MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Hace 25 años fue viernes el Día de la Bandera.
En esa fecha el entonces procurador General de la República, Fernando Antonio Lozano Gracia, y Pablo Chapa Bezanilla, ascendido a subprocurador Especial para el caso Colosio, saboreaban el triunfo en la investigación del asesinato del candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Cumplían una encomienda no escrita del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León: investigar y aclarar el asesinato de Luis Donaldo y cerrar la pinza con el caso Ruiz Massieu. Todo en cuatro días de una supuesta investigación que Lozano Gracia presumió como escolapio con la estrellita en la frente.
Así, en Tijuana, Baja California, por ahí de las siete de la mañana de ese viernes 24 de febrero de 1995, en la avenida Insurgentes, cerca de la colonia Jacarandas, en la zona de La Mesa, un piquete de federales encabezado por el comandante Juan Benítez Ayala, entonces subdirector Operativo de la Subprocuraduría Especial, detenía a Othón Cortez Vázquez.
A Othón lo llamaron “el segundo tirador”, es decir quien accionó la segunda arma contra Colosio Murrieta. Mario Aburto Martínez, el primer tirador, detenido el mismo 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurina, cuando consumó el asesinato, fue sentenciado en 1995 a 45 años de prisión.
La hipótesis del segundo tirador fue alimentada por Lozano Gracia y avivada por un protagonista Chapa Bezanilla, famoso en esos tiempos por fabricar culpables a su paso por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, como fiscal en la zona norte de la capital del país.
El 7 de agosto de 1996, Othón Cortez (desde aquellos días nunca se corrigió que se escribiera el apellido como Cortés) fue absuelto y liberado por el entonces juez segundo de Distrito en Materia de Procesos Penales Federales en el Estado de México, Jorge Mario Pardo Rebolledo, hoy ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A Raúl Salinas la dupla Lozano Gracia-Chapa Bezanilla aplicaron todo el peso del gobierno en turno. Aprehendido el 28 de febrero de 1995 –cuatro días después de la detención de Othón Cortez– acusado de ser autor intelectual del asesinato de su cuñado José Francisco Ruiz Massieu, Estuvo en prisión diez años, hasta el 14 de junio de 2005.
Othón y Raúl fueron factor justiciero de Lozano Gracia, diputado federal del PAN que, en diciembre de 1994 fue convocado por Ernesto Zedillo para asumir la cartera de procurador General de la República, con la encomienda de solucionar tres asesinatos: dos políticos y el tercero vinculado al narcotráfico, es decir, los de Luis Donaldo Colosio Murrrieta y José Francisco Ruiz Massieu y el del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, éste ultimado en el estacionamiento del aeropuerto internacional de Guadalajara Jalisco, el 24 de mayo de 1993, supuestamente por equivocación en un ajuste de cuentas entre Joaquín El Chapo Guzmán y los hermanos Arellano Félix.
Hoy, Othón está enfermo, la diabetes ha hecho mella en su salud y recientemente estuvo hospitalizado.
La fama que le sigue puede calificarse de mala fama porque se le estigmatizó; con él se cometió una severa injusticia al grado de que Lozano Gracia, hoy cabeza de un importante y caro bufete de abogados con sede en las Lomas de Chapultepec, cuando Othón advirtió que lo demandaría por los daños que le provocó haber sido encarcelado, sonrió y dijo que se iba a divertir.
En efecto, Lozano y Chapa se divirtieron. El ex procurador dejó el servicio público y se encumbró como abogado penalista; Chapa fue a prisión, una vez que huyó y fue detenido en Madrid, España; allanado al proceso de extradición llegó a México y tras breve estancia en el Reclusorio Sur, fue absuelto. ¿Y Othón?
EL PLAGIO. Othón ha pasado muchas duras y pocas maduras. Como vigilante de un parque en Tijuana, fue asaltado y golpeado junto con otros empleados.
Por eso, por esa mala racha que le ha acompañado, aunque su familia lo arropa y los dos pequeños que hace 25 años iban en el Ford Tempo cuando le cayó la desgracia por ser señalado como el “segundo tirador”, son adultos y llevan de la mano al Benjamín del matrimonio Cortez-Valenzuela, porque lo conocí de cerca, como ocurrió con sus padres y su hermano Josué, entiendo que le hayan seducido con el canto de la fama hecha libro.
