Francisco Gómez Maza
• Ese capitalismo de palenque, hecho papilla
• Más con este coronavirus que igualó a todos
Un año y tres meses han pasado ya desde que ocurrió el cambio radical, no de gobierno, sino de modelo económico.
Cayó hecho polvo el “centro derecha”, como se autodenominaban los priistas, y se asentó en Palacio Nacional un modelo autodenominado “nacionalista”, al estilo del priismo “revolucionario.”
El porfiado Andrés Manuel López Obrador, por fin, después de muchas vueltas, logró sentarse en La Silla, luego de una tremenda vapuleada sufrida por lo que se ha dado en llamar el prianismo, que se había apropiado de la corrupción, la impunidad, la simulación y el cinismo.
Desde Miguel de la Madrid, con su renovación moral y la reprivatización del sistema bancario, así como la privatización del Estado, el modelo económico que organizó las relaciones de producción, para beneficio de unos cuantos ejemplares mencheviques y maldición para las mayorías de trabajadores, fue el llamado neoliberalismo, adorado por Carlos Salinas de Gortari, santo de la devoción de unos cuantos poderosos y un ser demoniaco y deleznable para muchos.
Se pasó del nacionalismo revolucionario priista al modelo preferido por Milton Freedman, ese malhadado modelo heredado por el liberalismo económico, que sostenía al capitalismo en el imperio estadounidense y en el de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, de Inglaterra, y que fue probado y comprobado en la dictadura de Augusto Pinochet, en la República de Chile, a la cual llevó al rotundo fracaso económico y social.
Pero el tal neoliberalismo, aplicado en Europa, principalmente en Inglaterra y en los Estados Unidos, fue derrotado por la realidad y abandonado desde hace mucho, tanto que ni en Chicago, ni en Harvard, ni en Berkeley, ni menos en Wall Street se volvió a hablar de él, mientras en México era la biblia para los economistas del PRI y del PAN, y los políticos de la casa presidencial de Los Pinos, asesorados por los itamitas y los alumnos de la Obra de Dios.
Mientras economistas de las universidades mencionadas e inclusive de las grandes empresas jugadoras en Wall Street volteaban los ojos a Raúl Prebisch y Carlos Marx, principalmente, porque sus maestros neoliberales simplemente no les servían ya para nada, en México los economicistas pripanistas seguían venerándolos y siguiéndolos, pero nadie calculó que terminaría corrompiendo al Estado, que se convirtió en un Estado depredador, falsificador, extorsionador, defraudador, asaltante y atracador de los dineros del Erario y de los grandes contratos con empresas criminales como OHL y la brasileña Odebretch, y socio de las más poderosas bandas del narcotráfico.
La corrupción se sobrepuso a la honradez y honestidad y fue el modus operandi, vivendi, de la inmensa mayoría de los políticos. El cuerpo del Estado olía a podredumbre panteonera. Por donde se le picara explotaba el pus de la corrupción.
Pero todo ese relajo se acabó de tajo. La fiesta pripanista terminó y no estoy seguro que no resucite. Ya no hay, por lo pronto, más neoliberalismo más que en los libros de historia económica y en las crónicas periodísticas de la prensa crítica, y en la mente obsesionada de un presidente que no termina de romper con el pasado y que, pese a todo, continúa en el juego de entrar y salir de ese capitalismo que tanto daño le ha hecho a México y que se quebró definitivamente con la entrada en vigor de la pandemia del Covid-19.
Por ello, fui muy tajante en el breve cuestionamiento que hice al presidente López Obrador, la mañana del jueves en las networks. Un cuestionamiento que no es ni exabrupto, como algún fan izquierdoso lo calificó, ni ligereza. Creo que alguien tiene que decirle al presidente sus peligros. Sus seguidores no lo pueden ni siquiera intentar. No se atreven a contradecirlo. Es como su profeta. Como Mahoma para los islamistas, o con Jesús para los cristianos. Sus opositores sólo buscan la ocasión para mentarle la madre y tratarlo de pendejo. El periodista crítico, que ama a los pobres de su país, a los trabajadores, y los miserables, sí puede cuestionarlo. No tiene pelos en la lengua:
Ya, Presidente, ya. Deja de mirar al pasado, el pasado está muerto, en el exterior o en la cárcel. El neoliberalismo no existe ya ni en Chicago (ni en Berkeley, ni en Nueva York, ni en Chicago, ni en Manchester). Lo único que existe es el aquí y ahora. Y el aquí y ahora es doloroso, muy doloroso. (En dos semanas morirán, o moriremos, muchos mexicanos por la neumonía del coronavirus). No pierdas el tiempo. Además, incomodas.