Claudia Rodríguez
Enrique, presidente, como tantas veces te nombre; sigo aguantando pero es más que evidente que te has olvidado de mí, de nuestros múltiples acuerdos, y seguro no sabes cómo sacudir de tu propia mente todas las órdenes que me dabas para disponer de dinero público asignado a la Sedesol y a la Sedatu cuando fui yo titular de las dependencias, con la finalidad me dijiste, de apoyar campañas electorales no sólo de candidatos priistas, sino hasta de uno que otro aspirante de distinta filiación política al PRI, que prometió trabajar mano a mano con tu proyecto político. Sabes Enrique, lo sé perfectamente, de múltiples derivaciones de recursos a otros destinos que tú me indicaste o sugeriste.
No sólo tú y yo recordamos la muy pública expresión con la que creí intentabas protegerme al decir: “Rosario, no te preocupes, hay que aguantar, porque han empezado las críticas, han empezado las descalificaciones de aquellos a quienes ocupa y preocupa la política y las elecciones”; cuando los panistas me señalaban de participar en una red electoral a través de la Sedesol que buscaba favorecer a las elecciones locales de Veracruz. Me sentí arropada y hoy sé lo efímero que es el poder, incluso el tuyo pues te he enviado mensajes desde mi reclusión, y nada sé de ti presidente, que no sea lo que me dicen de tu muy público retiro.
Creí que en un momento determinado hasta contaría con el apoyo de Carlos, sí de Salinas; quién sabrás dio órdenes para apoyar financieramente desde gobiernos locales priistas, al PRD cuando fui su dirigente nacional.
¡Caray! Me creí amiga de tus amigos, quienes, como tú, hoy parece que ni me conocieron. Y yo que presumía el que mi madre me hubiera visto reivindicada luego de que los perredistas y hasta morenistas, me ningunearan por mi episodio de vida al lado de Carlos Ahumada.
Todo lo que quiero decirte, corre más rápido por mi mente en una furia de ideas que viajan a mayor velocidad que lo que mi mano puede escribir en este papel “de cárcel”.
Sabes muy bien Enrique, que lo que he dicho al juez, es cierto. Tú conocías de todas las observaciones que la Auditoría Superior de la Federación hizo no sólo a la Sedesol, sino también en Sedatu durante tu sexenio. Yo te lo comuniqué de varias formas, pero igual me dijiste que nada pasaría, que todo quedaría entre nosotros con la nueva Administración priista.
Me deja molesta, que nada se le impute a Pepe Meade, de lo que a mí se me acusa, o a Videgaray y a Pepe Toño González. Ya hasta creo que de apuntarse como testigos en este proceso legal lo harían en mi contra, formando filas del lado de la Fiscalía.
No entiendo cuál la conspiración en torno a mi para no apoyarme, ayudarme en este terrible trance de mi vida con la justicia; si lo único fue servir a los intereses del partido y a los tuyos.
Tantas horas de encierro y soledad en esta reclusión, me han dado para entender que fui una pieza utilitaria en muchos trances de mi vida, pero el abismo en el que me perdí contigo, Enrique, es de verdad imperdonable.
Te insisto, si sé de ti, es por lo que me comentan quienes aún no me dan la espalda, y el único consuelo que a veces pasa por mi mente, es el que hasta tú, empiezas a entender la gravedad de la situación, porque ya sé de tus disfraces en público.
¡Ay presidente! ¡Sí hay de qué preocuparnos! ¿Y aguantar?… desde una celda, sí que es difícil, te lo adelanto. Porque aquí, como habrás ya notado, en el fondo de la carta que dirigí a Andrés Manuel, no hay nada que se parezca ni siquiera a un escritorio decente. La piedra es fría y apabullante.
Rosario Robles
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