CUENTO
Érase una vez un hombre, a quien una lluvia torrencial de muchos días le había dejado su patio convertido en una laguna. Con tristeza infinita y con un dolor supremo, el hombre miró su patio totalmente inundado. “¡Ay!”, lloró. Dejándose caer hincado sobre el agua, sus lágrimas fueron sumándose a toda esta lluvia, que para nada había disminuido. “Ay de mí. ¡¿Dónde cagaré ahora?!”, le preguntó el hombre al cielo.
Abatido se sentía, porque ya no tenía su patio. Sus llantos y quejas, de tan fuertes que eran, llegaron hasta el palacio del gobernador, quien al saber de la desgracia del hombre, enseguida mandó a que le construyesen un baño, en el que apenas y podía caber una gallina, de tan pequeño que era.
Todos creyeron de que el hombre aceptaría la oferta que le habían hecho, pero no fue así. “¡De ninguna manera!”, objetó. Los ayudantes del gobernador quedaron muy sorprendidos ante esta reacción. “¡Lárguense ahora mismo de mi casa!”, les pidió luego. Las personas obedecieron.
Apenas quedó solo, el hombre sin patio, nuevamente comenzó a llorar. “Ay, ¡ay!, ¡ya no tengo dónde cagar!” Sus lamentos duraron un buen tiempo. Pasada una semana, además de llorar, también empezó a gritar. Y precisamente esta sería la razón por la cual el rey de aquel lugar mandaría a buscarlo.
“¡Hace ya más de seis días que no puedo dormir por tu culpa!” “Dime, pidió saber el rey; ¿cuál es la razón de todo tu llanto y lamentos?” “Es que…” Parado cabizbajo frente al rey, el hombre sin patio comenzó a hipar. Al escucharlo, el rey mandó que le trajesen un vaso lleno con agua.
“¡Continua! ¿Qué decías?”, preguntó el rey, cuando el hombre se acabó el agua. Mirando de soslayo, el hombre sin patio, al comprobar que solamente un soldado había en aquel cuarto, al fin pudo decir: “Es que, ¡es que ya no tengo dónde cagar!” “¡Hombre!”, se rió el rey. “¿Y por algo tan simple es que no me has dejado dormir?”
“Ven, ¡acércate!”, le pidió al hombre sin patio. El hombre sin patio obedeció. Al quedar frente a él, el rey le dijo en voz baja: “¡Eso se puede arreglar enseguida!” “Mandaré a mis soldados a que sequen tu patio”. Poniendo cara de alegría, el hombre sin patio, abrazó efusivamente al rey.
El hombre afligido, nuevamente volvía a estar como antes: feliz. Los soldados del rey caminaban junto a él. En sus manos llevaban palas y mangueras, con las cuales drenarían el patio del hombre. Éste, no veía la hora para tener su patio como antes.
Cantando como si fuesen muy buenos amigos, el hombre y los soldados se la pasaron así, hasta que al fin llegaron al lugar. Pero…, llevándose las manos sobre sus mejillas, el hombre vio que donde antes estaba su patio, ahora había un montón de pequeñas casitas. “¡¿Qué le ha pasado a mi terreno?!”, gritó.
Pobre hombre. Mientras se ausentó, el gobierno de su estado aprovechó para vender al mejor postor-empresario los metros de tierra que constituían su patio. Horrorizado por lo que veía, corrió hasta las casitas, las cuales enseguida se puso a patear. “Mi patio, ¡mi patio!”, se puso a gritar, ¡otra vez! Y así es como al final, se había quedado, no solamente sin patio, sino que también sin casa. El gobierno también la había rematado.
FIN.
Anthony Smart
Marzo/12/2020