Francisco Rodríguez
Sucedió durante la etapa previa a la asunción de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República. Ese largo periodo en el que hay un titular del Ejecutivo en funciones y otro en calidad de “electo”. Reunidos en una cafetería de Polanco con Alfonso Durazo Montaño, los “genios” de la seguridad pública del país –que no han atinado a una en los últimos 20 años–, exponían cada cual sus respectivas ideotas para conformar, integrar y desplegar a la entonces aún nonata Guardia Nacional.
Ya habían escuchado al siempre oportunista Manuel Mondragón y Kalb –quien con su larga lista de títulos (doctor, general, almirante, astronauta, buzo, crooner, masajista deportivo, etc.) apantalla a los novatos– decir que el país debería dividirse en “cuadrantes” y otras zarandajas por el estilo, cuando el nuevo invitado a esa reunión, que se supone había sido antecedida por otras del mismo corte, hizo uso de la palabra.
Y ese nuevo invitado, el general José Francisco Gallardo Rodríguez, habló haciendo honor a su apellido paterno. Debut y despedida. No están acostumbrados a escuchar ni a hablar con verdad. Con lógica. Con sensatez.
Explicó Gallardo el significado que los constituyentes de 1917 habían dado al concepto de Guardia Nacional. Formada por el pueblo. Surgida del nivel municipal, que es la célula de la organización política nacional. Nada de “cuadrantes” ni redondeles. El municipio. La gente. Civiles que sufren las consecuencias de la prolongada crisis de inseguridad que padecemos. No militarizada. El pueblo.
Brincó Durazo quien, con la ideota ya preconcebida de militarizar al país, soltó un lapidario. “No, con la gente no. No confío en el pueblo.”
Y no, no confían. Sólo lo usan. Para el acarreo a mítines. Para votar a cambio de un tamal, una torta, un refresco, 200 pesos. Para las porras y el “¡viva-viva!”… y ahora para hacer las veces de escudo ante la violencia de los encapuchados que asuelan a las manifestaciones pacíficas.
Sheinbaum, como el avestruz
Un verdadero acto de cobardía política fue usar a civiles desarmados para contener a los vándalos que, una manifestación pacífica sí y otra también, provocan violencia en ánimo de que se desate la represión.
Cobardía política de la decepcionante jefa del Gobierno de CDMX para no pagar los costos de usar la fuerza legítima del Estado para proteger a la población y a los bienes materiales de esta, incluidos los edificios y monumentos públicos.
Cobardía política el uniformarlos con una playera blanca para hacerlos más identificables ante los agresores.
Cobardía política al desprestigiar, todavía más, a los integrantes de las policías que están bajo su mando, permitiendo además que las vejaran, escupieran e incluso orinaran… sin poder dar respuesta.
Uno, Durazo, desprecia al pueblo. No confía en él.
Otra lo usa como escudo para cubrir su cobardía política e ineficiencias.
“Diario Oficial” de Jaime Sabines
Sólo para relajarnos, un fragmento del poema del gran chiapaneco escrito en 1970, pero con vigencia actual:
Por decreto presidencial: el pueblo no existe
El pueblo es útil para hablar en banquetes:
“Brindo por el pueblo de México”,
“Brindo por el pueblo de Estados Unidos”.”
También sirve el pueblo para otros menesteres literarios:
escribir el cuento de la democracia,
publicar la revista de la revolución, hacer la crónica de los grandes ideales
El pueblo es una entidad pluscuamperfecta
generosamente abstracta e infinita.
Sirve también para que jóvenes idiotas
aumenten el área de los panteones
o embaracen las cárceles
o aprendan a ser ricos.
Lo mejor de todo lo ha dicho un señor Ministro:
“Con el pueblo me limpio el culo”
He aquí lo máximo que puede llegar a ser el pueblo:
un rollo de papel higiénico
para escribir la historia contemporánea con las uñas.
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