fcoLa actual película venezolana, ya la vimos y protagonizamos en México en el malhadado 2006. En perspectiva, y merced a la mesura de Andrés Manuel López Obrador –quien contuvo en la “toma” del Paseo de la Reforma toda la rabia de un electorado agraviado por lo que a todas luces fue un fraude, una imposición–, la nuestra fue una película romántica. Muy violenta, ya, la de Venezuela.
El guión es el mismo: polarización.
Las proclamas –“voto por voto”, presidente espurio”– idénticas.
También el fondo: la crisis de la “democracia” electoral.
Y es que desde Atenas hace 2 mil 500 años, el sistema democrático ha estado al servicio de los intereses de la clase, partido o sector social dominante que, a través de diferentes mecanismos, hace creer a la sociedad que está decidiendo y escogiendo libremente a sus gobernantes, cuando en realidad la “democracia” garantiza fundamentalmente el mantenimiento del mando de los grupos dominantes.
Su primera virtud es que reduce la participación efectiva de los gobernados al acto de votar, sin importar si se trata de democracia representativa o participativa, nombres engañosos pues nadie representa luego a los votantes, ni tampoco la participación va más allá del acto del voto, sin importar que se llame “voceros” a los electos en vez de “representantes”. Es una costumbre muy vieja la de cambiar los nombres y dejar la esencia, pues se cambia todo para que nada cambie.
Como la vivimos, la democracia además impide que todo el mundo pueda expresarse de manera equitativa, por lo que la población votante sólo recibe el mensaje de quienes tienen la capacidad financiera para hacerlo llegar y poder presentar sus propuestas al colectivo involucrado en el proceso.
Esto ocurre en el mundo entero y significa que el proceso está secuestrado por los dueños del dinero, sea éste público, el derivado del ingreso nacional, o privado, el perteneciente a grupos particulares que también dependen del ingreso nacional. Es el mismo caso de EEUU, por sólo mencionar un ejemplo.
VENEZUELA, COMO MÉXICO
En Venezuela, no hace mucho, quienes tenían todas las condiciones para expresarse eran los dos grandes partidos: Acción Democrática y Copei. Ambos eran financiados ilegalmente por el Estado y legalmente por la gran burguesía y alguno que otro burgués nacional. Entre ambos se repartían el Congreso y el resto de los poderes públicos y se presentaban como opciones antagónicas, que propiciaban modelos distintos, cuando en realidad no lo eran. Hablaban, como hoy se habla, de la polarización, y la impulsaban, como hoy se la impulsa, para garantizarse el reparto del país y sus riquezas, la petrolera que es la fundamental.
Era y es la misma “polarización” que hay entre el Partido Popular y el PSOE en España, los republicanos y los demócratas en EEUU, los conservadores y los laboristas en Inglaterra, el PRI y el PAN, en nuestro país.
“Polarización” que en Venezuela se reparte gubernaturas, alcaldías, diputaciones nacionales y regionales y concejos municipales, así como gremios y sindicatos, sin que más nadie pueda intervenir ni aspirar. “Polarización” que excluye a los no “polarizados”, sin importar cuán importantes sean en número y en ideas. Falsa polarización entre polos similares, acordados en relación con las cuestiones fundamentales, aquéllas que de abordarse con criterios nacionales contemporáneos sacarían al país del subdesarrollo donde se encuentra sumergido.
Y no, claro que no. No se dice aquí que los enfrentados sean idénticos. No lo pueden ser al ser personas diferentes, individuos distintos, pero todos con el muy (in)“digno” objetivo de ponerle la mano a las arcas del ingreso petrolero, no con el propósito de financiar un proyecto nacional de desarrollo, sino para disfrutar de esa riqueza y perpetuarse en el poder.
Se trata del poder como un fin en sí mismo y no como un instrumento para garantizar un desarrollo permanente que haga a al país sudamericano realmente soberano e independiente, productor de lo que necesita, respetado en el concierto mundial de las naciones y con una población instruida, capaz de ejercer seria y responsablemente su ciudadanía, sin miedos y que viva cada vez mejor, en óptimas condiciones, con sus necesidades satisfechas y sin las marchas y contramarchas que hoy vemos en las calles de Caracas.
Como alguna vez las vimos en México. Sólo que sin violencia, pues ésta la contuvo López Obrador.
¡Que si de Calderón hubiese dependido…!
Índice Flamígero: Tampoco se vio en México en el 2006: la intervención abierta de Washington en los resultados electorales venezolanos. Ahora que, gracias a Wikileaks, no faltará mucho para que nos enteremos cómo presionó la Casa Blanca al blandengue IFE y autoridades federales de aquella época, ¿no cree usted?