Norma Meraz
La nueva realidad será un nuevo despertar.
Con la invasión de coronavirus el mundo se encerró en su propia jaula.
La humanidad de nuestro tiempo se encuentra atrapada en la incertidumbre y el miedo a morir.
El México que juega y se burla de la muerte, hoy en día se detiene a respetar ese inevitable destino.
El virus que creó una epidemia y convirtió en pandemia sin respetar el lugar más recóndito ha obligado a mantener quieto el revuelo y la vorágine en la que vivía la mayoría de los hombres del siglo XXI.
Esta pandemia ha desnudado a los gobiernos de todas las latitudes.
Ha puesto al descubierto las debilidades y las pocas fortalezas de los diferentes regímenes políticos que se sentían intocables por ningún agente que invadiera y dominara su forma de vivir y de gobernar.
Los sistemas democráticos y no democráticos se han visto zarandeados por este “bicho” microscópico que ha resultado ser un gigante que puso en cuarentena a los cincos continentes. Nada menos al Presidente de Rusia, Vladimir Putin, en confinamiento por resultar positivo.
Nadie sabe a ciencia cierta de donde brincó este virus y cómo combatirlo. Lo que sí sabemos es que ha cobrado la vida de millones de hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos y pobres.
De prolongarse el confinamiento estricto por mucho tiempo traerá nuevas formas de comportamiento social. Ojalá hubiera un decálogo a seguir después de la pandemia pero nadie podrá decirnos cómo vamos a reaccionar cuando crucemos la puerta para entrar a una nueva realidad.
Por lo pronto lo que necesitamos en nuestro país es un Estado funcional. La crisis sanitaria trae consigo una crisis económica que pasará grandes facturas si no se atiende con responsabilidad el estancamiento y decrecimiento económico que, para México, se pronostica de entre el 6 y 10, incluso 12% del producto interno bruto.
Tan sólo en lo que va del año se han perdido alrededor de 632 mil empleos, la mayoría fórmales, y se pronostica que al cierre del presente año llegue a un millón.
La venta de vehículos ha caído un 60% y, según datos del INEGI, la industria automotriz cayó 90%.
El programa económico del gobierno de la 4T se está desfondando.
El arribo del Covid-19 a México obligó al gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador a voltear y ver las necesidades del sector de la ciencia y tecnología; el estado en que se encuentra el sistema de salud con carencia de medicamentos, instrumental, hospitales y personal capacitado. Por eso el gobierno se ha visto en la necesidad de invertir hasta hoy 19 mil millones de pesos para enfrentar la pandemia.
Hoy, cuando estamos en la etapa crítica, de mayor contagio –por boca de los científicos–, López Obrador afirma: “ya domamos la pandemia”. ¡Qué ocurrencia!
México necesita un Estado funcional no un Estado frágil con un líder poderoso e inflexible. Mientras el tiempo corre, se atiende la crisis sanitaria, pero poco la crisis económica y menos la tercera crisis, la de la criminalidad, la de la inseguridad.
Las cifras de homicidios dolosos, asaltos a casa habitación, hackeo de tarjetas bancarias, extorsiones y violencia intrafamiliar, además de feminicidios, crecen día a día.
La Guardia Nacional con 17 mil elementos desplegados, principalmente en las fronteras norte y sur conteniendo la migración, atendiendo las exigencias de Donald Trump, no alcanza para cumplir con la tarea fundamental que es la seguridad pública.
Presuroso el Presidente López Obrador decretó que los militares y la Marina se apresten a la tarea de resguardar la seguridad de los ciudadanos.
Que flaca memoria se tiene de cuando López Obrador era oposición y en sus arengas decía: “los militares a los cuarteles, no haciéndonos labores que no les corresponden”. También el actual director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, y el hoy líder de la Cámara de Diputados, Mario Delgado, que hasta pancarta portaba con la leyenda “militares no”.
Si esto no es militarización, ¿qué es?
México merece seriedad y responsabilidad, merece líderes de avanzada, con audacia y creatividad.
El momento de emergencia que vivimos, no acepta expresiones tales como generalizando a los médicos como viles mercaderes. Todo el cuerpo médico que se juega la vida para salvar otras merece, más que respeto, un reconocimiento permanente, un trato digno y estímulos que les ayuden a superar el shock de recibir enfermos y que luego de luchar, sólo vean velas que se apagan.
El Presidente no atiende a los empresarios, agrede a los médicos, ¿qué más frentes quiere abrir en un momento crítico de la pandemia, cuando lo más importante es salvar vidas y armonizar a la sociedad?
Ya no más discursos, mejor ¡manos a la obra! Si las fuerzas armadas saldrán a las calles para garantizar la seguridad pública, ¿acaso los irán a capacitar para dicha tarea?, porque un policía y un militar no llevan la misma formación.
¿No que los militares a los cuarteles? ¿Quién poblará los cuarteles ahora?
No quiero dejar fuera el tema de las mujeres que se manifestaron –el 10 de mayo– para reclamar atención respecto de la desaparición de sus seres queridos. El sistema de justicia ha abandonado a estas mujeres que, sin portar cubre bocas, sólo dicen: “nosotras estamos muertas, por eso no los usamos, lo que demandamos es que las autoridades cumplan con lo que prometieron, continuar con la búsqueda de nuestros familiares desaparecidos”.
A estas alturas ya vimos que los abrazos y consejos maternales de portarse bien a los malandros, no le ha funcionado al Presidente de la República. Hay que actuar con seriedad y responsabilidad, además de hacer una depuración de frases y dichos en el discurso oficial, que no están a la altura de un Jefe de Estado.
Preparémonos para vivir en otra realidad. La que nos deje el Covid-19. Ojalá sea pronto y con el menor número de víctimas.
No bajemos la guardia. ¡A cuidarse! ¡Quédense en casa!
¡Digamos la Verdad!