Hace unos pocos meses escribí que la inseguridad que se posesionó del Territorio Nacional, tuvo su origen en virtud de que en algunas instituciones fundamentales del Estado, que constituyen el soporte básico de la justicia y soberanía, sufrieron un evidente y paulatino deterioro, de modo tal que en ésta Cuarta Transformación poca gente confía en ellas o, mejor sea dicho, en aquellos que la dirigen, y los mexicanos seguimos convencidos de que los escándalos que afloran sólo son la punta del iceberg.
Lo cierto es que dicha situación ha producido tensiones políticas, inconformidades con la injusticia e inseguridad, manipulaciones en la información (Ovidio en Culiacán), malestares sociales etc., etc., que no deben de durar indefinidamente.
El problema es que, México ya no debe de sostenerse con los vaivenes de la política. En la actualidad los problemas pretenden resolverse no en justicia donde cada personaje ya no desarrolla su función, sino el que le viene impuesto por los acontecimientos de esos vaivenes de la política, y estos acontecimientos, se producen fuera del ámbito natural de esa justicia. En efecto, lo judicial ocupa un campo que excede del que por ley le corresponde, en cierta forma sustituye al discurso político, lo cual distorsiona el ritmo de éste y en algunas ocasiones incluso lo anula. A su vez, lo político pretende manipular a la justicia y lo consigue con la torcida y secreta aspiración de que el poder que lo representa no desarrolla con independencia el papel que constitucionalmente le corresponde.
Ante toda ésta situación, de la que también los gobernados somos corresponsables, gran parte del pueblo anda inconforme, perdido y desanimado porque le faltan los referentes de justicia, y acaba por criticar a Don Andrés Manuel López Obrador. Un pesimismo indolente nos invade y conduce a una especie de <síndrome de enajenación> que tan bien describe FROMN.
El engranaje de los conceptos política y ética que es tanto como el uso del legítimo del poder en un Estado de Derecho frente al oportunismo arribista en el ejercicio del mismo, en lugar de funcionar con armonía, se entorpece e impide los avances prometidos por la Cuarta Transformación y por el manoseado triunfo de la <razón de estado de las huestes morenistas> aniquilando la <razón democrática de los mexicanos>. Don Salvador Mondragon Guerra en sus grandes cátedras universitarias nos ilustró diciendo que la Filosofía del Derecho, es precisa al referir “que el Estado es la asunción dialéctica de los derechos y libertades de una comunidad concreta”. Ésta Cuarta Transformación no es solamente una ente de razón: es, y debe ser, sobre todo, un mediador de las experiencias reales y contrapuestas de un México en movimiento.
Lo ético, según decía tan eminente y probo catedrático, encarna el sentido del límite en el ejercicio del poder. Por ello en ésta Cuarta Transformación se debe evitar que el poder político pretenda patrimonializar su uso en perjuicio de su genuina definición como servicio público. El poder no es de nadie, por mucho que sea su legitimidad. Por ello aquél histórico “Plan de San Luis”. Precisamente por ello el poder no se confiere por una sola vez y en forma permanente, sino que exige y le exige al pueblo su renovación a partir de su manifestación de voluntad en la urna. Maquiavelo lo dijo: “el poder corrompe”.
Decía Montesquieu que “en toda magistratura hay que compensar la grandeza del poder con la brevedad de su duración”.
Ésta Cuarta Transformación requiere a fin de arribar a buen puerto erradicar la corrupción en la esfera de justicia y para ello es indispensable implementar medidas certeras aplicadas con precisión y en las partes afectadas, a la par, nosotros los gobernados estamos obligados a revitalizar nuestra sociedad civil, obligando y vigilando la instauración de una cultura de ética política. De ello no ser así pobre México.
Alberto Woolrich Ortíz
Presidente de la Academia de Derecho
Penal del Colegio de Abogados A.C.