México / Redacción MX Político.- AMLO es un ludita del siglo XXI. Parece empeñado en anclarnos al pasado. Quiere que cientos de miles de mexicanos planten árboles a mano (lo cual les permitirá subsistir, pero jamás salir de la pobreza), insiste en proveer subsidios a pequeños agricultores cuando nuestra prioridad debería ser la urbanización de la población para buscar su incorporación a mejor educación y a actividades productivas rentables.
Mató el Nuevo Aeropuerto, la única obra de infraestructura mayor que nos insertaría en las cadenas de valor globales. Sacrifica a nuestros niños al pactar con sindicatos magisteriales corruptos y retrógradas. Les quita fondeo a la ciencia y a la cultura, condenándonos al atraso y mediocridad perennes. Y el dinero que necesitaríamos para incorporarnos a la modernidad, prefiere tirarlo en Pemex, sin intentar resolver antes sus gravísimos problemas estructurales (invirtiendo además en refinación, cuando otras petroleras del mundo se salen de ese negocio).
Los luditas surgieron en el siglo XVIII, durante la Revolución Industrial inglesa, cuando Ned Ludd dio origen al movimiento en el que miles de trabajadores textiles -que por generaciones produjeron telas artesanalmente- fueron desplazados por telares mecánicos que las hacían de mejor calidad, a menor costo y en menos tiempo. Se lanzaron a quemar las fábricas que los dejarían sin trabajo, pero la presión económica por las Guerras Napoleónicas los habría de forzar a adoptar la nueva tecnología.
Por siglos han desaparecido oficios y profesiones, conforme la tecnología evoluciona y las necesidades cambian. Las economías exitosas se adaptan rápido, dando tiempo para una transición ordenada de quienes son desplazados, hacia actividades donde agreguen valor y mantengan acceso a una vida digna. Es tan injusto imponerles a los ciudadanos servicios anticuados e ineficientes, como lo es perpetuar a los trabajadores desplazados en actividades sin futuro, condenadas por su propia obsolescencia.
La Ciudad de México sufre otra amenaza ludita. Adoptar aplicaciones como Uber, Didi o Cabify debería ser prioritario, pues incrementa la seguridad del pasajero, quien conoce la identidad del chofer y las placas del vehículo que lo recoge. Al usualmente no haber intercambio de efectivo, el chofer deja de ser presa de asaltantes, lo cual facilita que mujeres desempeñen esa actividad.
Formaliza el servicio de taxi en un país asfixiado por la informalidad. Es también una herramienta esencial para el turismo en una ciudad que es destino de moda para familias y jóvenes atraídos por la cultura y la comida. Éstos ya son usuarios de Uber en sus países, no tenerlo los lleva a elegir otros destinos.
Estas aplicaciones son sólo la primera disrupción, la siguiente ya está en camino. Uber ha invertido más de mil millones de dólares en su plataforma para automóviles autónomos, que ya se usan en ciudades como Toronto o San Francisco. El beneficio para el ciudadano es enorme.
Primero, reduce dramáticamente la tarifa por viaje, pues el pago al conductor es la mayor parte del costo. Se estima que ésta bajará 80% en la próxima década, conforme se pueda prescindir de choferes.
Segundo, reduce congestión y contaminación, pues permite que haya menos automóviles circulando sin pasajero a bordo. Al enlazar las redes de taxis y utilizar herramientas de inteligencia artificial, puede optimizarse su ubicación, la selección de rutas, e incluso incrementarse la velocidad de desplazamiento, conforme haya menos humanos manejando, hasta llegar a cero. Esto no ocurrirá de la noche a la mañana, pero el banco UBS estima que el mercado de taxis autónomos valdrá dos millones de millones de dólares en 2030.
Esta migración será uno de los mayores retos para las ciudades modernas, que podrán recuperar enormes espacios liberados por estacionamientos, y reducirá la necesidad de nuevas vialidades. Será también una de las formas más eficientes de transporte público.
Ceder a las presiones de luditas, a expensas de servicios que los ciudadanos demandan, sería suicida, pero en este gobierno ya no sorprendería. [Agencia Reforma]
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