Francisco Gómez Maza
• No veo una conspiración gubernamental contra de los mencheviques mexicanos
• Y quienes están por un golpe de estado no han sobrevivido bajo una bota militar
No saben lo que dicen quienes aspiran a derrocar al gobierno federal mediante un golpe de estado militar. Pero es comprensible que lo deseen porque López Obrador atenta contra sus intereses de clase; contra su riqueza acumulada a costa de robarle a los trabajadores.
Los ex presidentes de la república, todos de la clase dominante, perdieron sus millonarias canonjías y, por lo mismo, odian el cambio y tienen que propagar ese odio, primero, entre los intelectuales pagados, orgánicos, amanuenses del Viejo Régimen; entre los empresarios, entre los periodistas que ya no reciben su iguala mensual, y entre la gente que pasó de noche por la Universidad, que vive pobre, pero que tiene aspiraciones y complejo de ricos.
Los enemigos del presidente no argumentan. Acusan, denostan, levantan falsos testimonios, difunden noticias falsas para crear un ambiente golpista. Lo dijo abiertamente, hace poco, el expresidente panista-priista, Vicente Fox, vendedor de Coca cola y botas vaqueras. Que iban a darle en la madre a la Cuarta Transformación.
Otro tanto conspira Felipe Calderón. Y aunque perro que ladra no muerde, si reparte el miedo entre los espíritus débiles, sobre todo de la clase media jodida, que tiene ingresos de pobre pero que, gracias a la tarjeta de crédito, vive como rica. Estos tienen pavor de perder el automóvil que nunca acaban de pagar, la casa de lujo que también deben, y todos los lujillos que se dan mediante el crédito bancario.
Pero hablar de golpe de estado es estar ya en el límite del paroxismo. Es ver fantasmas en el cielo raso de la recámara. Es estar al borde de la locura. Le tienen pánico al socialismo. Al comunismo. ¡Hágame usted el favor! Pero si el gobierno de López Obrador es socialista o comunista, yo entonces soy reptiliano.
López Obrador no pasa de nacionalista, juarista. Pero como esos sus enemigos son admiradores de la vida muelle del vecindario de Beberly Hills, o de Virginia, pues ven a un comunista en cada militante del Morena y a López Obrador como un Lenin o, más risible aún, un Stalin. Y yo no veo que vaya a haber expropiaciones de sectores industriales particulares, como ocurre en los regímenes de economía centralmente planificada. No veo que el gobierno esté preparando comunas, o comités del poder popular, o una revolución armada en contra de los mencheviques mexicanos.
Es, como escribí antes, el sumun del paroxismo de los que defienden el culto a Pluto, el dios griego de las riquezas. Es el miedo de los opulentos, de los agraciados por la diosa Fortuna a quedarse en la pobreza. Pero no pasa de ser eso, paroxismo, pues López Obrador no es un peligro más que para sí mismo, como lo es cualquier ser humano para él mismo.
Y es que pareciera que los que se oponen a López Obrador añoraran el pasado reciente de corrupción descarada, de guerra peor que la de Siria. Todo lo que está ocurriendo no es más que polvos de aquellos lodos, de aquella podredumbre de los Fox, de los Calderón, de los Peña. Corrupción, impunidad, simulación, cinismo.
Parece increíble que México aún esté de pie. No es un país rico. Sus riquezas minerales se las llevan las compañías canadienses o estadounidenses. Sus pozos petroleros fueron secados por las administraciones del PAN y del PRI. Y los políticos se llevaron hasta las cortinas y los trastes de la cocina. Esquilaron las arcas nacionales. Atracaron a los mexicanos. Lo curioso es que les robaron hasta a los que se dicen enemigos de López Obrador.
¿O no Vicente? ¿O no Felipe? ¿O no Enrique? Dense por servidos que no están ahora en una celda de cualquier reclusorio, como lo está, por ejemplo, Rosario Robles Berlanga, a quien su amigo Peña dijo: “No te preocupes, Rosario”. Y mientras Rosario está en el bote, Enrique goza de las delicias de lo robado con su nueva conquista.