Por: Héctor Calderón Hallal
Cuando todo pase y la calamitosa pandemia del coronavirus termine, aparecerán los indicios para hacer un juicio profano a las autoridades gubernamentales y a su desempeño… y para el juicio a nosotros mismos como sociedad.
Cuando baje esa especie de marea que azotará la realidad nacional, durante las próximas semanas en nuestro país y queden al descubierto el poco o mucho espíritu fraterno, la hermandad y la esperanza de nuestro pueblo, la roca quedará al descubierto y, aunque lavada y sin arena, sobre esta aparecerá como sedimento de nuestras pérdidas, el recuerdo de nuestros enfermos que perdieron la batalla por la sobrevivencia y quizá también aquel humanismo olvidado por la vorágine de la acumulación, la competitividad y algunas otras vanidades.
Y sobre una de esas piedras de la escollera que se forme por los escombros de la tempestad que se fue, aparecerá de nuevo aquel personaje que entre balbuceos y gritos, evidenciará que no supo ser lo suficientemente humilde para despojarse antes de la tragedia, de los complejos acumulados a lo largo de su vida política como opositor.
Que no supo asumir su condición de estadista, gobernando para todos sin prejuicios y con más apego a la equidad y la justicia.
Andrés Manuel López Obrador, el Presidente de México, ve la tempestad a la distancia “y no toma providencias”, no corrige: sigue pensando y hablando como dirigente “ceceachero” (CCH), de primer grado de bachillerato, en elección de presidente de la Sociedad de Alumnos.
En su asombrosa equivocación, asume que los micro, pequeño y mediano empresarios son “pequeño-burgueses” y que no son dignos del apoyo del estado mexicano, en tiempos de una crisis de tal envergadura que, con toda certeza, afectará a aproximadamente 25.5 millones de mexicanos que dependen directamente del sector comercio y servicios, según el último Censo Ecónomico del INEGI.
Este sector laboral, es el sector más numeroso de la economía nacional, no lo son las grandes empresas ni la burocracia.
El Gobierno de López Obrador les ofrecerá este domingo de ramos, en un evento multipublicitado, un paquete de apoyo con “microcréditos”, porque como él mismo ha dicho, “no quiero más rescates ni Fobaproas”.
Situación totalmente desprovista de objetividad y justicia. Lo que piden los micro y pequeños empresarios no es un Fobaproa, por mucho.
Un apoyo directo, una inyección al proceso económico más eficaz lo sería una prórroga para presentar declaración de impuestos y el pago de algunos otros derechos y servicios, incluídos el agua potable y la luz.
Tal y como lo han pedido los comerciantes organizados de algunas cámaras como la CANIRAC (restauranteros) y la propia CANACO.
Un microcrédito no les resolverá el riesgo inminente de cerrar sus empresas al dueño de la papelería, a la propietaria de la fonda o al propietario de un microbús, por ejemplo.
Contraer un crédito, a las condiciones y tasas que sean, es un compromiso que no van a tomar.
Como lo han indicado hasta el cansancio, no piden que se les condone ni se les regale nada; sólo piden una “tregua” fiscal… así como el titular del Ejecutivo la pidió a sus “malquerientes” y críticos.
A los que injustamente encasilla como “conservadores, neoliberales, reacccionarios o fifís”. Algo indignante, porque hay gente más “liberal” y progresista que él, que escribe en un tono crítico sobre su desempeño y sus actitudes.
Pero la tregua va… de acuerdo. Es necesario en estos tiempos de amenaza no sólo al país, sino a la especie humana.
Este mes de abril será decisivo para México y el mundo, en la estrategia que desarrolle la autoridad para la atención y contención del problema de la pandemia con expeditez, integralidad y actitud de servicio.
Ya habrá tiempo para el deslinde y la fe de inspección popular sobre su Gobierno. Porque la habrá.
Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos, para decirlo a la manera de Mario Benedetti, con el llanto por nuestros muertos enjuagaremos la visión del futuro y de la nueva realidad del mundo o en lo que derive ese nuevo orden mundial.
Y sí, daremos muchos abrazos al desconocido, al vecino, al prójimo, al adversario, al primer ser humano que veamos andar de nuevo, porque será una bendición la sobrevivencia y la nueva oportunidad para actuar con humildad, con tolerancia, con amor al prójimo, con respeto hacia el planeta.
Recordaremos diario inevitablemente, a quienes se nos adelantaron y a todo lo material que perdimos, terminando de comprender de una vez por todas, lo que no hemos aprendido: que la vida es una dimensión de la existencia, que se refrenda cada 24 horas, porque esa es su duración.
