La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
A pesar de las redes sociales, seguimos siendo sensuales
Por lo general, la connotación que le damos a la calle es denigrante, hablamos de: vagos, callejeras, drogadictos, ladrones, niños de la calle, limosneros, se educó en la calle, etc. Hasta de los perritos mestizos decimos que son “corriente cruzado con callejero”.
Los prejuicios nos impiden ver que ese deterioro de ‘la vida en la calle’, obedece al progresivo agravamiento de la situación económica y no a una condición ‘en si misma’.
Sin embargo, ahora que se profundiza el aislamiento social, descubrimos que la calle es una vía de comunicación, un lugar de encuentro, un escenario en el que se recrean amores heroicos, amistades fecundas, complicidades redituables y enconos permanentes.
La calle es el espacio al cual escapamos de los sacos amnióticos (en veces castrantes), que son la casa, la escuela y el templo. Es el sitio en el que comenzamos a cazar, a recolectar, la plaza en la que descubrimos que el diálogo es la cópula que nos da viabilidad social.
Cuando actúa en la calle, el individuo se somete a la voluntad del colectivo, comprende que el Yo es improductivo y que la razón, debe dar paso al comunitario Nosotros.
Para finalizar, diremos que sólo en la calle el humano puede alcanzar unos de sus puntos culminantes: ser animal político…y si esto no es posible, entramos en involución.