CUENTO
Lo confieso: ¡mi nombre me ha hecho cometer un acto muy horrible! Y debido a esto es que ahora mismo voy a la oficina del Registro Civil para cambiármelo. Ya casi llego, ¡y sigo sin saber qué nombre nuevo me pondré!
El que ahora tengo, de manera irónica, comienza con la palabra “pistola”, en inglés. A ver, si lo adivinan. ¿Ya lo hicieron? ¡¿No?! ¡Pues qué lentos son! Se los diré, sin más preámbulos. Mi nombre es Gun… ¡Gunter Bad!, que traducido al español diría algo así como “Pistolero Malo”.
¡Ay de mí! Cuánto no he sufrido desde entonces. No ha habido ni un sólo día en el que no haya pensado en lo mismo: “No fui yo el culpable de hacer lo que hice; no, ¡sino que mi nombre! Y, aunque me gustaría contárselos; ¡siento que no puedo! Fue algo muy feo, feo; ¡feo! Esto es todo lo que sé.
Ya he llegado al lugar y, hay mucha gente: niños, sobre todo, a quienes espero que sus padres no les pongan un nombre tan criminal como el mío. ¡Gunter Bad! Ahora me encuentro parado en un rincón, y me siento como paralizado. Entonces me pregunto si la gente de este pueblo –situado al lado del mío- lo sabe, que yo soy… ¡Ay! ¡Está bien! ¡Se los contaré!
“Era ya más de media noche y me encontraba en la calle. La lluvia caía sobre de mí, haciendo que me encabronara, más y más. Maldiciendo por no tener cerca un paraguas, le di una patada a la llanta de mi coche. “¡Maldito cacharro!”, grité. “¡¿Por qué será que no soy rico…?!”
Para este entonces, mis amigos –todos ricos de nacimiento- seguramente que ya debían de encontrarse durmiendo en sus casitas lindas y lujosas, en sus camitas calentitas y junto a sus mujercitas, que en lo absoluto les harían sentir vergüenza, cada vez que los miraran.
Porque ellos, a mi parecer, ¡sí eran hombres de verdad! Porque entonces poseían ¡coches de verdad! En cambio yo; ¡yo solamente era dueño de un pedazo de chatarra! Ay, ¡cuánto no dolía verlo!
Y ahora, para colmo, su motor, ¡otra vez se había descompuesto!, dejándome tirado en esta calle, donde ahora me encontraba. Confieso que de cuando en cuando sentía algo de miedo. Y es que, había escuchado decir que últimamente aquí en este pueblo merodeaban algunos ladrones que venían de afuera. Pero hasta ahora, para suerte mía, no había visto ni sus sombras. “Seguramente que le han de temer mucho a la lluvia”, pensé con alivio.
Ya había pasado más de media hora, cuando yo al fin decidí abrir la tapa del maldito vocho, tan sólo para ver si podía arreglarlo. Aclaro que no sé mucho sobre mecánica. Lo mío, lo mío, son los números. Toda mi vida he trabajado como contador en una de las empresas de mis amigos los ricachones.
Abierta ya la tapa, con las manos mojadas, moví éste y aquel otro cable. Luego apreté las tuercas que se encontraban sobre la betería. Pensé que con haber hecho todo esto el coche enseguida encendería. Después, sintiéndome optimista, volví a cerrar la tapa y enseguida me metí al interior para encenderlo.
¡Vualá! Apenas giré la llave, el motor encendió. Pero luego, ¡enseguida volvió a apagarse! Con los labios apretados, una y otra vez volví a intentar lo mismo. Giré y giré la llave, más sin embargo el maldito coche jamás encendió. Molesto entonces, me agarré muy fuerte hacia la guía. Dentro de mi rostro sentía que se empezaba a poner caliente, a pesar de que por fuera estaba muy fresco. Definitivamente que era la ira del momento.
Permanecí sentado unos minutos más, hasta que, de repente, se me ocurrió patear con todas mis fuerzas la portezuela. Después de esto, salí muy rápido. Me sentía tan molesto, que, para tratar de apaciguar mi furia, agarré uno de los limpiaparabrisas y me puse a tratar de zafarlo. Pero, solamente logré quebrarle un pedazo, el cual aventé contra el piso. Y gritando cosas como “¡Te odio, pobreza!”, y otras locuras más, me puse a pisotearlo como si fuese un niño berrinchudo.
Podría decir que la única cosa buena de toda mi desgracia fue que el coche se había descompuesto, exactamente debajo de un poste de luz. Y su luz amarilla me gustaba mucho. Hasta puedo decir que creo que fue ésta la que –después de más de una hora de haber estado como alma que se lo lleva el diablo- hizo que me apaciguara un poco.
Pasado un rato más, resignado ya ante mi pobreza, decidí dejar a que la lluvia me siguiese humillando, como lo había hecho todo este tiempo. Ya no había más motivo para despotricar, ni mucho menos para estar furioso. Así que, con toda la calma del mundo, pisé sobre el parachoques y, con algo de esfuerzo, pude así al fin quedar sentado sobre la tapa curvada de mi chatarra.
En esta posición me encontraba, con las piernas dobladas, cuando después de unos diez minutos vi surgir a unos cien metros la silueta de alguien. Pensando que podía tratarse de uno de los ladrones fuereños, rápidamente me bajé del coche y busqué en su interior mi pistola (Sí, soy pobre, pero al menos tengo un arma)…
Ha pasado un año desde que esto me sucedió. Y hasta ahora nadie, ¡absolutamente nadie!, ha querido creer en el resto de mi historia. , que siempre he dicho es verídica; o eso es lo que digo yo. “¿Quién eres?”, le he contado a todo el mundo que pregunté esa noche. “¡Quién eres!” Yo, fingiendo no haber escuchado por lo recio de la lluvia, accioné el gatillo de la pistola. Me encontraba detrás del coche.
Al siguiente día ya todo el pueblo lo sabía, de que la persona a quien yo había disparado era mi esposa: ¡mi querida esposa! ¡La pobrecita!”
He aquí mi historia, del por qué ahora me encuentro en este lugar. ¡Quiero cambiarme el nombre! ¡Ya no lo soporto más! Gun… ¡Gunter Bad! ¡Qué feo suena cuando lo digo! Ahora ustedes saquen sus conclusiones, y díganme que no es cierto.
¡¿Verdad que no fui yo?! ¡¿Verdad que fue mi nombre el autor de mi abominable acto?!
Y todas las noches, mientras mi esposa mocha y yo cenamos, mientras ella le sonríe al gato, yo, aprovecho para bajar mis ojos hasta su pierna inservible. Y mirando las rueditas de su silla, comienzo a decirme y a repetirme: “Ya un día…
¡Ya un día de estos me haré un hombre rico!, para que así ya nunca más la lluvia vuelva a dejarme sordo…”
-¿Quién eres?
-Yo, ¡tu esposa!
Y, al instante de escuchar su voz, me imaginé el rostro de las esposas de mis amigos ricachones. “¿Por qué? ¡Por qué has venido hasta aquí a buscarme!” Molesto en mi escondite, no pude evitar sentirme como un pobre diablo. Y sin poder manejar mi ira por verla aquí ahora, ¡le disparé!
FIN.
Anthony Smart
Mayo/20/2020