Entonces el gobernante soberbio, que pretende mostrarse impávido ante el dolor y la angustia de algunos, reconocerá que también ellos son pueblo y contribuyeron a su llegada al poder.
Y será en aquel anciano pobre que falleció de neumonía y que tenía su pequeño negocio de comidas en la zona de hospitales de la colonia Toriello Guerra, cerca de su domicilio desde décadas atrás, donde el mandatario reconozca la fragilidad y lo efímero de la existencia.
Y lo extrañará, porque ya no le dará ánimos cada mañana, ni depositará en él su fe en la construcción de un país más justo.
Y reconocerá la importancia de los que se fueron y de los quedaron, extrañando al viejo aquel del que nunca supo su nombre pero que siempre estuvo a su lado.
Porque cual si fuera estampita del Sagrado Corazón, el pequeño comerciante también quizá, sin saberlo el presidente, fue su amuleto y hasta la personificación del Dios compasivo y justiciero en el que cree.
Y entenderemos todos, no sólo el Presidente de México, el milagro de la vida.
Entenderemos la importancia del perdón, la tolerancia, la empatía y la compasión con el oponente vencido; así sea en el plano político.
Esperamos que no sea demasiado tarde. Que no sea hasta después de que pase la tormenta cuando López Obrador y su gobierno, reconozcan que esos a quien llama sus oponentes, son realmente la minoría oligárquica que ni ve las mañaneras ni viven ya en el país.
Que hay casi 120 mil trabajadores especializados y con derechos laborales legítimamente ganados del sector público, con quienes se ensañó y “mandó a la calle” en una actitud irreflexiva y erráticamente interpretada. Ellos no son ni sus enemigos ni sus oponentes.
Quizá entonces, en medio del montón de ruinas y enfermedad, ya que pase la calamidad, entienda el mandatario que la crítica que se le hace no es en el plano ideológico, sino ante la necesidad de que cualquiera que sea la forma ideológica que tome su administración, del extremo más radical que fuere, México está ante la necesidad de tener un Estado fuerte y eficiente.
Ciertamente no tan rico en comparación a las condiciones en las que está el pueblo, pero sí mínimamente eficiente. Que no simule. Que actúe. Que como mínimo cumpla con esos dos encargos que el pueblo le hizo durante su campaña y que le han dado plena justificación a su arribo al poder: atacar la corrupción y la impunidad.
El pueblo no quiere que funde una nueva república, ni que establezca un nuevo orden jurídico nacional, ni promulgue una nueva constitución… está Usted en el error Señor Presidente.
El pueblo quiere que cumpla con esos dos objetivos;…que ataque corrupción e impunidad; con eso se “daría por bien servido”. Con que cumpla con lo que mandata la Constitución, que es la más completa del mundo, con eso estaremos satisfechos y ciertos, de que tendrá Usted no sólo un lugar en los libros de texto y en los billetes, como lo pretende, sino que tendrá un lugar en la historia.
Ser héroe nacional y protagonizar una época de transformación histórica o patriótica, no se da por decreto ni gracias al designio del destino.
Hay que actuar. Si habla el presidente de que hubo corrupción en el sexenio anterior o en los que antecedieron a Peña Nieto, pues que actúe, investigue y aplique la pretensión punitiva del Estado; al nivel que sea. Le aplaudiría el pueblo entero la detención de un Expresidente de la República.
Pero hágalo, no lo anuncie diario en la conferencia matutina. A menos que haya “arreglo” con esos personajes del pasado reciente.
Queremos que aplique la norma también en el caso de todo individuo de la delincuencia organizada y que por lo menos, no haga apología del delito. Los “narcos” no son ni empresarios ni trabajadores; son gente al margen de la ley.
El valiente, demuestra el movimiento andando.
Ojalá que cuando pase la calamidad, estemos muchos de los que estamos hoy. Ojalá que no sea demasiado tarde para que el gobierno y la sociedad podamos darnos cuenta de que para ir en un mismo sentido, debemos despojarnos de la revancha, el rencor, el odio, la intoolerancia….y los complejos.
Ojalá que cuando baje la marea de este “tsunami pandémico”, emerjamos con vida de la tragedia y podamos tener la dicha de dar el primer abrazo –por lo menos – a un desconocido, alabando la suerte de conservar vivo a un amigo.
Que Dios bendiga a nuestro pueblo.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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