Por Arturo Sandoval
Advertencia: este escrito no es apto para menores de 18 años, puede haber contenido violento, vocabulario soez, irreverente, socialmente inaceptable; podría ofender a oídos castos o conservadores y neoliberales (pleonasmo).
“Buches de cemento” se recriminaba con esta frase a quien decía una grosería en el estadio de la Ciudad Universitaria en los años 60. El hoy muy usado “uei” era suficiente para considerarlo grosería, peladez. Incluso si entre amigos nos calentábamos y nos decíamos “uei” era tan grande la ofensa como para aventarse un “tiro”. Si se usaba con alguien que te llevabas fuerte, contestabas en letanía: “uei tu padre, vaca tu madre y tú pinche becerro vas y chingas a tu madre”
La normalización de las populares groserías, antes propiedad de los más ñeros, hoy forman parte del lenguaje cotidiano de las clases pudientes egresadas de Harvard, la Ibero y similares, sin distinción de sexos; o sea: fueron plagiadas al vulgo por la generación neoliberal para usarse hasta en anuncios de cerveza con lema de “somos chingones”.
En tertulias de intelectuales, en juntas ejecutivas de alto nivel, en fin: en todos segmentos y a todos los niveles, la normalización de la grosería para integrarla como parte del lenguaje frecuente. Aunque, ¡cuidado!: no es lo mismo decirlo con tono de Luis Miguel que con matiz ñero, porque como que esto último ofende a los comensales de restaurantes en Polanco, aunque en esa mesa se digan mil indecencias más.
Antes, quizás hoy también, no podía llegar con mis cuates en nuestro club de Tobi y compartirles que mi novia me mando a “freír espárragos”, porque” me vería muy “nena”. Lo correcto en aquel “desaparecido” mundo de machos era: “me mando a chingar a mi madre”
Puto se puede decir hasta con cariño entre cuates, como bullying inocente cuando despeja el portero, como ofensa a un supuesto macho para empezar un pleito o de muchas interpretaciones.
Sin embargo la palabra puto, puede tener el mismo rechazo social si se dice de forma violenta dirigida a una persona, sin importar si quien la dice es de aspecto elegante, educado, que si la dice el “Piojo” Herrera, como sucedió esta semana al calificar así a un árbitro.
¿Ya viste a ese “puto millonario? ¿A quién no le gustaría ser “un puto millonario” de la lista de Forbes? Ya no se oye tan mal esta palabrita ¿no?
Si a algunos políticos les gritan “hijo de la gran puta”, pues no sólo suena a eufemismo, aquí el ofendido no es el político sino la sexo servidora y más si son de los “moralmente destrozados”.
El “Puto yo” o el “Puto el que lo lea” de los fundadores de grafitis en bardas del siglo pasado, actualmente no hacen gracia, se verían ñoños; cuando antes eran muy invasivos y si caminábamos con la novia nos sonrojábamos ambos al ver estas pintas en una barda al mismo tiempo. Las groserías están en una verdadera crisis; sus connotaciones creativas, chuscas, violentas u ofensivas desaparecen con rapidez por esta normalización, por el exceso de uso en redes sociales y en otras plataformas. Es necesario inventar nuevas, verdaderamente vulgares o la picaresca en rojo, sólo será un nostálgico recuerdo.
Podría pensar que si no están de acuerdo conmigo, pues como dijo el maestro Muñoz Ledo: “chinguen a su madre” pero no lo haré queridos lectores, aquí nos es una Cámara legislativa, sería como coartar la libertad de expresión tan defendida por los neoliberales Loret de Mola. Si usted llegó a leer hasta aquí y es menor de 18 años, lo vamos a acusar con su abue.
NOTA: sin duda, por más educación y preparación académica obtenida, nadie puede ocultar ese pequeño Ñero que llevamos dentro y, seguramente saldrá en algún instante. “Hay excepciones, no somos iguales a los de antes”
Ah chingá ¿quién dijo eso?