Por eso es que me resisto a pensar que Othón entregó sin chistar a un sedicente escritor el disquete que le proporcioné con parte de la historia que comencé a escribir en busca de que su caso no corriera la suerte del archivo muerto, de diluirse con el tiempo en la desmemoria de la injusticia que se mantiene en estancos del cobro de facturas políticas.
Hace unos años me enteré de un libro que se había publicado bajo el título de “Caso Colosio El Segundo Tirador”, con la sugerente pregunta: “¿Estás listo para la verdad”? Evité buscarlo y leerlo para no contaminar mi trabajo que pretendía y pretende, ser un gran reportaje con aspiración de novela política.
Incluso, hace tres años el colega Federico Campbell Peña me regaló el texto en su segunda edición que tuvo un tiraje de mil ejemplares y me comentó que Othón se lo vendió en unos 250 pesos.
Finalmente decidí hojearlo y encontré que, el autor llamado Constantino Presa, quien admite no ser escritor pero que se interesó en el caso Colosio y conoció a Othón, quien le confió el trabajo de escribir su historia, pese a que sabía que yo estaba en ese proceso, utilizó textos íntegros que son de mi autoría.
¿Por qué no publiqué esta historia cuando Othón presionaba para terminar de escribir y publicarlo? Porque, se lo dije reiteradamente, no quiero ser autor de un trabajo anecdótico que termine en el montón de textos que aspiraron a ser leídos y se quedaron como soportes de mesas desniveladas.
Posiblemente a Othón le ganó algo que, por respeto que le tengo, no me atrevo a citar con todas sus letras.
Pero el amigo Constantino Presa y el editor (Editorial Flores/ Flores Editor y Distribuidor) debieron haber comparado textos. Cometieron inexactitudes a propósito. El caso de Othón lo conozco íntegramente, tengo citas y detalles que Constantino sin duda no conoce. “El segundo tirador” dista mucho de ser un trabajo profesional, es un compendio de textos inconexos, de copia y pega, quizá con la corrección del apellido Cortés por Cortez, pero no tiene género alguno.
Lamento que Othón haya entregado mis textos sin consultarme; el hecho de que sea el personaje central no le otorga autoridad alguna para utilizarlos con fines comerciales. Le entregué una copia en disquete para que leyera los textos y me aportara su opinión y corrigiera detalles que así lo requirieran. Un abogado que lo defendió tiene una copia y no rompió el compromiso de caballeros de guardar su contenido en lo privado.
Citan el autor y el editor que entregué textos para ser utilizados, mentira. Me citan como reportero y articulista del periódico La Jornada y que en ése diario publiqué parte de lo que contiene el disquete. ¡Mentira! Nunca he trabajado para La Jornada.
Trabajé para La Crónica de Hoy, no para La Crónica de México. ¿Inexactitudes a propósito? Reitero que usaron textos íntegros para ese compendio, que son de mi autoría y de los que cuento con originales, incluso uno de ellos revisado por Pablo Hiriart, quien me anotó algunas recomendaciones en la primera página de una texto de más de medio centenar de cuartillas.
Plagiaron mi trabajo. No autoricé su uso, mal habría hecho en contra de mis convicciones de reportero. Reitero que me resisto a pensar que Othón procedió motu proprio en el uso comercial y con fines de lucro de un trabajo que le entregué para consulta.
En consecuencia, me reservo el derecho de proceder legalmente contra Constantino Presa y Editorial Flores. Citan que no está permitida la reproducción total o parcial “de este libro (…) sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copy Right”. ¿Me pidieron permiso para utilizar textos de mi autoría? ¿Dónde hay una autorización firmada por mí?
Hace 25 años comenzó a concretarse la fabricación de un culpable. Y lo defendí con mi trabajo de reportero en La Crónica de Hoy; Lozano Gracia buscó dañar mi reputación y, no tengo pruebas de que él haya girado la orden, hasta me amenazaron de muerte. Othón y Raúl Salinas eran casos delicados, complicados por el factor político.
Pero, hace unos días recibí el peor revés y mal sabor de boca que un reportero puede sufrir en el desempeño de su trabajo: encontrar que sus textos han sido plagiados y vendidos.
¿Restituirán Constantino Presa y Editorial Flores mi derecho a usar lo que es mío? Ojalá, porque no está en mi ánimo afectar a Othón, por quien guardo profundo respeto, ni a su familia a la que agradezco sus atenciones en esos días en los que La Crónica de Hoy crecía como un diario de lectura obligada. Conste.
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