FRANCISCO RODRÍGUEZ
Levantó polvareda aquella declaración del Presidente López Obrador publicada en La Jornada hace poco más de dos meses y medio: “Si por mí fuera, yo desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional, declararía que México es un país pacifista que no necesita Ejército y que la defensa de la nación, en el caso de que fuese necesaria, la haríamos todos. Que el Ejército y la Marina se convertirían en Guardia Nacional para garantizar la seguridad”, dijo entonces.
Y ya en serio, vale preguntar, en los tiempos actuales ¿para qué sirve el Ejército?, ¿ para qué las fuerzas de seguridad pública? Porque, como van las cosas, tal parece que seguiremos por generaciones fumándonos los desfiles del 16 de septiembre sin saber para qué lo hacemos. Viendo pasar de todo frente a nosotros, desde contingentes de pipas anti huachicol, unidades recolectoras de sargazo, beneficiarios de programas de bienestar y jóvenes construyendo el futuro.
Los agrupamientos que muestran a la Cuarta Transformación como un carro alegórico que rinde culto al error. Cierto, mientras no se sepa la diferencia entre seguridad pública y nacional, todo puede pasar. Porque de la Revolución para acá todos se han enredado en confusiones e imprecisiones sobre lo que significa cada una de ellas.
Donde empieza una y acaba la otra. Consecuentemente todos han colaborado a que ninguna institución o dependencia de cualquier nivel de gobierno sepa con exactitud a qué se dedica, para qué, por qué trabaja y para qué y quién trabaja. Ningún experto, ninguna leyenda del sistema lo ha sabido.
No custodia aeropuertos y, por fortuna, hay menos desastres naturales
Triste consecuencia, nadie sabe a qué se dedica el Ejército, que no sea a desfilar en desfiles ñoños como la de inicio de semana en el Zócalo. Nadie lo puede saber, porque hoy su oficio está más encriptado que nunca. No es a la salvaguarda del territorio nacional, no frente a un amago extranjero, ya que éste no existe como tal. No es a la seguridad pública, porque para eso está la Guardia Nacional.
No es a la custodia de los aeropuertos terminales marítimas, porque ésta está a cargo de las mafias gallegas, habilitadas como seguridad privada desde que su coyote, el extinto delfín Mouriño las acreditó como tal, a través de la marca Eulen. Dio la vuelta al mundo esa decisión calderonista. Pero así se quedó como todo lo provisional que se vuelve definitivo… gracias a los jugosos moches.
No es a las emergencias naturales, porque afortunadamente los cataclismos y terremotos, mareas y ciclones no son de todos los días. El famoso Plan DNIII E fue sólo para emergencias y epidemias de las que hoy nos vemos muy lejanos. Quedó para el recuerdo documental, para los foros de exhibición doméstica.
Y el destino billonario de los presupuestos para la seguridad, ¿a dónde va?
Afortunadamente, el Ejército no está –al menos todavía– para cerrar filas en torno de los nacionales frente a una guerra civil, tampoco forma parte de los anaqueles de las reyertas. Esos tiempos ya pasaron. Brincaron la vara cuando los generales triunfantes del callismo regaron la copa para fundar el Banco de México.
Y el destino billonario de los presupuestos para la seguridad, y los entorchados y altos diplomados de las escuelas superiores de guerra, ¿para quién son? ¿Quién puede merecer el reconocimiento del Estado en una situación de paz sepulcral? Todas las piruetas aeronavales aprendidas en los llanos de Santa Lucía, ¿hacia dónde van?
Guardia Nacional, ¿cancerbera del Tercer Estado Seguro pedido por Trump?
Si el Ejército ya no se torpedea con El Mencho en Zapopan, si la Marina ya no dispara los helicópteros artillados contra la población indefensa en Tepic –buscando atinarle a los narcotraficantes– ¿ dónde está? Si ya no ejecuta como en Tlatlaya, Apatzingán o Ayotzinapa desde hace cinco años que está a punto de cumplirse, ¿qué van a hacer ahora?
Si no son requeridos para aprehender en un solo acto a los grandes delincuentes de la patria, si no van a ir por Romero Deschamps, Salinas o Peña Nieto, Videgaray de perdida, ¿para qué quieren las armas largas, las mortíferas bazookas, los helicópteros artillados que se adquirían por jugosos moches en los deshuesaderos del Pentágono estadounidense?
