* Imposible que la realidad acepte otros datos, por eso críticas por los feminicidios causan escozor; se niega a reconocer que el poder es femenino
Gregorio Ortega Molina
Tiempo y realidad van de la mano, imposible una sin el otro. La manera en que vivimos y cómo lo hacemos modifica, para cada uno, la percepción de los segundos, los minutos, las horas, los días… en un reduccionismo absoluto, puede decirse que cada quien hace su cuenta larga y su cuenta corta, de acuerdo a como le va en la feria.
La noche y el día no son lo mismo para todos. Participamos de una idea general de su significado, de la diferencia entre luz y oscuridad, de la manera en que han de aprovecharse una y otro, pero incluso entre miembros de una misma familia, de un colegio de profesionales, de una secta, de una religión, el modo de vivir la realidad y el tiempo son individuales, personales. Para los hombres es imposible compartir el periodo lunar de las mujeres. Sangre y tiempo son hechos que determinan características de lo femenino y el carácter y comportamiento de las personas sujetas a ese particular ritmo de vivir, hasta que el reloj interno del cuerpo modifica todo.
Realidad y tiempo hacen del poder, del oficio de mandar, una actividad con más exigencias y características femeninas que masculinas. La toma de decisiones, la discusión y maduración de una idea que ha de cristalizar en institución, reforma, cambio en los métodos de enseñanza o en la manera de obtener recursos para garantizar bienestar y salud, imponen un ritmo lunar, durante el cual la o el responsable del mandato constitucional, modifica su percepción de la realidad y la adecua a su ensueño o sueño, a su deseo de tener resultados inmediatos o, si conoce el carácter de los gobernados, al esfuerzo de modificar hábitos y cultura para cambiar el futuro y el destino, convertirlos en otro proyecto, diferente ensueño, con su muy especial ritmo lunar.
Realidad y tiempo transforman lealtades y complicidades, porque la oferta desde el poder es casi similar a la que se hace desde el púlpito, puesto que ambas se sustentan en la promesa de una vida mejor. Los políticos lo ofrecen para mañana, los prelados y predicadores, para cuando llegue el tiempo de la vida eterna. Cuenta corta y cuenta larga, pues, hermanadas en una similar idea de la realidad, desde los poderes terrenales y celestiales.
Imposible negar que AMLO ha modificado su propia e intensa realidad. Vive a otro ritmo, respira en otro tiempo, quizá hasta se mueve en otro espacio, el suyo, el propio, el de Palacio Nacional, tan diferente al de Los Pinos. De allí que se crea sus propios cuentos, de que vea como triunfos logrados lo que permanece como promesa, y como un éxito rotundo el reparto de enormes cantidades de dinero que nada producen, sino aceptación para él, y miseria para quienes lo reciben.
AMLO se niega a aceptar, como lo puntualiza Albert Camus del análisis de la obra de Nietzsche en El hombre rebelde, que “el dominio absoluto de la ley no es la libertad, pero tampoco la absoluta disponibilidad. Todas las posibles adiciones (a esa ley) no hacen la libertad, pero lo imposible es la esclavitud. El caos también es una servidumbre. Sólo hay libertad en un mundo en el que lo que es posible está definido, al mismo tiempo que lo que no está permitido. Sin ley, no es posible la libertad”.
Imposible que la realidad acepte otros datos, por eso críticas por los feminicidios causan escozor; se niega a reconocer que el poder es femenino y su ciclo es de seis años, nada que ver con lo lunar. Pero, insisto, el ejercicio del poder es femenino.
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@OrtegaGregorio