FRANCISCO RODRÍGUEZ
Cuando un poder establecido dentro de un Estado –cualquier poder, cualquier Estado en el mundo conocido– pisotea sus bases constitucionales, demuele el estado de Derecho, avasalla sus principios administrativos, y sobre todo, deja de prestar a los ciudadanos las garantías de seguridad personal y de justicia, es que ha abandonado su razón de ser.
Ha pasado por encima de sí mismo, abdicado y torcido sus facultades, sembrado la desconfianza entre la población, desviado sus atribuciones. Se ha despojado del plebiscito ciudadano, para arroparse en caprichos personales y turbios, ha dejado de ser una maquinaria democrática para abrazar una tesitura absolutista y despótica.
Es cuando ha llegado el momento de organizar a las fuerzas sociales, sectoriales, geográficas y regionales, para celebrar un nuevo Pacto Fundacional, un Acuerdo que recoja las simientes y las proyecciones con las que fue inspirado. Una nueva Constitución que responda al interés supremo de la Nación.
Ese es el momento que ha llegado para nuestro país, después de que en un lapso ridículo se han demolido las estructuras jurídicas, el modelo constitucional de desarrollo, las bases de políticas de Estado sobre seguridad, justicia, educación, erga omnes, por encima de proyectos ilusos y tentaciones peligrosas.
Es demasiado tarde para esperar rectificaciones, difíciles de aplicar con voluntarismos necios y afanes primarios. Hay datos duros, pendientes quebradas, afanes de perpetuidad que deben ser atajados antes de que nos arrepintamos de no haber actuado a tiempo.
Ausentes la justicia, su aplicación y procuración, y la seguridad
Desde el inicio del presente régimen chusco y opresor, debieron ponerse en práctica las únicas dos razones que dan sentido al Estado y a su poder: la justicia, su aplicación y procuración, y la seguridad para la coexistencia civilizada. No esperar a que vengan de afuera a cantarnos las cuarenta.
Pero las dos razones han estado ausentes y no se han explicado sus faltas. Todos piensan que se debe a la complicidad, a un pacto de impunidad, para colmo, firmado ante los beneficiados que lo obligaron por la simple y sencilla razón de que no creyeron ni creen en la palabra del Caudillo, tantas veces traicionada.
Y cuando los poderes facticos, los hampones y ganones del pasado reciente no creen en las promesas exigen firmas en el documento de marras para poder mostrarlo urbi et orbi cuando llegue la ocasión, usted sabe.
Se burló la conciencia ciudadana con una promesa de consultas
Porque dar seguridad era cuestión de amarres, de programa y de objetivos. Todo eso nunca existió. Se creyó que con la simple voluntad de alguien que había sacado treinta tristes millones de votos era suficiente para que los grupos delincuenciales postergaran sus acciones.
Dar justicia implicaba empezar por los primeros, aquéllos que más daño hicieron a la patria. No iniciar y terminar con los charales, chivos propiciatorios de la Cuarta Transformación, escudos blindados para la crítica que se vendría encima con toda la fuerza de la desilusión.
Todo pudo ser elevando a la categoría de políticas de Estado a la seguridad y a la justicia. Nunca hubo la voluntad de aplicarlas. Se burló la conciencia ciudadana con una fatua promesa de consultas populares que resultaron agua de borrajas. Se perdió en el camino el bono de confianza, la garantía de la gobernabilidad.
Lo anterior seguramente ya no se pudo hacer, despues del compromiso mayúsculo, del Pacto de impunidad celebrado a espaldas de la Nación. Como ya no se pudo, ahora tendremos que pagarlo todos, asumir todas las consecuencias de vivir dentro de los confines de un Estado fracasado y demolido.
La tormenta, próxima. Durará en el país dos o tres décadas más
Y las facturas llegan desde el exterior, rebasan a un estado acojonado y de rodillas, reducido a su mínima expresión. Los agravios e insultos resuenan acá abajo. Todos estamos pagando los dislates, los errores y las graves consecuencias.
Seremos tratados en la cacería fiscal no sólo como brujas, sino como cómplices del narcotráfico, con incautaciones de bienes, extinción de dominio y todos sus materiales.
Ahora sí, si se quiere sobrevivir al aquelarre, tendremos que cambiar en el futuro inmediato, de régimen, estilo de gobierno y edificar un blindaje para la tormenta que se avecina y se estacionara en este país por lo menos dos o tres décadas más.
El país entero debe hacer un nuevo acuerdo para la supervivencia
Nunca más deberemos creer en soluciones fáciles, ni en líderes iluminados, ni mucho menos en buenas voluntades. El país entero deberá hacer un nuevo acuerdo para la supervivencia. Las materias básicas que debe contener un nuevo Pacto constitucional están a la vista de todos:
Un modelo de desarrollo obligatorio, que fortalezca y promueva el mercado interno, jamás las obritas de Carlos Slim – Carlos Salinas; políticas de Estado sobre empleo, productividad, desarrollo tecnológico, educación digital, seguridad pública y nacional, procuración e impartición de justicia, que rebasen todos los privilegios y caprichos.
Un frente amplio con un solo objetivo: ganar y erradicar lo pasado
A nadie escapa la necesidad de hacerlo pésele a quién le pese. Aunque tenga que formarse un frente amplio de partidos y sociedad con un solo objetivo: ganar y erradicar lo pasado que hoy es presente.
Con la advertencia grave, más grave que nunca: que si no lo hacemos… ¡Adiós Nicanor!
¿No cree usted?
Índice Flamígero: “La Oposición tiene garantizado el derecho de manifestación, además, es una libertad fundamental el que nos podamos expresar, manifestar, protestar, el derecho a disentir. Yo lo veo bien, además, lo hemos dicho varias veces, estamos construyendo una auténtica democracia, no una dictadura”, dijo ayer en “la mañanera” el presidente de la República. Gracias. Muchas gracias.
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