La vida como es…
Dedicada al amigo Enrique Navarrete Mejia.
Conforme se me acumulan los años, los espacios del pasado los siento más cortos. Mi experiencia como marino la veo como un suspiro en mi vida. No me interesa hacer cuentas cuanto tiempo fue, sólo que ha quedado como un soplo en el espacio. Pero en ese pescar de recuerdos aparece el muelle veracruzano a donde llegaban o de donde salían los barcos de poco calado. Hacían los servicios de cabotaje por el Golfo de México.
Recuerdo mis años de marino errante: navegar, izar o arriar las velas; pilotar, timonear, guiñar, virar, fondear, recalar, varar y encallar; palabras que tuve que asimilar. Barloventear y sotaventear, drizar, orzar y pairear.
Mientras oteo el horizonte espero que escampe la tormenta. Los barcos que se quedaron crujen mientras las cuerdas siguen tensas.
Imagino a los marinos en altamar poniendo a su nave al pairo para sortear el temporal mientras buscan refugio seguro. Encallar, embarrancar, zozobrar, naufragar, palabras que quieren evitar.
Fui un marino que ataba cabos; al que le quedaban cabos sin nudos y nudos sin cabos; que conocí a muchos viejos lobos de mar.
El sonido del silbato se abre paso entre la pertinaz lluvia del Norte llamando a la tripulación que partirá en breve. El viejo marino, desde su refugio acecha las mirillas, fulgurando las pupilas.
Hoy, cuando manchones de invierno asoman por mis sienes y han aparecido surcos arados por el tiempo sobre mi rostro, como una fotografía aérea de dunas amenazadas, recuerdo la tarde que el Estrella Azul zarpó rumbo a Campeche. Aunque pequeño, tenía proa alta y una quilla afilada para sortear las peores tormentas. Llevaba una tripulación de cinco personas, incluido el patrón, además del grumete de 12 años que pretendía aprender los secretos de la navegación.
Por la noche comenzaron a llegar los informes del extravío, de la incomunicación con la pequeña nave que enfrentaba una gran tormenta. Un rayo destruyó la radio y el alto oleaje amenazaba hacer zozobrar a la nave. Imagino al capitán dar las órdenes para pailar contra las olas. Achicar bodegas. Un grito al grumete para que bajara a la sentina por la Cruz de Naufragio. “No la sueltes. Aférrate a ella como tu vida”. Un golpe encontrado levantó la nave varios metros sobre el nivel del agua; volaba. Parecía un albatros en medio de la tormenta. Instantes después, o eso les parecieron, se sumergió en una gran ola. El grumete abrazó la Cruz y con la cuerda de los Clavos de Nelson la aseguró a su brazo. La búsqueda fue intensa; hasta que… el cuerpo del niño-marinero apareció flotando; tenía los brazos abiertos y los ojos fijos en el infinito. En una de sus muñecas estaba atada la Cruz de Naufragio.
Los marinos sabemos que encontrar ese emblema significa una tragedia en el mar.