Por Aurelio Contreras Moreno
Siempre bajo la reserva de que se trata de una muestra a partir de las pruebas aplicadas, este jueves se dio a conocer que las cifras de contagios confirmados de Covid-19 en México ascendió a 11 mil 633, mientras que la de muertos por esta enfermedad superó el millar y llegó a mil 69.
Vale la pena destacar este último dato porque se trata del número de fallecimientos registrados en nuestro país por este padecimiento en apenas poco más de un mes, desde que el 18 de marzo se reportó el primero. Oficialmente, hay que enfatizar.
También hay que tomar en cuenta que éstas poco más de mil muertes ocurrieron en una etapa de la pandemia en la que los contagios no eran tan generalizados como los que se esperan para la fase 3 recién decretada por el gobierno federal, cuya cresta se espera para dentro de dos semanas.
Bajo estas consideraciones y antecedentes, cobran sentido las proyecciones que el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López Gatell, compartió recientemente con una agencia informativa internacional y en las cuales estima que el total de muertes por Covid-19 en México podría alcanzar hasta las ocho mil en la etapa más complicada, ya que los contagios se multiplicarán de manera exponencial.
Esto significa – de acuerdo con el funcionario- que llegarían a enfermar presentando síntomas unas 250 mil personas, aunque el número de contagios asintomáticos es impredecible. Y que de éstas, el número de las que necesitarán atención médica de urgencia, en terapia intensiva y con la inversión de recursos de medicina crítica que ello implica –ventiladores, aislamiento hospitalario, camas equipadas, etc.-, superaría las diez mil.
Hablar de hasta ocho mil muertos en dos meses es una verdadera tragedia, solo comparable con la de los fallecimientos a causa de la violencia y que en términos reales, sobre el mismo periodo de tiempo, incluso la supera en letalidad.
Por ello es que resulta incomprensible que a estas alturas, todavía haya quien se niegue a seguir las indicaciones sobre el aislamiento social –porque no se ha ordenado una verdadera cuarentena- y ande como si nada en cafés, restaurantes, paseando en parques. Y sin medida alguna de protección, por si no fuese ya bastante. Obvio, no hablamos de quien obligadamente debe salir a buscar el sustento diario, a aprovisionarse de víveres o a atender a los enfermos.
En ese grupo de inconscientes sí podemos señalar a quienes creen que por su edad y condición de salud son casi inmunes a la enfermedad y que si se contagian, no tendrán problema alguno para recuperarse. Pero lo que parecen ignorar es que se han registrado varios casos de personas con esas características, jóvenes y saludables, que no resistieron el embate del coronavirus y murieron.
Los peores de todos son los que, por ignorancia, prejuicios o manipulación, juran que la Covid-19 no existe y que la emergencia y la reclusión necesaria es parte de un plan malévolo de los “illuminatis reptilianos” para colocar chips en los seres humanos a través de las vacunas y controlar sus mentes, entre otras delirantes teorías de la conspiración en boga.
Por culpa de esa caterva de idiotas, es que habrá todavía más muertes.
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