Norma Meraz
El hombre que hiciera una radiografía fiel de México de finales del siglo XX, donde aparecían sus debilidades, carencias y necesidades, estaba empeñado en hacer un cambio profundo, un cambio que convirtiera al país en uno con justicia social. Ese hombre se fue hace 26 años.
Como dijera Diana Laura, su esposa, “las balas del odio, del rencor, de la cobardía, mataron a Luis Donaldo”.
El 25 de marzo de 1994, bajo un cielo vestido de grisú, el soplar de un viento gélido en el camposanto de Magdalena de Kino, Sonora, abarrotado de gente enlutada, se escucharon las palabras de Diana Laura Riojas de Colosio de cara al féretro que guardaba los restos de su esposo asesinado dos días antes en Tijuana, Baja California.
Esa figura frágil con voz doliente y corazón de acero pronunció con gran entereza una oración fúnebre que recogía el ideario político de su marido, un sonorense con profunda vocación humanista.
A más de un cuarto de siglo, las ideas, propuestas y compromisos que Luis Donaldo Colosio expresó durante su carrera en el servicio público, como legislador –diputado federal y senador de la República–, su liderazgo en el PRI como Presidente del Comité Ejecutivo Nacional, y su breve campaña por la Presidencia de México, permanecen vigentes.
Ese 25 de marzo de hace 26 años no sólo su familia, los amigos, compañeros de trabajo y hasta quienes sólo lo habían visto y escuchado sin apretar su mano, lloraban la pérdida de aquel hombre que murió en la lucha por un México justo, unido, libre, soberano y fuerte como Nación.
México estaba de duelo.
El asesinato del candidato del PRI a la Presidencia de la República cimbró al país que, de pronto, se quedó en silencio ante aquel hecho que cambiaría, por qué no, la historia de México.
Hombre norteño de sonrisa franca, Luis Donaldo había conquistado el cariño de la gente, pues lo sentían parte de su realidad.
Era reacio a que lo cuidara tanto el cuerpo de seguridad porque a donde llegaba la gente se arremolinaba para saludarlo y él quería estar siempre cerca del pueblo, se sentía parte de él.
Estaba orgulloso de su origen, “de ser heredero de la cultura del esfuerzo, no del privilegio”, se definía a sí mismo como “un mexicano de raíces populares”.
Cito sus palabras: “La Nación es el valor más elevado para la sociedad y la libertad es el bien más preciado del hombre”.
Al hacer la radiografía del país que había recorrido cuando fue líder del PRI y durante su breve campaña que inició en el Estado de Hidalgo, y no en Chiapas como él mismo se lo había planteado en un principio –por el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, el uno de enero de ese año 1994– resaltaba en su discurso que le lastimaba la pobreza y la desigualdad porque “eso divide a la Nación”.
Él quería “un cambio con responsabilidad y rumbo, un México sin divisiones y sin violencia”.
Luis Donaldo planteaba la reforma del poder “para ampliar las libertades y todos pudiéramos convivir bajo el amparo de la ley”.
Él pedía el voto convencido, no inducido, de los mexicanos, que llevara a unas elecciones democráticas.
Su ideario político no tiene desperdicio, tocaba cada fibra de los hombres y mujeres que merecían una vida mejor, a través de una educación de calidad para engrandecer el país, con servicios de salud y mejores oportunidades de trabajo digno.
Ese hombre había logrado con sus ideas sus compromisos y su presencia cercana, imprimir credibilidad a su campaña; generó gran esperanza en la mayoría de los mexicanos al escuchar de él su compromiso de hacer reformas que les permitiera una mejor calidad de vida.
El 25 de marzo de 1994 despedíamos el cuerpo del candidato asesinado, el hijo de Magdalena, el hombre que quería ser Presidente de México y no lo dejaron ser.
Recuerdo que cuando regresamos de Tijuana, el día 24 de marzo, en un avión de la Presidencia de la República, con el féretro que guardaba el cuerpo de Luis Donaldo Colosio, desde la salida del hangar para tomar Av. Hangares hasta llegar a la sede del PRI –donde se le rendiría un homenaje– había gente en todo el recorrido agitando la mano al paso del cortejo; había muerto el hombre en el que habían depositado su esperanza y le daban el último adiós, no lo verían más.
Hoy a 26 años de aquella despedida en el cementerio de Magdalena, sólo llegaron flores, muchas flores al mausoleo donde descansan los restos de Diana Laura y de Luis Donaldo Colosio.
La familia no pudo llegar por la contingencia sanitaria. No llegó nadie, ni el doctor Ernesto Rivela Klaise, quien en 1996 se había presentado sorpresivamente a la exhumación de los cuerpos –ante el pasmo de la familia–, y colocó una urna dentro del sepulcro de Luis Donaldo; esa cajita, contenía ni más ni menos, la mitad del cerebro, del hijo de Magdalena y él la había tenido en custodia , en ese entonces el doctor Rivela se desempeñaba como secretario de Salud del Gobierno de Sonora, hoy tiene a su cargo el Centro Oncológico de Sonora ¡y ahora no asistió al campo santo!
¡Digamos la Verdad!