CUENTO
Cuando nació, era tan pequeño que jamás pudo imaginar que con el paso de los años su existir se convertiría en la cosa más difícil de transitar. En un mundo loco e idiota le había tocado caer. Y sin nada que pudiese hacer para escapar de él, al final terminaría encontrando la manera para huir de esta misma dura realidad.
Durante los primeros años de su infancia, las cosas siempre marcharon de manera normal. La escuela primaria había transcurrido sin ningún tipo de problema que pudiese considerarse verdaderamente serio. Huérfano de madre y padre a la edad de dos años, el niño había quedado bajo el custodio de su tía materna, una mujer a la que todo el pueblo siempre había considerado muy extraña y excéntrica.
Tanto ella, como su sobrino, eran muy mal vistos por todos los habitantes de aquel pueblo. “¿Qué tenemos de diferente, tía?”, preguntaba Malinche Kid a la hermana de su madre, cada vez que iban a buscar agua al pozo ubicado en el centro de aquel lugar.
De camino a casa, su tía siempre le respondía lo mismo: “Nada”. “Lo que pasa –continuaba- es que nos tienen envidia”. “En el fondo desean ser como nosotros, pero como ven que no pueden, pues entonces no les queda más remedio que vernos como a unos fenómenos”.
No conforme con la respuesta que su tía le había dado, Malinche Kid, después de depositar el agua en una tinaja, decidió irse a sentar bajo la sombra de aquel árbol. Sentía que necesitaba encontrar la verdad. Algo en su interior le decía que su tía mentía. Debía haber algo más. Así que él, a partir de ahora, no descansaría sino hasta encontrar la respuesta a todo aquello.
Y como en todo pueblo pequeño todo se llega a saber, pues así fue como sucedió que un día se supo lo de este niño meditador. Un vecino suyo, aparentemente, fue quien había regado la noticia como si esto fuese algo malo: “En la casa de la mujer extraña hay un niño que está muy loquito, ¡se la pasa sentado debajo de un árbol, con los ojos cerrados…”. “¡Válgame Dios!”, empezaron a decir las mamás de los demás niños cuando lo supieron. “¡Te prohíbo que te lleves con él! No vaya a ser que te pegue su locura”.
“Dime Tía –decía el niño, mientras cenaba-, ¿por qué la gente del pueblo dice que estoy loco? ¿Acaso meditar es algo malo?” “¡De ninguna manera!”, respondía enérgicamente su tía. “Los locos son ellos, que no saben tanto como tú”. “Tú sigue meditando, y no hagas caso de lo que digan de ti”. “Concéntrate en lo tuyo, y ya verás que un día de estos, cuando te des cuenta, ya habrás encontrado lo que buscas”.
Al llegar el sol del nuevo día, a las seis en punto, Malinche Kid se levantó, y cuando fue a la hamaca de su tía para despertarla, después de moverla, primero suave y después rápido y con más fuerza, ésta no se despertó. “Tía, ¡Tía!, ¡despierta!”, le insistió su sobrino, varias veces. Pero su tía nunca lo hizo.
“¡Nooooo!”, gritó el niño, para después dejar caer su cuerpo sobre el de ella. Abrazándola con todas sus fuerzas, maldijo a la vida que nuevamente le arrebataba a uno de sus seres amados. “¡Tía!, ¡no me dejes solo en este mundo de locos!” “¿Cómo le haré para seguir en este mundo de vacíos?”
Cerrando sus ojos con todas sus fuerzas, con su cuerpo abrazando a su tía, el niño escuchó que ésta le respondía, con voz suave y reconfortadora: “Pequeño Buda, ¿de qué te preocupas?” “Tú, sabedor de muchas respuestas, ¿acaso no sabes que el sufrimiento puede evitarse?” “Cómo, ¿cómo puedo hacerlo?”, pidió saber Malinche Kid. “Sigue meditando, y ya verás que un día de estos encontrarás la tan ansiada respuesta a tu pregunta”.
Esa vez, cuando el pueblo entero se enteró de la muerte de esta mujer, en vez de lamentarlo, todos se pusieron felices y contentos. Porque nunca más tendrían que soportar mirarla pasar con su cuerpo despidiendo un aroma a flores de primavera. Por lo tanto, nunca más tendrían que sentir envidia al respecto. Muerta ella, ya no había nada a qué temerle. Por fin todos los habitantes volvían a recuperar la paz y la tranquilidad. La excéntrica por fin había expirado.
