CUENTO
Mi nombre es Walt, Walter Vayaina. Y llevo más de treinta años unido a una mujer, con la que solamente me casé, porque en su momento no tuve el valor para confesarle a mi padre –quien tanto me quería ver casado- de que yo era un transexual.
Y ahora, que me encuentro en lo que todo el mundo llama “La Tercera Edad”, solamente me limito a ver el tiempo pasar. Día tras día, el tiempo se escurre, y yo, a veces, cuando todos se van, empiezo a preguntarme del por qué lo permití.
Con ella tuve cuatro hijos: tres mujeres y un varón. Y hasta el día de hoy, ninguno de ellos ha descubierto el secreto de su padre. ¡Nadie al mirarme puede intuir de que yo sigo siendo una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre!
La peor parte de mi vida –podría decirse que- fue el haber nacido en un pueblito. ¡Ya saben!, por lo que aquel dicho dice: “Pueblo chico y…” Así que, desde que tuve plena conciencia sobre mi problema –yo tendría entonces trece años-, en ese mismo instante, imaginando todas las burlas de las que sería objeto, con todo el dolor de mi ser, me decidí a comenzar a crear sobre mi piel a “otro yo” muy distinto.
Ahora, después de muchos años, sigo siendo este hombre de aspecto viril, con pelo en pecho, piernas y brazos, y que todos los días acude a su tiendita de abarrotes.
Mi rutina es de lo más aburrido; sí, pero en este pueblo así es todo: ¡aburrido! Nada pasa, ¡todo es lo mismo! Y ya tengo 65 años. Cada vez que me pongo a meditar sobre mi edad, no puedo evitar ver todo a lo que renuncié. Pero luego, recordar enseguida a mis hijos, en cierta forma, me consuela un poquito. Ya los cuatro se han casado, ¡hasta nietos me han dado!
“¡Ay!”, ruego para mis adentros cuando los miro, “ojala que ninguno de ellos herede “la parte más mala y fea de su querido abuelo”. De suceder esto, ¡no sabría qué hacer! Aunque ahora los tiempos son muy distintos. Personas de todo tipo se pueden mirar por doquier. Montones de extravagancias y más deambulan por las calles a diario.
Y nadie dice nada ya. Y si lo hacen, no es como para que el mundo se acabe. ¡En cambio en mi época! Por aquel tiempo, de habérselo dicho a mi padre -que ahora descansa, y espero que en paz-, estoy seguro de que ¡hasta me hubiera matado él mismo, con su escopeta!
Sí. Definitivamente que ahora es ¡otra época! Pero, aun así, no creo que pudiese divorciarme de la mamá de mis hijos, y entonces aprovechar los años que me queden de existencia para, como un torbellino, vivir mi verdadera esencia. ¡¿Se imaginan?!
Yo, lo primero que haría sería cambiarme el nombre. Después, con mis pocos ahorritos, comenzaría mi transformación. ¡Ay! ¡Qué no daría por mirarme en el espejo!, y en ese mismo instante descubrir sobre mi pecho ¡dos lindas bubis de tamaños acorde a mi complexión! Así, mi fantasía quedaría un poquito más cerca a la realidad.
¡Pero no puedo! Y por lo tanto, no me queda más que seguirme aguantando, con todo y el dolor que implica ser este hombre que soy, y no esa mujer que todas las noches visualizo aquí en mi mente. “Y ahora, ¡con ustedes…!”
Ay de mí, que me lo paso aburridísimo de lunes a sábado. Todo esto puedo soportarlo, solamente porque sé que al llegar el séptimo día las cosas han de cambiar un poco. Y aunque algunas veces mi espera llega a desesperarme mucho, mi paciencia siempre vuelvo a verla muy bien recompensada el primer día litúrgico, es decir el domingo.
Y hablando de ello, ahora precisamente ¡ya es domingo! Y mis hijos han venido a comer a mi casa. Todos mis nietos juegan un rato conmigo. Después que ya hemos comido, permanezco en la mesa del jardín, platicando con mis hijas y mi hijo. Pasadas unas dos horas, comienzo a ansiar que se vayan. Siento que me gustaría decirles: “¡Ya, por favor; llévense de una vez a su madre!” Pero no lo hago, porque no debo de ninguna manera darles un motivo para que sospechen de mí…
Unas horas más y ya. ¡Al fin los veo pararse para enseguida empezarse a despedir! El sol ya va ocultándose, y mi esposa ya se ha ido a pasar un día o dos con uno de ellos. Al momento de darme cuenta de que por fin me encuentro solo, ¡es cuando más disfruto! En mi interior comienzo a sentirme ¡tan libre! Supongo que como ahora mismo me siento así se han de sentir los pajaritos cuando han fin han logrado, después de mucho tiempo, escapar de su jaulas.
Y es que, cuando todos se van y yo me quedo completamente solo, después de media hora, con el rostro ya maquillado, cierro las ventanas, corro las cortinas, le pongo seguro a la puerta y…
Poniendo música a todo volumen, comienzo a darle vida a mi fantasía de siempre. Con una tanga diminuta, brasier de encaje, medias de seda y tacones de aguja, empiezo a contonearme sobre la pista de baile.
Agarrado con las dos manos a una escoba, que funge como tubo de un table dance, imagino que el público grita y pide para que yo me desnude. “¡Samantha, Samantha!”, les escucho decir, mientras voy bailando “Oops!… I did it again”, de Britney no sé qué. El resto del nombre ya se ha borrado en el papel. Este es un cd que hace mucho tiempo compré en un puesto de discos piratas, para ocasiones como ésta.
…Y así es como, cuando todos se van, en la clandestinidad de mi propia casa, quedo convertida al fin en una mujer muy sexy y ¡despampanante!
FIN.
Anthony Smart
Mayo/25/2020