* En las elecciones ya no se dirime el lugar que puede ocupar la sociedad en el diseño de su propio destino, sino que los administradores de los poderes fácticos resuelven sus reyertas o diferencias sobre el tablero de la contienda electoral. Es el sucedáneo del circo romano, mucho más oneroso que lo “invertido” en Le Cirque du Soleil
Gregorio Ortega Molina
¿Quién compra el cuento de que las últimas elecciones fueron una fiesta para la democracia? ¿A quién quieren engañar con la versión mediática de que la reforma política de la CDMX la exigió la sociedad? ¿Quiénes fueron los ganadores de la “fiesta cívica” del 5 de junio? ¿Y para eso le van a construir su Olimpo al INE? ¿Se modificó el mapa político del poder? ¿Permaneció la cartografía económica de ese mismo poder
Cuando el primer paso de la democracia, que son las elecciones, está diseñado para dirimirse y adquirir legalidad en los tribunales electorales, quiere decir que decidimos cerrar los ojos a una realidad que conocemos, pero nos negamos a aceptar: el poder dejó de estar en manos de los políticos y se trasladó a los activos de los barones del dinero. En las elecciones ya no se dirime el lugar que puede ocupar la sociedad en el diseño de su propio destino, sino que los administradores de los poderes fácticos resuelven sus reyertas o diferencias sobre el tablero de la contienda electoral. Es el sucedáneo del circo romano, mucho más oneroso que lo “invertido” en Le Cirque du Soleil.
Modificamos las reglas del juego y transformamos a los gladiadores en candidatos, dispuestos a morir en la contienda que, es seguro, de ganarla los sacará de la miseria.
Si los gladiadores fueron esclavos de adinerados, senadores, militares, nobles y poderosos, los candidatos decidieron no sujetar su voluntad sino a aquél que les garantiza su acceso al poder, de allí que se perdiera la congruencia ideológica y la lealtad a los principios. Se puede pertenecer a cualquier partido siempre y cuando se ostente el único requisito que hoy se exige: corruptibilidad capaz de garantizar impunidad a los antecesores.
Hemos convertido a los árbitros civiles de la contienda electoral en dioses olímpicos, los premiamos con salarios que van más allá de cualquier parámetro y, además, se les construyen instalaciones que les permitirán, durante su tiempo legal de representación, vivir verdaderamente en el Olimpo.
En cuanto a los árbitros legales, éstos nos dan la verdadera medida de la democracia que festinamos, porque el sufragio adquiere su verdadero, auténtico valor, al momento en que los ministros y el ministro presidente del TEPJF deciden que la elección es válida; lo mismo sucede cuando las elecciones son locales. No es la voluntad de los electores la que determina el triunfo, sino la prudente y sabia decisión de los jueces electorales.
El 83 por ciento de abstencionismo en la elección de una asamblea constituyente, muestra el nivel de aceptación de lo que se empeñaron en vender como panacea y vehículo a la candidatura de Miguel Ángel Mancera.
¡Viva la democracia que nos hemos construido!