“¿Por qué mi tía nunca fue como las demás personas?”, se preguntaba el niño, mientras permanecía bajo el árbol. Muchas eran las preguntas que se hacía. Y muchas las respuestas que no lograba encontrar. Es por esto que, por cada día que pasaba, solamente se juraba a sí mismo de que no importaba cuanto tiempo pudiese llevarle, él no dejaría de buscar sino que hasta que hubiese hallado todo que buscaba.
Pero el tiempo siguió pasando y Malinche Kid aún no encontraba nada. Aun así él no desistía en su búsqueda. Con los ojos cerrados, se concentraba lo más que podía. Y un día, al abrir los ojos, se dio cuenta de que ya habían pasado más de dos años desde aquella mañana en la que había salido a sentarse debajo de aquel árbol.
Mirando todo lo que a su alrededor había, le pareció que nada había cambiado. Pero unos instantes después, cuando se frotó los ojos, descubrió que algo sí lo había hecho. Y este algo era nada más ni nada menos que la tumba de su tía.
Enterrada en un rincón de aquel terreno, sobre la tierra ahora habían montones de matas de rosas amarillas; el color favorito de su tía. Acercándose al lugar, el niño, con sumo cuidado, acercó la mano y entonces arrancó una de ellas, la cual después asentó sobre la tierra. “Te extraño mucho, tía”, dijo, mientras trataba de imaginársela llenando su tinaco.
La gente del pueblo siempre había visto este hábito como algo muy excéntrico. El que esa mujer acostumbrase ir todos los días al centro del pueblo a buscar agua para llenar su bañera, les bastaba para catalogarla como una persona que no estaba bien de la cabeza. “Ahí va loca”, solían murmurar todos cuando la miraban pasar con su sobrino. La mujer, que ya lo sabía, poco le importaba ser tomada como tal. “Ser DIFERENTE cuesta muy caro”, decía siempre a su sobrino.
“¿Por qué hay personas en el mundo que no han nacido siendo como el resto de las demás?” Ésta era la pregunta a la que Malinche Kid quería encontrarle la respuesta. Pero sus muchos años de búsqueda, todavía hoy, seguían sin dar resultado. Aun así, él sentía que no podía darse por vencido. Su búsqueda debía continuar, así le tomase varios años más, o incluso un siglo entero; Maliche Kid estaba dispuesto a seguir.
Con el pasar del tiempo, el niño ya no necesitó comer, ni nada por el estilo. Su cuerpo desde luego que había enflaquecido. Todo él ahora estaba en huesos. Pero esto, como él lo sabía, solamente era una parte de todo su sacrificio.
Unos días después, cuando todo el pueblo supo lo de su condición, rápidamente empezaron a tildarlo de loco. Acudiendo al lugar, entraban y salían, durante todo el día. De todas las personas, los que más disfrutaban verlo en esa pose, eran los niños. Parados frente a Malinche Kid, no paraban de hacer bromas y de reírse por cómo meditaba.
“Ya no me interesa esta vida terrenal”, meditaba el niño, completamente absorto de la realidad que lo rodeaba. “Todas las personas a las que yo amaba, ya no están en este mundo. Por lo tanto, todo lo que ahora deseo es poder desaparecer, para de esta manera poder ir adonde ellos están”. “Mi tía dijo que cuando las personas mueren, van directo hacia el cielo, para después convertirse en estrellas”. “Mi madre debe estarme esperando”, pensó el niño, mientras que su cuerpo empezaba a sentir la lluvia caerle encima.
Esa noche llovió muy fuerte, pero a pesar de esto, Malinche Kid permaneció en su lugar. Ninguno de los muchos truenos lo había asustado. Inmóvil como estaba, parecía haberse convertido en una extensión de aquel árbol. Su cuerpo muy mojado, a pesar del mucho frio que hacía, se mantuvo cálido.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del sol llegaron, no pareció que la noche anterior haya caído una tormenta muy grande. Toda la tierra se encontraba seca. Las hojas de los arboles también lo estaban. Malinche Kid en cambio, seguía estando mojado. El fuerte viendo le había revuelto el pelo. Su ropa, a la que el polvo había ensuciado, parecía ser ahora la de un pordiosero.
