Jorge Miguel Ramírez Pérez
Un misógino desprecia u odia a las mujeres, no nació así; sino así se deformó. Hay una herencia, no genética, pero si conductual, por la que se señala que todo lo malo puede asociarse sin equivocación a las mujeres.
Es tal, la maligna influencia que hasta osadamente se les atribuye el origen del pecado.
Una interpretación forzada del pasaje de la desobediencia en el Edén, reproduce la culpa, señalando a Eva como la única causante.
De hecho, la Escritura afirma que Adán le echó la culpa al Creador: “la mujer que tu me diste” dijo. En otras palabras, un Adán auto calificado “inocente”, irremediablemente desobedeció al Dios Todopoderoso, por no despreciar tal vez, la probada que le ofrecía la fémina compañera, pero no reconoció su falta. Acudió presto a sumarse a la rebeldía, sin objetar lo consabido. Ese es el hecho, no otro.
Fueron echados del huerto, la pareja y los dolores de parto para ella, como la improductividad recurrente de la tierra para él, fueron el inicio de los sinsabores. Pero, jamás Adán pudo prescindir de Eva. Y es que no se puede peregrinar sin ellas, sencillamente son la exacta mitad de todas las ilusiones, de todas las poesías y de todas las desventuras de los seres humanos.
Y esas desventuras no dejan de ser con ellas, de todas formas, la esencia también de la vida misma.
Así que la decisión de un día sin ellas, no deja de ser sobrecogedor.
Muchas lo ven como represalias por no ser valoradas en su justa dimensión. Nunca lo serán suficientemente, por cierto. Valen mas.
Otras quieren expresar las frustraciones por leyes, procedimientos y jueces inmunes a la piedad. Su enojo para muchas, es por sociedades que se burlan por sus reclamos de justicia, les cierran las puertas en la cara y les cercenan los sueños que motivaron los riesgos, de avanzar resueltas.
Muchas mujeres quieren poner fin a las reyertas, como las mujeres de los romanos que no permitieron las venganzas de los sabinos, sus padres y hermanos; contra sus maridos e hijos.
Las más, buscan no enaltecerse, sino ser medidas y pesadas con cordeles y balanzas sin trampas. El punto justo, no más, no menos.
Pero mas allá de honrar un trato humano de dignidades plenas; la convocatoria tiene un tono de reclamo de ultratumba. De cuerpos despojados de la vida, por una especie siniestra indigna de llamarse humana. Dejaron los chacales de ser hombres, para calificarse los criminales, como bestias rabiosas.
Mujeres mutiladas de su preciada vida, ultrajadas por mentes y pasiones desordenas, para los que una vida de castigo no es suficiente para expiar la verdadera justicia y la inmensidad del daño. Y más, a la par de los perpetradores, los que, desde la autoridad descarnada, frivolizan con los irreparables quebrantos.
Homicidios secos, violaciones perversas, ataques a la indefensión, ¡pura cobardía! Obligan a clamar con la mayor de las indignaciones que satisfagan la venganza del cielo y de la tierra.
La manifestación se torna de gravedad propia. Es un testimonio para detener y sepultar los agravios de nuestras mujeres, la iniciativa tiene la fuerza para escalar el cansancio de ser ignoradas. No está vencida esa potencia, sino por el contrario, atemoriza por la ira acumulada por el desprecio de la vida de todas ellas.
La manifestación en sí, sea como consigna maliciosa o como auténtica generosidad, en su motivación primigenia, enaltece y reafirma. La maldad que no se excluye por sistema, se destierre o no; dejará una huella perniciosa si se permite; una señal de fealdad que ellas no se merecen.
El meollo es que llegó el hartazgo y se tiene que resolver el rezago de justicia, ya; y de fondo. Sin medias tintas. Aunque disguste a los machistas embozados que señalan falsas conspiraciones.
El día señalado, va engrosando el empuje de siglos apelmazados. No se puede diferir la cita que jamás nos pasó por la cabeza. El extraño plazo empieza con la voluntad de ellas mismas, porque no pueden, porque no podemos, permitir ningún deceso mas que avergüence nuestra nación y entendimiento.
El enojo va a destellar el vacío de responsabilidades y la ausencia de mandos de justicia….
Un día sin mujeres es un día de luto.
Verlas regresar será un día de renacimiento. Porque la marcha a gritar lo descarnado, les habrá dotado de una fortaleza que desconocían, de una certidumbre insospechada, para jamás dejarse pisotear por nadie. Es un canto a la vida, lo que se antoja sublime.
Una nueva ocasión no solo para amarlas. Lo más importante. Sí; pero con el sentimiento, el compromiso valeroso y paralelo de ofrecerse a combatir en sus lides brazo con brazo, lado a lado, para que la justa furia, ceda ante la calidad de un renovado trato; que reivindique las vejaciones, con la profusión de los castigos que, por ningún motivo, deben ser ahora postergados.
¡Faltaba más!