Francisco A. Servín de Alba
Durante doce años he tenido que sobrevivir luchando contra enemigos más peligrosos que la enfermedad que nos azota en estos momentos (no vacilaría en pensar que algo tienen que ver).
Con base en la mentira y la participación de mucha gente corrupta, tanto de la iniciativa privada como de los gobiernos de varios países, mis antagonistas lograron dislocar mi vida, al grado de no tener panorama de seguirla.
Me sentenciaron al tormento, sin fecha de caducidad, por haberme atrevido a divulgar un texto en donde se explica cómo, a través de las normas legales y las instituciones que se precian de vigilar el buen ejercicio de un Estado, se recrea una figura que es una realidad prohibida para nosotros los comunes mortales: la simulación.
Mediante ella, ha sido muy fácil engañar a la mayoría de los habitantes del planeta. En el delirio, de la paradoja, es el sol que hace a un lado las tinieblas, pero lo radiante no permite observar con claridad. En este actuar, el muñeco somos muchos y el ventrílocuo muy pocos.
La maldad en toda la extensión, pues la siembra de esperanza se hace enfrente de nosotros, pero es en el tiempo de cosecha, donde se determina el engaño. En este proceso la burla hace su aparición y los afectados vamos sumando frustraciones.
El ejercicio involuntario del reproche silencioso derrite poco a poco la autoestima y perfora el interior hasta topar con la angustia. Es ahí, en un ejercicio natural, que decidimos desvincular la razón, que nos pasa la factura, por haber entendido la patraña. Pues, teniendo elementos probatorios, en el barranco al que llegamos, no existe el eco que colabore en un tono que persista.
Tal cual, regresamos a los brazos del laberinto de siempre: escuchar el chiste rabioso y decidir ser feliz, como todos en la mesa.
Salvador, Bahía, Brasil.
27 de mayo de 2020