Quizás y fue por esto que ese día, los niños, apenas verlo, se empezaron a burlar mucho al respecto. A las ocho en punto ya estaban presentes cerca del árbol para contemplar aquel espectáculo tan raro: “Un niño loquito se la pasa sentado debajo de un árbol. Gentes, ¡vengan a presenciar un espectáculo increíble, algo nunca antes visto!” No se sabe a quién se le había ocurrido mandar a hacer un anuncio, diciendo lo que Malinche Kid hacía.
Parado frente a la entrada de esa casa, la persona no dejaba pasar a nadie, si antes no le pagaban un boleto. Las gentes de este pueblo, como también las de uno vecino, venían a raudales. Ver con sus propios ojos a aquel niño, era para ellos como presenciar el mejor de los actos raros. Así que no chistaban en pagar.
Varios días fueron los que la gente disfrutó de semejante “espectáculo”, hasta que por fin llegaría el momento en el que todo terminaría. Ese día sería uno de los más bellos que ojos humanos han visto jamás. El azul del cielo parecía más azul de lo normal. Los pájaros surcaban los aires de a montones. Loros de los más variados colores pasaban volando, chirriando con sus voces. Todos ellos daban la impresión de querer anunciar algo. Cientos de flamencos, palomas y demás especies también formaban parte del gran desfile de aves. Todo era una fiesta en el aire.
La gente adulta ahora ya no sabía hacia dónde mirar. Los niños en cambio, habían empezado a aventarle objetos a Malinche Kid. Piedras pequeñas que encontraban en ese mismo lugar, así como también semillas del árbol bajo el cual se encontraba sentado, asestaban hacia el cuerpo del niño. Los pájaros en el cielo poco les importaban.
“Dios mío”, empezaron a gritar los adultos después de un rato, “¡el mundo se va a acabar!” El cielo se había puesto muy rojo. Daba la impresión de que alguien había vertido sangre sobre él. “¡Dios se está desangrando!”, se le ocurrió decir al más miedoso de todos.
Los niños, ajenos a todo ese escándalo, jamás interrumpieron sus juegos. Aventaban y aventaban cosas al niño, tan solo para ver si hacían que abriese los ojos. Pero Malinche Kid nunca lo hizo. “Intentemos con piedras más grandes”, dijo uno que se creía muy inteligente. Apenas decirlo, todos los demás se fueron a buscarlas.
Transcurridos unos minutos, regresaron con sus cargamentos. Los adultos que ni cuenta se habían dado, debido a que seguían mirando a las aves pasar encima de ellos, al final no entenderían el por qué esos niños quedarían turulatos –trastornados- de por vida.
Malinche Kid se encontraba ahora en lo más profundo de su meditación. Por su mente pasaban un montón de imágenes. Algunas eran borrosas, y otras muy claras. La imagen de su madre, por más que se esforzaba, no lograba verla con total claridad.
“No importa, ¡no importa!”, empezó a repetirse el niño, “pronto, pronto, si puedo lograrlo, estaré ya junto a ella…” Estas cosas pensaba Malinche Kid, mientras que las piedras daban contra su cuerpo, causándole dolor que desde luego su mente ya había aprendido a bloquear. “Puedo hacerlo, ¡puedo logarlo!”, no paró de repetirse.
Y de repente, cuando uno de esos niños se encontraba ya con el brazo levantado, listo para avenar la piedra que su mano tenía agarrada, vieron que al cuerpo de Malinche Kid le empezaba a suceder ALGO, algo que desde luego no sabían de qué se trataba.
Parados desde sus lugares, se pusieron a gritar como locos al momento de ver que el cuerpo de Malinche Kid se convertía en agua. “Uay, ¡uay!” Sus alaridos se asemejaban mucho a los que una persona hace cuando algo muy doloroso le está sucediendo. Más sin embargo a ellos no les sucedía nada parecido. Sus quejidos más bien se debían a que estaban presenciando con sus propios ojos algo que al final los dejarían trastornados. “¡Uayyyyy! ¡Ha desaparecido!” Esto fue lo que al final todos esos niños exclamaron.
En efecto que así había sucedido. Luego de transformarse en agua, Malinche Kid fue absorbido por la tierra, para más tarde, al calentar el sol, evaporarse. Subiendo así hasta el espacio, lento y bellamente, ahora él habita en una de esas miles de estrellas que brillan en el cielo cuando es de noche. El niño finalmente lo había logrado: llegar hasta donde él quería estar; junto a su madre…, y demás seres queridos.
FIN.
Anthony Smart
Octubre/28/2019