Habrá que hacer historia: en los últimos días de diciembre de 1920 Vladimir Lenin, durante una sesión del grupo parlamentario bolchevique del VIII Congreso de los Soviets, dijo: “Es una desgracia pero estoy muy enfermo. No puedo decirles nada más”.
Desde aquel entonces comenzó a pasar más tiempo en la aristocrática mansión Gorki, a las afueras de Moscú, que en su despacho en el Kremlin. Los médicos consideraban que el debilitamiento físico y los constantes dolores de cabeza eran consecuencias del estrés sufrido en los últimos años y de la herida en 1918: supuestamente, “la bala de la pistola de Kaplán contenía veneno con acción retardada”.
En diciembre de 1922 Lenin sufrió un derrame cerebral que le hizo perder la movilidad de la pierna y el brazo derechos. Más tarde llegó una leve recuperación que permitió al líder revolucionario escribir varios artículos sobre las cuestiones económicas y la administración del Estado soviético, así como su famosa carta al Congreso. En la misma Lenin caracterizó brevemente a su círculo de colaboradores y, en especial, a José Stalin, al que calificó de demasiado caprichoso, poco educado, poco paciente y poco leal. “El camarada Stalin, al convertirse en secretario general, concentró en sus manos un poder inmenso y no estoy seguro de que sea capaz de utilizarlo con suficiente prudencia”, escribió Lenin.
Enfermo, muy enfermo, pero lúcido eso sí.
Muchos años después, en 1990, tras ser intervenido quirúrgicamente de una hernia discal –un largo padecimiento que le hizo crisis durante una visita a España–, el entonces diputado soviético Boris Yeltsin describió ante las cámaras de televisión su situación post-operatoria:
“Me duele algo la espalda, pero la cabeza continúa trabajando y pensando. Un político es siempre un político, esté enfermo o no”.
Un político, en efecto, siempre es un político. Esté enfermo o no.
VALLEJO, UN EJEMPLO
Durante muchas semanas desde Morelia, la capital de Michoacán, han surgido noticias sobre las enfermedades del mandatario priísta Fausto Vallejo, quien incluso solicitó una licencia temporal para realizarse exámenes médicos que le revelaran su verdadero estado de salud.
No fue esta la primera ocasión que diversos intereses políticos de distintas naturalezas cada cual lo colocaron al borde de la tumba. El secretario general de Gobierno Jesús Reyna, por ejemplo, comía hace unos días ansias de poder y prácticamente lo desahuciaba.
Por fortuna, tanto para él como para Michoacán, Vallejo no está tan enfermo como se ve.
Hace unas horas lo ratificó el portavoz de su gobierno, quien señaló que tras recibir los resultados de los estudios que se le practicaron, se descartó que el gobernador de Michoacán, Fausto Vallejo, padezca alguna enfermedad terminal o crónico-degenerativa.
El vocero del gobierno del estado, Julio César Hernández, dijo que ha quedado descartado que el mandatario estatal padezca cáncer o insuficiencia renal.
“No hay un diagnóstico de enfermedad terminal, por fortuna; no hay una enfermedad crónica degenerativa, que descartamos desde el principio que fuera un cáncer; está confirmado por estos diagnósticos, ni tampoco hay problemas de insuficiencia renal”, dijo.
También informó que los médicos han asegurado al gobernador que no tendrá ninguna dificultad o impedimento para cumplir con su compromiso al frente de la administración estatal.
De esta forma, Hernández Granados descartó cualquier posibilidad de renuncia, licencia o interinato en la entidad.
Ni modo, Jesús Reyna. Las ansias de novillero no cristalizaron… por ahora.
Lúcido como Lenin, quizá hasta jocoso como Yeltsin, Vallejo podrá ratificar que “un político siempre es un político: esté enfermo o no”.
Índice Flamígero: Luisa María Calderón, motejada cual “La Cocoa”, formaba filas entre quienes creían decidir el destino michoacano. Públicamente mostró su inconformidad con la versión que colocaba a Jesús Reyna como gobernador sustituto. Aunque hay quienes dicen que tal oposición estaba pactada. ¿Usted que cree?