Francisco Gómez Maza
• El doctor Claude Bernard tiene toda la razón
• ¡Si nuestro sistema inmunológico fuera fuerte
Una clarísima señal de la incertidumbre y el gran miedo de millones de seres humanos a la pandemia del coronavirus puede verse en lo que les ocurre a los inversionistas, que juegan en los mercados de riesgo, o en los mercados cambiarios: Enloquecen cuando caen todos los índices de precios y cotizaciones y la moneda se deprecia, tragedias que ocurren por su inconciencia; no por las pandemias. Si los jugadores, los inversionistas, los vendedores y compradores, estuvieran plenamente conscientes de sí y del mundo donde viven, no ocurrirían tales tragedias financieras, o se darían sin causar incertidumbre y miedo. Las caídas son la cara oculta de los mercados.
No tendría que ocurrir ninguna desgracia en las bolsas, en donde se intercambian papeles por dinero, lo mismo que en un gran mercado de víveres, donde se intercambian tomates, por ejemplo, por dinero. Tales comportamientos erráticos no responden a las leyes de la ciencia económica, sino al desdén que tienen por ella los jugadores, los compradores y los vendedores, que van a comerciar los papeles en estado inconsciente.
Y también es falso que la causa sea la pandemia. La enfermedad del coronavirus, en este caso, tendría que afrontarse con sabiduría, con plena conciencia, lejos del miedo y del pánico. No es el virus el problema. No. Es el cuerpo que no tiene inmunidad. El sistema inmunológico, que no funciona porque no nos alimentamos bien. Nadie. Ni los miembros de las clases dominantes. Si el cuerpo estuviera fuerte, saludable, sería poderosísimo ante cualquier amenaza de la peor de las pandemias.
Si los seres humanos, si los agentes económicos se comportaran con cordura, con prudencia, con sabiduría, haciendo a un lado la inconciencia y fijándose bien que, en esta vida, nunca jamás hay un equilibrio permanente, no habría necesidad de tantos protocolos.
Pero este escenario es lo ideal. La realidad es que las sociedades, los conglomerados son irracionales. Anoche fui a tomar un café. En la calle había cientos de automovilistas estacionados en fila, para comprar gasolina. Y no había escasez del combustible… Era la locura del miedo por la muerte, cuando –tan sencillo- todo el mundo tendría que estar consciente de que la muerte es la otra cara de la vida y que ésta no se explica sin aquélla y aquélla no se explica sin ésta. Es lo más natural morir y ser enterrado o cremado.
En cualquier momento, como ha ocurrido este año, se desata un fenómeno negativo, que puede trastocar las relaciones humanas con la naturaleza. Y por la ausencia de conciencia en los seres humanos, la reacción de estos es puramente animal.
Tenemos que defender primero nuestra vida y, luego, la vida de los demás. Sin embargo, no la defienden yendo a vaciar los supermercados de víveres, o yendo a las farmacias a acabar con los antibacteriales. (Anoche recorrí varias farmacias y el gel ya no estaba en los anaqueles. Pasé a un tendajón y ahí había una buena reserva. Y dos horas después nadie había comprado ni uno)
Todo lo que puede hacer, impunemente, un virus diminuto, sin vida porque no es un ser vivo; imperceptible a simple vista, pero que podría ser domeñado si los cuerpos humanos fueran fuertes; si su sistema inmunológico fuera invencible. Que lo puede ser si nos alimentáramos bien.
Pero los humanos (talvez sea mucho pedir) tendrían que vivir en un estado consciente de sí mismos y de la realidad que los rodea: la lluvia ácida, el aire contaminado, un virus, o una bacteria que cometen asesinatos masivos cuando encuentran cuerpos humanos sin defensas. A quienes tienen un fuerte sistema inmunológico, el bicho les hace lo que el viento a Juárez. No enferman.