EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
La azalea, las naranjitas y la fuente, (6.4.20.)
Ciudad de México, sábado 11 de abril, 2020. – Durante la cuarentena hay que tratar de adaptarnos a los cambios para ajustar las rutinas, incluir nuevos hábitos y tener una nueva agenda.
Nos llueven propuestas con ejercicios de todo tipo, clases de yoga o cursos de Harvard; música con las mejores orquestas; óperas; películas; visitas a museos virtuales; noticias; explicaciones sobre el coronavirus; fake news, bromas, chistes sobre de la pandemia, etc. En lugar de preocuparnos, habría que ocuparnos, como dicen los que saben.
Estamos confinados Catalina mi mujer, Ximena su hija y yo en nuestra casa la Tlalpan Centro, town house diseñado por mi hermano Andrés Casillas de Alba, arquitecto de la intimidad, en un terreno de 8 x 15 m., que tanto hemos disfrutado desde hace treinta años. Ahora, hacemos la limpieza y las tres comidas porque decidimos que Bertha, nuestra empleada doméstica, pagarle sus honorarios pero que se quede en su casa como nosotros.
7:30 Me despierto con la luz del sol y el canto de los pájaros. Abro la computadora y, si soñé algo, lo escribo antes de que se me olvide; reviso correos y leo los encabezados y aquellos artículos que me interesan, más dos que tres columnistas.
8:30 Antes de desayunar, echo a andar la fuente y riego todas las macetas, incluyendo a esa azalea que está en terapia intensiva desde que la cambiamos a una maceta más grande.
Me preparo un buen café, espumante y oloroso y me hago unos huevos poché que coloco sobre las mitades de un English muffin untadas con mantequilla antes de meterlas al horno; los huevos tardan siete minutos en su olla especial, antes que estén listos, a los muffins les agrego aceite de oliva, mayonesa, mostaza Dijon y alcaparras para luego acomodar los blanquillos en esta cama. Mientras desayunamos, nos contamos lo que hemos soñado o una que otra anécdota, recuerdo o historia familiar.
10:00 Barro las flores que caen en la terraza gracias a la vieja Jacaranda, reloj de las cuatro estaciones: primavera: flores; verano: hojas verdes; otoño: hojas secas; invierno: ramas pelonas.
Sudo al terminar de barrer.
11:00 Me baño y una vez vestido –y no encuerado como escribían Victor Hugo, Hemingway, J. D. Salinger o Agatha Christie–, reviso el debe y el haber, aunque no haya nada, como decía Cantinflas. (NOTA: los jueves empiezo las Mentorías ahora por Zoom, una cada hora, hasta las
14:00, tarea que mucho me satisface.)
11:30 Reviso o escribo el texto que mando los viernes para que se publique los sábados en El Informador de Guadalajara y en Índice político.
El sábado lo mando por correo a 785 suscriptores.
12:00 a 14:30 Reviso, corrijo o escribo los textos de un nuevo libro gestado durante el confinamiento, gracias a las sugerencias de Catalina: Todas las mujeres de algunas obras de Shakespeare. Me documento antes de avanzar con la escritura: inspiración pura de la cuarentena. Me viene a la cabeza que “los moribundos (ahora aislados de sus seres queridos) jamás sospecharían hasta qué punto son meros pretextos todo lo que aquí producimos.” Rilke, Elegías de Duino.
14:30 a 15:30 Pongo la mesa y me encargo de la botana y el vino. Algunos días pedimos comida a la fonda Goumertrees o al restaurante Dolce amore.
15:30 a 16:30 Siesta, como la hacía cuando viví en Guadalajara.
17:00 a 20:00 Hablo con mi hija Claudia, pintora que vive en San Miguel de Allende antes de ponerme a leer Decamerón de Boccaccio: cien cuentos breves, divertidos y provocadores.
20:00 a 22:30 Vemos la TV para saber del coronavirus; navegamos por otros canales para terminar viendo Film&Arts o una película.
Cenamos cualquier cosa y comentamos entre líneas lo que estamos viendo antes de subirnos a dormir para lograr “¡el inocente sueño, el sueño que entreteje su enmarañada madeja con cuidado! La muerte de cada día, el baño para la fatiga, el bálsamo para nuestra mente dolida, segundo plato de la Naturaleza y principal elemento del festín de la vida”, sueño que Macbeth había asesinado.