en la misma fábrica donde su esposo lo hacía.
La fábrica, como todas las demás fábricas del país, les pagaba una miseria. Pero, o era eso, o era nada. El capitalismo mundial se las sabía de todas para manipular a los más jodidos. Ofertándoles empleos muy mal pagados, el presidente del estado donde vivian siempre canturreaba que durante tal lapso de tiempo “se han creado más de cinco mil empleos”. Más sin embargo, en su spot publicitario, ¡jamás añadía!: “CINCO MIL EMPLEOS, SÍ, PERO MUY MAL PAGADOS”…
Un día, cuando el sol se empezaba a ocultar, mientras los dos hermanos cocinaban lo que sería su cena de graduación, ninguno de los dos dejaba de mirar a cada rato el reloj de la cocina. Esperaban con ansias a que diesen las seis. Porque a las siete en punto sus padres ya debían de estar de regreso.
“Ojala que el tráfico no vaya a demorarlos más de la cuenta”, dijo Roberta, sin dejar de batir lo que más tarde sería un pastel. “Ojala”, replicó Roberto, quien ahora cortaba en rebanadas unos tomates para su ensalada de verduras. El baile de graduación se llevaría a cabo en un lugar no muy lejos de su escuela, la cual quedaba a dos kilómetros del pequeño apartamento donde vivían. La invitación decía que la ceremonia empezaría a eso de las nueve de la noche.
El reloj marcó las siete. A partir de ahora, a los hermanos les quedaba dos horas, suficiente tiempo como para terminar lo de la cena; después los dos podrían, sin prisas, tomarse un baño, ponerse sus trajes, y lo necesario para un día como este…
“Interrumpimos la programación”, empezó a decir una voz a través de la tele que los hermanos habían dejado encendida en la cocina. “Hace unos instantes, un grupo de maleantes irrumpió en esta fábrica de ropa, matando por los menos a unas veinte personas. Los primeros informes de la policía dicen que entre los muertos se encuentran unos diez trabajadores del área de costura, así como otros del área administrativa…”
“¡NO PUEDE SER CIERTO!”, exclamó la joven, quien con su vestido de color morado ya sobre su cuerpo había regresado a la cocina para sacar del horno su pastel de frutas. Segundos antes había escuchado a un policía pronunciar el nombre de su madre. Los nombres pronunciados pertenecían a las personas fallecidas.
“¡Robin!”, gritó la joven. “¡Ven aquí rápido!” Su hermano, sin zapatos y con el agua de su pelo escurriéndosele por la cara, se apreció ante ella. Al ver a su hermana, le preguntó: “¿Qué sucede? ¿Por qué me gritaste?”. “Ma… Mamá”, dijo la joven. “Mamá ¡ha muerto!”, logró decir por fin. “¡Eso no puede ser verdad!”, respondió su hermano…
Minutos después, los hermanos se enterarían de algo más. Su madre no era la única que había sido asesinada, sino que también su padre. Al saber esto, los dos dejaron a sus cuerpos desplomarse sobre aquellas sillas de madera. Sentados el uno frente al otro, habían empezado a llorar por lo acontecido.
Aquella noche, que debía ser de celebración, terminó siendo de tragedia. El baile de clausura se canceló. Todos en aquella escuela ya sabían lo de la desgracia de estos dos excelentes estudiantes. Esa noche, en vez de risas y rostros alegres, solamente hubo lágrimas y caras tristes. Los dos hermanos estaban más que destrozados por dentro…
Pasó el tiempo, y… Roberto, para tratar de huir de su dolor, terminó acudiendo a las drogas. Roberta, su hermana, ¡también! Los dos hermanos se habían convertido en unos drogadictos. Aquel futuro tan brillante, que parecía estarlos esperando, se había apagado, para siempre.
FIN.
Anthony Smart
Agosto/31/2019