¿Para qué quieren los vehículos anfibios de reconocimiento en las partes bajas, si afortunadamente ningún país centroamericano nos declaró la guerra cuando pudieron haberlo hecho? Si ya no van a participar en exhibiciones y amedrentamientos con la población civil de las provincias del interior.
Si el Ejército tampoco servirá para detener las olas migratorias de todos tan temidas, ahora que la Independencia nacional se ha rendido ante los twitts de Trump, y ésa tarea se le ha dejado enterita a la Guardia Nacional, como cancerbera del tercer estado seguro, ya no tiene razón de existir? Es una pregunta que ha flotado en el ambiente entre los corresponsales extranjeros que estuvieron cubriendo la fuente en el Zócalo.
Contrasentido que un Estado delgado mantenga Fuerzas Armadas obesas
Respecto a la Marina Armada también se cruzan apuestas, se hacen cruces, se adelantan todo tipo de suposiciones. El Estado está obeso en fuerzas de choque y en pelotones y brigadas bien avitualladas, en equipo suficiente, que ya no es necesario en un Estado que ha optado por la reducción a tope de sus elementos.
Es un contrasentido, dicen, que un Estado delgado, mantenga fuerzas armadas obesas. No va con la Cuarta Transformación, que habla de paz, democracia, libertad, armonía, hasta ahí no llegan las algazaras del pasado bélico. La Cuarta Transformación no comulga con fuerzas armadas, le basta la buena voluntad y el “fuchi, guacala” para exorcizar la delincuencia organizada.
La Gendarmería Nacional sólo fue un “bisne” del impostor Mondragón y Kalb
En algún archivo de mala nota ha de haber quedado aquella primera experiencia que el Estado tuvo para formar el antecedente de esta Guardia, la Gendarmería Nacional, de hace apenas unos años. La preparación de miles de elementos que resultaron falaces e inútiles fue realizada en las suites y pasillos de carísimos hoteles de cinco estrellas…
….que durante meses entregaron jugosas comisiones al impostor Manuel Mondragón y Kalb, con la complacencia de Peña Nieto. Hoy el fallido masajista deportivo opera y cobra como asesor del Titular en esta materia. Afortunadamente el gran programa no pasó la prueba esencial. Una comparsa hueca y extremadamente complaciente, al servicio de la farsa.
Ejército, Morenita del Tepeyac y el que ocupaba Los Pinos ya no son confiables
Se ha amenazado desde hace algún tiempo que la Guardia Nacional va a crecer a lo doble de elementos para el año 2020. Si esto sigue así, pronto veremos cómo paulatina, pero aceleradamente, los activos del Ejército y la Marina Armada pueden ser absorbidos, si quieren conservar la chamba, antes de que algún audaz tenga la idea de borrarlos de las nóminas castrenses.
Es demasiado el ridículo de observar cómo se pliegan a los mandos improvisados, cómo sigue siendo la fuerza armada de siempre, la que junto a la Morena del Tepeyac y el de Los Pinos, eran los retratos auríferos de la confianza nacional. Ya los tiempos no alcanzan ni para eso. Todos están pasando tan rápido a la báscula, que ni cuenta se han dado.
El apoyo popular de los morenistas también se le está yendo por los caños
También los morenistas creen que son eternos, y la verdad es que llegaron de prestado. Creen que tienen la confianza y el apoyo popular, mientras éste se está yendo al caño tan rápido que ni lo sienten. La corrupción que no perdona los tiene absolutamente infiltrados, y ellos hacen como que la virgen les habla.
Lo saben, pero hacen como que lo ignoran. Sus ropajes son inmarcesibles. Su reputación es impoluta. Sus tareas les reclaman que se queden, pero ellos, así como llegaron, ya se van… y no se han dado cuenta.
¿Será que las quincenas pasan más aprisa que los años?
¿Usted qué cree?
Índice Flamígero: ¿Un nuevo Himno Nacional? ¿Corresponde el que ahora entonamos a la realidad actual del país? Dirían algunos que sí, pues estamos en guerra. Una guerra en la que estúpidamente –sin inteligencia– nos embarcó Felipe Calderón a.k.a. “Comandante Borolas”. Pero la vocación pacifista del país, acentuada ahora en la época de la 4T, indicaría que “el acero aprestad y el bridón” ya no nos mueve ni conmueve ni siquiera en defensa propia. Hay quienes proponen que sea Huapango, de José Pablo Moncayo, el que nos identifique entre nosotros y ante el mundo. Secundo la moción. ¿Usted, qué dice al respecto?
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