EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
La Plaza de San Marcos inundada, 15.11.19
Ciudad de México, sábado 23 de noviembre, 2019.– Sí, estamos tristes no tanto por lo que se dice la canción, sino porque Venecia está con el agua al cuello, su trágico destino.
La canción habla de estar triste en Venecia cuando “son tiempos de amores muertos, cuando ya no se ama más y buscamos las palabras pero, el tedio se las ha llevado; quisiéramos llorar y no podemos, sí, qué triste es Venecia cuando las canciones no hacen más que remarcar los crudos silencios y el corazón se encoge al ver que las góndolas abrigan la felicidad de los enamorados…”
Y no como ahora que han cerrado la Plaza de San Marcos por el aqua alta. Duele ver eso, como si nos enteráramos de uno de nuestros queridos amigos que está enfermo y sólo deseamos que se alivie, imaginando que sea algo pasajero, una ilusión, aunque la realidad sea otra.
En 1976, el año que dejé IBM para empezar el largo camino de la edición y la escritura, seguí editando como free lance la revista Nonotza con la que aprendí el oficio aún siendo Asistente del Presidente y Director de Comunicación Externa.
Un verano antes de mi renuncia, viajamos un mes con toda la familia por Italia, por el norte de Roma. Un día llegamos a Venecia cuando Lorenza, la madre de mis hijos, dio la vuelta para ver de golpe la Plaza de San Marcos y no poder contener el llanto impresionada por los efectos de la belleza de ese espacio.
Durante esos días entrevisté al director del Centro Científico de IBM que trabajaba en el desarrollo de modelos para evitar o prever las posibles inundaciones como la que ahora los atosiga, amenazados, desde la Edad Media, cuando era la sede de la poderosa República Veneciana y el moro de Otelo era su general y comandante en jefe.
Muy pocos años después, en un viaje furtivo, desplegué como nunca antes la sensación de felicidad y, como si fuera actor de una película de la época, ,e había puesto de acuerdo con el piano bar del Hotel, a orillas del Gran Canal, a quien le mandaba una copa cada vez que bajaba de mi habitación y él interpretaba “Que c’est triste a Venise”, para ver el atardecer o de salir a tomar otra copa al Harry’s Bar donde preparaban los Bellini y donde, en otros tiempos, se emborrachaban Orson Wells, Dorothy Parker y Ernest Hemingway, antes de cerrar el día con una magnífica cena. Tomábamos copas y brindábamos por la vida, explayando así, la sensación de estar más vivo que nunca a pesar de la resaca por la lectura puntual que había hecho de Madame Bovary de Flaubert.
Fue en esa Venencia de los setentas cuando publiqué mi primera entrevista en Nonotza sobre un tema que ya, desde entonces, invertían millones de dólares algunas de las empresas internacionales como IBM deseando que Venecia librara su maldito destino.
“El río está dentro de nosotros, el mar en torno nuestro”, decía T.S. Eliot en uno de sus cuartetos y esa sensación se logra tener en Venecia: ríos llenos de vida, amenazados por la marejada del inconsciente y sus efectos, tal como ahora somos testigos.
“¿Quién no experimenta cierto estremecimiento y tiene que luchar contra una secreta opresión al entrar por primera vez, o tras larga ausencia, en una góndola veneciana? Esa extraña embarcación, que ha llegado hasta nosotros invariable desde una época de romanticismo y de poemas, negra, con una negrura que sólo poseen los ataúdes, evocando aventuras silenciosas y arriesgadas como la noche sombría en el último viaje silencioso”, decía el profesor Aschenbach en La muerte en Venecia de Thomas Mann.
Las noticias de Venecia nos han conmovido y somos testigos de un destino que se ha adelantado por los cambios climáticos.
Algo ha pasado que no se han hecho las cosas que debieron hacerse hace tiempo y, tal vez por eso, mejor salgo a caminar y chiflo “Que c’est triste a Venise” a ver si así me consuelo.