* No habrá sistema de salud universal como en los países nórdicos, ni petróleo que contribuya a recuperar la confianza del mexicano medio en sí mismo, sino sólo veleidades en la costumbre del poder, por la obsesión de restablecer la presidencia imperial
Gregorio Ortega Molina
Entre la crisis petrolera de 1973 -que ayudó al fortalecimiento de la OPEP fundada en 1960- y el anuncio de que en México Cantarell sería la solución a los problemas nacionales y de todos y cada uno de los mexicanos, vieron la luz muchos libros sobre el petróleo como instrumento de poder económico y político, como palanca de desarrollo y como argumento de negociación diplomática.
Luego, todo cambió. Ni administramos la riqueza, ni el petróleo es la panacea. Como carburante es fuente de contaminación, aunque sus derivados petroquímicos contribuyen a resolver problemas industriales y de servicios.
Mientras el mundo de la administración pública y de la diplomacia continuó en el debate por los usos del petróleo, la industria automotriz, la ingeniería y los laboratorios universitarios de investigación, se dedicaron a buscar la manera de sustituirlo como fuente de energía. Los paneles solares fueron el primer paso visible. Hoy, los automóviles eléctricos, los trenes de alta velocidad, están a punto de transformar la industria automotriz, la del transporte y la lucha por preservar el medio ambiente, con el propósito de que los gobiernos inviertan en proyectos de desarrollo amigables con la naturaleza.
Se trata de preservar nuestro hogar.
Resulta extraño que los políticos propongan cambios que ellos mismos no están dispuestos a preservar, pues entiendo que una regeneración nacional equivale, por lo pronto, a una modificación en los modelos de vida, en la transformación cultural y de hábitos de los mexicanos y, sin embargo, los administradores públicos por compromisos contraídos para consolidar su ascenso al poder, modificarán el medio ambiente del sureste mexicano, para construir un tren maya, y, además, transformarán Dos Bocas para, allí, construir una refinería cuya producción tendrá un destino incierto, porque hay algo que sí sucede.
Lo que sí cambia, y los gobernantes parecen no percibirlo, es la actitud de la sociedad frente a los dueños del poder, ya sea éste político o económico, o en su combinación siniestra.
Es momento de diferenciar la aceptación de la confianza. Los niveles de la primera pueden ser altos, mientras los de la segunda no. Con las cifras de encarecimiento, qué resuelven las becas, la ayuda a los integrantes de la tercera edad, la aportación a las familias por haberlas desposeído de las guarderías, o de qué sirve la empatía con el presidente de México, si ya no hay medicinas, y el Seguro Popular desaparece junto con la manera de combatir el cáncer u otras afecciones de la salud que destruyen todo presupuesto familiar.
No habrá sistema de salud universal como en los países nórdicos, ni petróleo que contribuya a recuperar la confianza del mexicano medio en sí mismo, sino sólo veleidades en la costumbre del poder, por la obsesión de restablecer la presidencia imperial.
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