MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Solo quienes no conocen a Porfirio Muñoz Ledo en el papel de Porfirio Muñoz Ledo se sonrojaron, ofendieron y santiguaron por la mentada de madre que, desde la Presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados recetó a sabiondos legisladores el presidente Muñoz Ledo.
“¡Chinguen a su madre! Qué manera de legislar…”, exclamó Porfirio y compartió con Dolores Padierna, quien no se inmutó toda vez que hace dos semanas dio pauta a esta situación que tiene en vilo al Congreso de la Unión porque no ha concluido el procedimiento de votar a instalar a la mesa directiva de la Cámara de Diputados.
Sin duda esa mentada de madre que pareció media voz de Porfirio a micrófono abierto, es la crítica a diputados de Morena responsables del galimatías, al cuarto para las doce, de una reforma a la Ley Orgánica del Congreso General para recular de la perversa y ambiciosa aspiración de hacerse del poder de la Cámara baja durante los tres años de la Legislatura en curso, cerrándole el paso a la segunda fuerza política, la del PAN en el Palacio Legislativo de San Lázaro.
Y sí que debe haber dolido a estos diputados federales de Morena, en su mayoría inexpertos y faltos de voluntad para rebelarse a una estrategia legaloide que cualquier estudiante del primer semestre de leyes calificaría de ilegal y ganaría en un juicio administrativo.
Ofendidos habrán de sentirse y hasta ingrato llamarán a Porfirio éstos diputados de su bancada de Morena y los vecinos de colores que lo han abrigado en el tránsito de su vida pública, porque a la decisión de renunciar a la reelección en la Presidencia cameral, cuando va de retirada lo han hecho centro de ensalzamientos personales, obsequiosos reconocimientos y, de haberse permitido, hasta le habrían quemado incienso como gran sacerdote del Templo Mayor de la sabiduría política que, en términos llanos y muy a la polaca mexicana le llaman Chucha Cuerera por su vasta experiencia en esas lides.
Pero Porfirio Muñoz Ledo es bravo, polémico, malhablado, desmadroso, bebedor, boxeador de los guantes de oro, virtudes que no sobreviven y se encaraman, incluso, al lustre político y la cultura que ha atesorado en sus 86 años de vida.
Y sí, el martes decidió dejar la poltrona en el presídium y cedió bártulos a Dolores Padierna para dirigir la sesión del pleno, porque se fue a rumiar, sí, a media voz y en solitario, la decisión que anunciaría a las ocho de la noche con dos minutos.
Porque Porfirio, sin duda, pulsó el futuro que se le avecinaba de atender a los cantos de sirenas, as encantadoras enfundadas en los radicales de Morena; sopesó la carga de los epítetos que le endilgó la oposición. Tal vez le dolió que, en estos días, le llamaran “espurio” y aunque es de piel gruesa, como lo demostró en aquellos días cuando invocó al derecho de sangre y quiso ser gobernador de Guanajuato, tierra de los Lazo de la Vega, su segundo apellido compuesto, fue puyazo lo que lo llevó a deslizar al final de su mensaje de despedida de la Presidencia cameral:
“Seguiré siendo un luchador a la par de ustedes por la democracia. Toda mi vida he pensado que la principal virtud de un político es la congruencia. También que se puede tener el poder y no pasar a la historia, se puede pasar a la historia sin tener el poder”. Y él pasará a la historia porque ya es historia por encima de todos los asegunes de la vida que lo llevó de la mano a ser un joven debutante legislador y miembro del gabinete presidencial con don Pepe López Portillo.
Y si en la víspera estuvo a punto de reventar ese carácter que es muy suyo, ayer de plano le salió libre y democrática la frase coloquial, dibujo popular del que se tiene enfrente y que no se guardó y fue escuchada por el micrófono abierto.
A su siniestra estaba María de los Dolores Padierna, vicepresidente a la Cámara baja que había oteado más mieles de poder si su iniciativa, presentada ante la Comisión Permanente del Congreso de la Unión hubiese prosperado: Tres años en la Presidencia de la Cámara de Diputados para el partido mayoritario, o sea: Morena. Molesto, hastiado, Porfirio pidió a la secretaria de la Mesa Directiva:
“Revise el reloj porque está marcando progresivamente; cuando es una ley antigua, los transitorios son desmesurados y contradictorios, hasta los aparatos se sonrojan…”
Y, a los autores de esos transitorios de la Ley Orgánica del Congreso General, calificó: “¡Chinguen a su madre! ¡Qué manera de legislar!”.
Sí, ese es Porfirio de carne y hueso, el mismo Porfirio rijoso y echado para adelante que en esos días de estrellato en la Organización de las Naciones Unidas, embajador que se codeaba en el Consejo de Seguridad con el austriaco Kurt Waldheim, secretario general de la ONU, y enseñaba a un par de reporteros mexicanos a preparar clamatos con vodka, en pleno mediodía neoyorkino en el bar de la sede de las Naciones Unidas en la margen derecha del Río Hudson.
Así que, el “¡chinguen a su madre! ¡Qué manera de legislar!”, fue la despedida del diputado Porfirio Muñoz Ledo un día antes de entregar formalmente la Presidencia de la Cámara de Diputados, cargo desde el que le tocó estar en medio de un severo diferendo entre Morena, el partido mayoritario, y la oposición a la que ambiciones de poder, personalismos y protagonismos identificados por el presidente López Obrador, pretendieron borrar del Coliseo político.
Y sí, la bancada de Morena accedió finalmente a que el PAN presida la mesa directiva de la Cámara de Diputados para el segundo año la actual Legislatura. Las huestes de Mario Delgado rechazaron en dos ocasiones a la planilla propuesta por el PAN, con la diputada Laura Angélica Rojas en la Presidencia.
Sí, Morena impuso condiciones y obliga al PAN a hacer una propuesta que la deje satisfecha y que no meta las manos Marko Cortés. Sí, Morena es bancada mayoritaria y estuvo a punto de llevar, instruida por esa tribu que encabeza Yeidckol Polevnsky, al abismo de la crisis constitucional. Pero Porfirio reaccionó, renunció a ser cabeza de esa grave condición y se despidió y les mentó la madre y los descalificó en esto del arte de hacer leyes, porque ese es espacio sagrado que él conoce como pocos. ¡Chinguen a su madre! ¿Alguien reclamará la pedrada? Digo.
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