Redacción MX Político.- La fama que construyó a partir de sus célebres asaltos, no le alcanzó a Alfredo Ríos Galeana, considerado en la década de los 80 como el enemigo público número uno del país, para que las autoridades federales dieran a conocer oficialmente la noticia de su muerte.
El exsoldado del Ejército y expolicía que se incorporó luego a las filas de la delincuencia falleció en diciembre pasado en un hospital del Seguro Social del estado de Oaxaca a causa de una infección en la sangre, de acuerdo con información extraoficial.
Con un récord de más de 20 asaltos bancarios perpetrados entre 1978 y 1984, terminó su carrera delictiva en julio de 2005, cuando fue aprehendido en la ciudad estadunidense de California y trasladado posteriormente al penal de máxima seguridad del Altiplano. En 2009 fue condenado a 25 años de prisión.
Gracias a su fama, inspiró al director de cine Juan Manuel Cravioto a llevar a la pantalla grande su vida delincuencial. El filme se llama Mexican Ganster, el cual fue protagonizado por el actor Tenoch Huerta.
En su biografía, Ríos Galeana también grabó discos con el sobrenombre de El charro misterioso y, ya en prisión, grabó música cristiana, según informó Apro.
A continuación, se reproduce una estampa de su vida publicada por el semanario Proceso en diciembre de 1986 (número 527) y escrita por el ya fallecido cronista Carlos Monsiváís.
Ríos Galeana, un mito construido con ayuda de la corrupción
Carlos Monsiváis
El crimen no es una enfermedad, es un síntoma… y el crimen organizado es el precio que pagamos por el culto a la organización. Lo tendremos con nosotros durante mucho tiempo. El crimen organizado es el otro lado sucio del dinero rápido.
Raymond Chandler, El Largo adiós.
Cada foto alecciona. Sólo la primera de 1981, tomada en los separos, es distinta. Allí, golpeado, sucio, con la mirada perdida del acoso, el detenido se despreocupa por el flash. En tamaña medida, esto no volverá a ocurrir. En la presentación ante la prensa, ya rasurado y repuesto, el detenido se explaya sin sentido de culpa visible, mientras lo escucha el guardián de la ley, general Arturo Durazo Moreno, jefe de la policía. Click. El rehén sonríe y declara mientras lo contempla el subjefe policiaco Francisco Sahagún Baca, con la expresión solícita de los guardianes de la ley. Click. Disminuido por las rejas y acrecentado por el pequeño motín a su alrededor, el-sujeto-de-marras oye el auto de formal prisión. Click. Cuatro años después, sonriente, con actitud de candidato a la gubernatura, el detenido se jacta mientras lo contempla, suponemos que impávida, la procuradora del DF Victoria Adato de Ibarra.
Nace una estrella
Alfredo Ríos Galeana nace en 1951 en Arenal de Alvarez, en el estado de Guerrero. De su biografía predelictiva se sabe poco, lo que aporta el análisis de personalidad del Reclusorio Sur, del 24 de febrero de 1986 (Unomásuno, 5 de diciembre). Sus padres, Sabino Ríos Benítez y María Galeana Ibarra, vivían en unión libre. Sabino muere en 1952, y Ríos Galeana crece en condiciones muy adversas, su “progenitora laboraba como diseñadora y en ocasiones como costurera de una tienda de ropa, situación que motivó que el interno deambulara por las calles de la comunidad parte del día. Así transcurrió parte de su vida hasta los 17 años de edad, cuando emigra a la ciudad de México, en busca de mejorar su economía”. Así es, ya no se dice “vagar” sino “deambular por las calles de la comunidad”, y Ríos se alista en el Ejército Mexicano donde obtiene el grado de sargento segundo, lo que, por lo visto, no le resulta currículum suficiente. En 1985 asegura haber cursado la carrera de ingeniería civil, enseña un título profesional con su foto, y el nombre de Luis Fernando Gutiérrez Martínez (luego dirá haber llegado hasta el quinto semestre de ingeniería civil). La policía contraataca: el título es falso, y los conocimientos de Ríos no van de acuerdo con la escolaridad que proclama (¡Qué acto de confianza policiaca en la UNAM!) Lo que no es falso es la sagacidad de los peritos del Reclusorio que en su diagnóstico criminológico de Ríos, afirman que en él “no se encontraron datos biográficos que sugirieran proclividad criminal, proviene de un núcleo familiar donde careció de la figura paterna y de una adecuada orientación y estimulación. (Por eso) decide independizarse en la adolescencia, ingresando a la milicia, donde fue adquiriendo un desarrollo ascendente para el rompimiento de la norma”. Más diáfano ni Derrida.
