CUENTO
La noche anterior se desató una tormenta en aquel lugar. A la mañana siguiente, cuando abuela y nieto acudieron al río, quedaron muy asombrados por ver que varios árboles habían sido arrancados desde su raíz.
Uno de estos árboles había caído sobre el río, de manera horizontal. Apenas y lo vio, el niño corrió a subirse sobre su largo cuerpo. Su abuela, que se había mantenido ocupada colocando sobre el todavía húmedo cesped la manta donde después asentaría las cosas que había traído, cuando al final lo vio, se asustó mucho.
“¡Bájate de allá!”, gritó a su nieto, mientras éste seguía caminando sobre el tronco con los brazos extendidos para así poder mantener el equilibrio de su cuerpo. Después, al ver que el niño seguía con su juego, se recriminó el haberlo traído.
Originalmente, la idea de venir a este lugar había surgido a raíz de que la mujer de cincuenta y cinco años quería estar a solas para así poder meditar sobre aquel suceso tan difícil del que apenas iba saliendo.
La noche anterior, mientras la lluvia torrencial caía, sentada en la penunmbra de su casa, la mujer ya había resuelto que al siguiente día vendría hasta el río, que tantos recuerdos guardaba de su lejana juventud. Ella, junto con su hermana, siempre habían venido a bañarse a este lugar, cuando las dos apenas y eran unas niñas de quince y dieciseis años, respectivamente.
Sentada ya sobre la orilla de la manta, la abuela del niño se llevó una mano sobre el pecho. Palpándose donde le habían extirpado una parte, enseguida pensó: “¡Todo está bien! Nada ha cambiado en tí”. Al menos había logrado vencer al cáncer. Y, aunque el costo de eso había sido muy caro, ella, después de todo, había logrado sobrevivir. Por lo tanto, sabía que no había por qué darle mucha importancia al pedazo perdido.
“¡Bájate de ahí!” Esta era la sexta vez que le gritaba a su nieto. Pero el niño, tampoco esta vez le obedeció. Entonces siguió jugando sobre el árbol…, hasta que resbaló. Cayendo sobre el agua, la corriente, la cual era muy fuerte, enseguida lo fue arrastrando. Al darse cuenta de lo que le sucedía, el niño se puso a gritar: “Abuela, ¡abuela! ¡Auxilio!”
La mujer había quedado tan suspendida en sus pensamientos, que jamás escuchó los gritos de su nieto. Después, cuando al fin despertó de sus meditaciones, dirigió la mirada hacia donde se suponía que el niño debía de estar. Pero, al no encontrarlo, se levantó y, tratando de no preocuparse, empezó a pasar su mirada por todas partes…
Una hora después, sentada en la sala de urgencias del hospital, y con las manos entrelazadas, la abuela del pequeño no paraba de decirse:
“¡Dios mío; no permitas que se muera!” Una persona que se encontraba río abajo pescando, fue quien había rescatado al niño. Apenas ponerlo sobre el suelo, el hombre trató de reanimarlo, dándole respiración de boca a boca. Pero, luego de varios intentos, al ver que el niño no reaccionaba, decidió ir por donde había venido…
Habían pasado más de seis horas desde que la abuela del niño arrivó a este lugar; y hasta el momento nadie se le había acercado para darle alguna noticia sobre el estado físico del pequeño. La angustia de esta mujer crecía, cada vez que veía a otra camilla cruzar frente a sus ojos.
Después de todo este tiempo de angustia y espera, su estómago empezó a rugirle mucho, pero debido a la preocupación que sentía, sabía que cualquier intento por masticar le sería imposible. Ahora, para no mirar a las personas que metían por aquel pasillo, levantó la cabeza hacia el techo. Después de permanecer un rato así, el brillo de las lamparas hicieron que ella se empezara a recriminar por el hecho de haber accedido a llevar a su nieto al río. Nada de esto habría sucedido, si tan sólo el niño hubiese aceptado quedarse en casa de la vecina, donde su abuela siempre solía dejarlo; pero era tan testarudo que, por más que ella hizo por negarse, al final logró lo que pedía…”Está bien – anunció la abuela-, mañana a las ocho en punto partiremos…”
Pasó otra hora, y la mujer al fin vio a un médico venir hasta su silla. Por el aspecto que éste tenía, ella instintivamente dedujo de que lo que le dirían no sería algo bueno. Poniéndose de pie frente al hombre de la bata blanca, esperó a que él comenzase a hablar. “…lo sentimos mucho, pero… debido a que el organismo del niño pasó mucho tiempo sin respirar, su cerebro sufrió una grave consecuencia…”
De todo lo que él médico le dijo, solamente estas partes, las más duras, fueron las que su mente preocupada logró captar. Ella, quien hacía menos de seis meses que había logrado vencer al cáncer, sintió mucha ira al ver que esta vez no era una enfermedad lo que parecía vencer toda su fuerza interior, sino que un hecho que ahora resultaba muy difícil de creer. Su nieto, ¡su nieto estaba en coma! Su cerebro estaba muerto. Por lo tanto -el médico le había dicho que- ya no había nada que se pudiese hacer, a pesar de que su corazón aún seguía latiendo.
Moviéndose lentamente hacia atrás, la mujer, que de manera súbita se sintió muy mareada, tanteó su asiento con las manos. “¡No puede ser posible!”, fue lo primero que logró pensar cuando estuvo sentada de nuevo. Alzando otra vez la cabeza, miró de nuevo las barras de luz fosforescente. “Dios mío”, musitó después de suspirar hondamente. Luego, para tratar de contener las lágrimas, cerró los ojos y, al momento de quedar todo oscuro; su mente empezó a pasarle las muchas imagenes que durante todos estos años ella había compartido con su nieto, con ese niño de diez años a quien ya nunca más volvería a ver sonreir. ¡Dolor! La mujer sentía ahora un dolor que empezaba a desgarrarle el alma, el pecho y su corazón entero.
Tratando de mantenerse ecuánime ante todo lo que ahora la golpeaba por dentro, la abuela afligida, con los ojos aún cerrados, y con los puños muy apretados, una y otra vez invocó a Dios. Y, cuando imaginó tenerlo enfrente, conteniendo toda su ira, con voz tranquila, pero quebrada, le suplicó: “Dios mío, ¡Dios mío! ¡DIME QUE SÓLO ES UN MAL SUEÑO!” “¡Dime que mi nieto sólo duerme un rato!” Pero, desde luego que no era así.
FIN.
Anthony Smart
Marzo/19/2020