La actividad de los partidos políticos es una lucha por el poder y no, como lo afirman los propios partidos, una lucha por la democracia. Desde luego, la competencia entre ellos tiende a generar condiciones democráticas, y el pluralismo es un elemento indispensable en los procesos políticos abiertos e incluyentes, pero…
El PRI y los miembros de la clase política tricolor se encuentran ahora en una doble lucha: la de acrecentar sus espacios actuales de poder y la de recuperar los muchos que han perdido en el transcurso de los últimos años, muy en especial el gobierno del Distrito Federal y, prácticamente, todas sus delegaciones políticas.
En 1998, la figura de Cuauhtémoc Cárdenas significó una doble amenaza para el priísmo, en virtud de que éste les arrebató, en una sola elección el control político de la capital nacional y porque, además, no era posible dejar de ver el trienio capitalino cardenista, como un paso previo para “la grande” del año 2000.
Por eso los ataques, zancadillas, marcajes personales y acusaciones continuas fueron la constante del priísmo –incluidos funcionarios oficiosos– en contra del gobierno capitalino, a partir de que éste no lograba configurar un equipo de trabajo capaz de llevar adelante los programas y metas que el michoacano planteó durante su campaña y, al mismo tiempo, capaz también de no exponerse con declaraciones o actos ingenua o inexpertamente hechos, a los ataques de sus enemigos gratuitos y naturales.
Acostumbrado por años a la comodidad de las múltiples ventajas legales y extralegales que le otorgaban la legislación electoral, el esquema corporativo del sistema político y la alianza –por no decir simbiosis– con el Estado, el priísmo no encontraba otro mecanismo, como no fuese el de los ataques frontales a sus adversarios, para dar su pelea política.
La oposición perredista, acostumbrada por su parte –durante los seis años del salinato– a ser hostigada, aislada no vista y desoída, convertida en gobierno capitalino parecía reacia a asumirse como una entidad con derechos, obligaciones, recursos pero, sobre todo, con un mandato popular que iba más allá de denuncias a medias de malas administraciones pasadas, o de tiempos indeterminados para fijarse objetivos concretos para satisfacer las principales demandas de sus gobernados.
HOY, LA COOPTACIÓN
Esa escabrosa ecuación política, más semejante a las escenas de la Segunda Guerra Mundial –en donde la toma, recuperación, invasión y liberación de alguna ciudad europea, como un paso para lograr la aniquilación y rendición total del enemigo era más importante que la paz como el objetivo ulterior de la guerra– ha cambiado hoy que los priístas, con en 1998, están nuevamente en el poder federal.
Más sutiles, los del tricolor se aprestan a conquistar nuevamente la capital nacional, empleando peones y alfiles que se han “comido” de sus contrincantes perredistas.
Lo hacen ya con Rosario Robles, ex dirigente nacional perredista, desde la generosa Secretaría de Desarrollo Social, pero poco a poco irán colocando a esos peones y alfiles en posiciones clave cual contrapeso en las delegaciones.
Anote usted, para empezar, a René Arce quien, junto a su hermano Víctor Hugo Círigo intentan crear un partido satélite al PRI –al estilo de los desaparecidos PPS o PARM–, pero en vía de mientras está por recibir una delegación federal del ISSSTE, muy probablemente en el oriente de la ciudad de México, abarcando la totalidad de Iztapalapa, donde mantienen a un buen número de seguidores.
Muy probablemente haya cargos similares en la capital nacional para otros miembros de la misma corriente ex perredista, incluido el propio Círigo, entre los que destacaría la controvertida ex presidenta de la Cámara de Diputados Ruth Zavaleta.
Claro está que este trío, entre muchos otros más, operaría para que el PRI recuperara el Distrito Federal que, desde hace 15 años, ha sido administrado por abanderados del sol azteca, aunque cuando menos dos de ellos, la propia Robles y Andrés Manuel López Obrador, ya no militen en sus filas.
Se ha optado, pues, por una vía alterna para este propósito, habida cuenta de que el comité priísta del DF está, prácticamente, desaparecido.
Índice Flamígero: Con Miguel Ángel Mancera se repiten las mismas circunstancias y condiciones de hace tres lustros: no logra configurar un equipo de trabajo capaz de llevar adelante los programas y metas que el planteó durante su campaña y, al mismo tiempo, capaz también de no exponerse con declaraciones o actos ingenua o inexpertamente hechos, a los ataques de sus enemigos gratuitos y naturales. La historia es cíclica, pues. Y en el DF, todo indica, un ciclo se está cerrando.