Una etapa no aclarada del personaje. Según fichas policiacas, Ríos es detenido por vez primera el 17 de octubre de 1974. ¿Cómo o quién elimina este tropiezo curricular y le permite a Ríos ser en 1977 miembro estrella del Barapem (Batallón de Radio Patrullas del estado de México)? Según Ríos Galeana, en 1974 los agentes del Servicio Secreto lo dejaron libre con tal de que trabajase para ellos. Entonces deserta del ejército y se une a las “Fuerzas del Estado”, organismo que el gobierno de Carlos Hank transforma en Barapem. El “cuerpo modelo” lo es durante el año de adiestramiento, al cabo del cual emergen 560 elementos que de inmediato desprestigian al batallón.
Comisionado en Xalostoc, Ríos se distingue por su astucia y eficacia. Pasea por doquier su metro ochenta de estatura, es ostentoso y ágil, maneja las armas con ambas manos y en Barapem da clases de educación física, defensa personal y tiro. Pronto, Barapem se convierte en el azote de los obreros mexiquenses y empresas aledañas. Con puntualidad, hay asaltos masivos en los días de paga, golpes, torturas e intimidaciones para los renuentes, que incluyen acusaciones de tráfico de drogas. El asedio es tan extremoso que el líder de la CTM Fidel Velázquez se ve forzado a amenazar con marchas de protesta en Toluca.
No hay necesidad de que don Fidel grite “El obrero organizado/jamás será robado”. Concluye esa impunidad y en septiembre de 1981 Barapem desaparece por decreto. Ya desde antes Ríos, según cuenta, se ve obligado a delinquir: “Renuncié a la policía el 16 de enero de 1978, por el bajo salario, aunque ya había cometido mi primer asalto días antes, el 10 de enero”. Al parecer, los hechos delictuosos realizados durante su estancia en Barapem no le resultan dignos de tomarse en cuenta para su ficha.
El asalto más notorio de esta etapa de Ríos, homenaje no tan involuntario a Bonnie and Clyde, Baby-Face Nelson o Bloody Mama, ocurre el 18 de septiembre de 1979, en la sucursal Bancomer de Tlaxcoapan, Hidalgo. Allí la banda obtiene millón y medio, y huye perseguida por la Policía Federal de Caminos. En la fuga, matan al oficial Eduardo Morales Ovalle, y –por resistirse al despojo de sus automóviles– a los campesinos Reynaldo Ortega Cristóbal y José Guadalupe Rodríguez, y a los taxistas Jaime Rodríguez y Rogelio Vega Paredes (En un asalto anterior la banda ya había asesinado a un policía bancario).
Todo como en película. En la conformación del personaje no es de extrañar su manifiesta predilección por los medios masivos. El se ve a sí mismo, y ésta es su tradición inescapable, como un héroe cinematográfico, alguien encumbrado por la astucia y las balas, a quien las cámaras siguen ocultamente. Esto explica su capacidad de riesgo y su voluntad de anacronismo. Si se le compara con otros jefes policiacos, Ríos Galeana es singular. Es “artesanal” y encabeza los asaltos, se ufana de sus actos, no le interesan las calificaciones morales, y, de seguro, no le conmueve en lo mínimo la conclusión del dictamen criminológico de 1986: “Partiendo del análisis global del sujeto en estudio, se considera que posee un índice de estado peligroso y probabilidad de reincidencia en alto”.
jvg