CUENTO
Su nombre era Fly, un ave que al nacer cayó del árbol donde se encontraba el nido que contenía a sus demás hermanos. Golpeándose fuertemente contra las piedras, Fly sufrió una herida terrible.
Apenas y era un bebé. Por lo tanto no entendió lo que le había sucedido. Con el paso de los años, creció y; mientras todos sus hermanos hacía tiempo que se habían ido, él, dolorosamente, permaneció en el mismo árbol donde su madre lo había ovado.
¡Él nunca había podido volar! Y todos los días, al llegar la tarde, se sentaba sobre una rama. Entonces se ponía a contemplar a las demás aves ir y venir. También escuchaba sus cantos. Fly, de tan triste que era su vida, nunca había podido cantar.
A lo lejos, como cada tarde, el sol se iba ocultando. Contemplándolo con mucha nostalgia, Fly no podía evitar sentir una opresión sobre su pecho. Su corazón en solitario todavía seguía anidando algunas esperanzas, pero ya casi todas marchitas.
¡Jamás había podido volar! Porque sus alas, al golpearse contra las piedras, ¡se habían lastimado! Y ahora, él, que no había hecho más que esperar a que se curaran, comenzaba a ver que eso tal vez jamás sucedería. Sus alas ¡jamás se curarían! Estas jamás serían unas alas como la de las demás aves, alas como las de sus hermanos.
“Vuela, Fly, ¡vuela!”, una y otra vez se repetía el ave, mientras miraba el vuelo de los demás. Las aves surcaban el espacio. Felices y contentas las veía pasar Fly desde su lugar. Inmóvil; siempre permanecía así, para que nadie pudiese percatarse de su presencia.
“Vuela, Fly, ¡vuela!” Ahora la luz del sol, menos fuerte, le iluminaba su cara. El fuerte viento le acariciaba su plumaje, de color gris. Arriba, el cielo azul, jamás sabría de su dolor. Entonces, ¿qué más podía quedarle?, cuando sabía de que jamás podría batir sus alas, alzar el vuelo y finalmente conocer la libertad del aire. Fly sabía que jamás lo lograría.
Muchas veces lo había intentado. Y todas estas veces había sucedido lo mismo. Estrellándose contra el suelo, enseguida maldecía su situación. Al menos, cada vez que esto le había sucedido, ninguna otra ave lo había presenciado.
Sintiéndose impotente, Fly, a duras penas y lograba subir de nuevo hasta su hogar, este mismo árbol donde un día su madre lo había depositado, junto a sus demás hermanos. Viéndose vencido entonces por su realidad, un día decidió hacerlo. Todo el día se lo pasó sentado, esperando a que la tarde se apareciera. Y, cuando esto sucedió, mirando una vez al sol morir, se dejó caer del árbol…
Instantes después, el ave que nunca pudo volar, yacía muerto sobre el suelo.
FIN.
Anthony Smart
Mayo/01/2020