Por Aurelio Contreras Moreno
En el ya lejano año de 1993, se celebró una cena pagada por quien en esos años era uno de los hombres más ricos de México, el tuxpeño Roberto Hernández, dueño de Banamex.
A la reunión, que se llevó a cabo en la casa de Antonio Ortiz Mena, el secretario de Hacienda de los gobiernos del periodo conocido como del “Desarrollo Estabilizador”, convocó el entonces senador de la República, ejecutivo de Televisa y futuro gobernador de Veracruz, Miguel Alemán Velasco.
El invitado de honor al convite al que asistieron los principales empresarios de la época no era otro que el presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari. Y el objetivo muy concreto: pedirle a los hombres del dinero que se “cayeran con su cuerno” con generosas aportaciones económicas para financiar la siguiente campaña presidencial del PRI, mismas que en una sola noche alcanzaron la suma de 26 millones de pesos –que en ese momento eran mucho dinero-, tal como lo narró el periodista Francisco Barradas Benítez en una nota que le mereció ese mismo año el “Premio Nacional de Periodismo” que todavía entregaba el propio gobierno.
Aquel episodio fue conocido el “pase de charola” del régimen priista a los empresarios, que gustosos “pasaron a Belén cantando” con sus chequeras, pues en ese entonces era impensable decirle que no al Presidente de México. Claro, a cambio recibieron prebendas, privilegios y jugosos contratos otorgados por el mismo gobierno como premio a su “compromiso” con el partido oficial, que para el sistema era un sinónimo del país. Y porque de gratis, nada, además.
La noche del pasado 12 de febrero, se celebró en Palacio Nacional una cena convocada por el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a la que acudieron 100 de los más importantes empresarios del país.
El objetivo también fue tan concreto como el de hace 27 años: “pasarle la charola” a estos empresarios. Aunque esta vez no para financiar una campaña –o al menos eso dicen, porque este mismo año comienza el proceso electoral rumbo a los comicios intermedios de 2021- sino para “apoyar” de “manera voluntaria” la compra de billetes de la Lotería Nacional para la “rifa” –ahora llamada “conmemorativa”- del avión presidencial, cuyos recursos juran se destinarán a la “asistencia pública, hospitales y adquisición de equipo médico”. Rubros para los que, se supondría, tendría que existir un presupuesto público asignado para su atención.
A la cena de 2020 asistieron algunos que estuvieron presentes en aquella de 1993, como Miguel Alemán Velasco; o el hijo de quien más aportó hace más de dos décadas, Emilio Azcárraga Jean, cuyo padre se consideraba a sí mismo un “soldado del presidente” y del PRI.
Por supuesto, no podía faltar Carlos Slim Helú, el hombre más rico del país y alguna vez del mundo, hoy converso a la “fe” de la autodenominada “cuarta transformación”, igual que en su momento fue ferviente “creyente” –y beneficiario- del salinismo. Y otros más como Carlos Bremer, el indulgente comprador de la mansión del presunto traficante Zhenli Ye Gon y uno de los artífices de la bursatilización con la que Fidel Herrera y Javier Duarte hipotecaron el estado de Veracruz.
Esta vez, a los magnates se les dio a escoger entre algo así como “membresías” para el “club de la 4T”, que iban desde los 20 hasta los 200 millones de pesos por cabeza. Según lo dado a conocer por el gobierno, se comprometió el pago total de mil 500 millones. Nada mal para una cena de tamales de chipilín.
Hoy, como ayer, el acto es el mismo: la extorsión institucionalizada, encabezada por el Presidente de la República, para sacarle dinero a los empresarios que a cambio, mantienen a salvo sus negocios de una “chicanada” desde la Unidad de Inteligencia Financiera y, como premio adicional, hasta reciben más contratos del gobierno. Y por adjudicación directa, faltaba más. Pregúntele a Ricardo Salinas Pliego si no.
Lo bueno que iban a separar al poder político del económico. Y que ya se “acabó la corrupción”.
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