HORIZONTE DE LOS EVENTOS
Los valores impulsados por el neoliberalismo, ven ejemplar al que roba en un puesto público (!), siempre que sea un hombre de tipo caucásico, sobre el 1.80 m, rubión, ya se sabe.
Porque un trompudo, prieto, chaparro y gordo, qué feo. Confirmada esta cultura, como bien advirtió el Dr. Samuel del Villar, en la propia legislación, que modificó los Códigos Penal y de Procedimientos Penales, para desaparecer como graves, los delitos patrimoniales cometidos por servidores públicos -derogó el delito de enriquecimiento inexplicable- a la vez que retiró del catálogo de delitos graves, el fraude genérico, cometido por particulares.
En otras palabras ¡A robar todos! Empresarios y servidores públicos podrían salir bajo fianza. Y han salido desde entonces: 30 años.
Hasta este sexenio que entre las cosas loables que ha aparejado la 4T, ha sido revertir esas inefables reformas, aunque aún no vemos que se apliquen con nadie.
(¡Cómo quisiera ser el Fiscal General, para agarrarlos a todos con el tipo del motín (“todos los presentes”) y presentarlos a todos en una sola consignación! … Como una vez lo hice… Ah… pero eso ya no existe, ni jefes así.)
Reformas votadas durante las legislaturas del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Sentando precedentes que nos orientaron hacia una “moral neoliberal”, contra revolucionaria, cuyos resultados eran calculables, que hoy son evidentes: ¡La Hostia! (¿alguna observación?)
La 4T está en el momento oportuno para demostrar que sí hay una redignificación de la cosa pública y del país, consecuentemente, Sr. Presidente: revaloremos la integridad del Estado y de sus nacionales.
Y que valga la pena –“y no salga tan caro”- el conducirse con apego a los principios y valores de conciencia y respeto a lo público, de honradez y compromiso social e ideológico, con el valor para exigir y denunciar las conductas inapropiadas de nuestros gobernantes. Impedirlas ¡No promoverlas! De no hacerlo, otros lo haremos o harán, y no perdonaremos ni perdonarán al que pato se haya hecho. O ganso.
Al menos que paguen los que deben ¿verdad, Sr. Presidente? Que la historia de más de un siglo de conciencia y congruencia constante de tres generaciones (repetida en tantas familias mexicanas) y que el punto final de dos biografías ejemplares (de tantos anónimos intachables) que fallecieron viendo gangrenarse el espíritu revolucionario por el que lucharon y dieron la vida, como dijo Mauricio González de la Garza, “que no haya sido en vano.”
Por cuyos principios nunca claudicaron, al costo de enormes sacrificios, personales y familiares. Al costo del olvido y el más remoto de los ostracismos, hasta la vida sin esperanza, ya de que un Presidente patriota, aplicara su resto de poder, a fin de robustecer y ejemplificar con el derecho y la justicia y retornara a la equidad y el nivel que cada quien merece, despojara de prebendas, privilegios y beneficios indebidos a quienes se han burlado de la confianza del Estado y se le aplique la pena correspondiente, más la reparación pecuniaria.
Un patriota que aproxime nuestra realidad política, a la nítida jerarquía de la axiología del mandato constitucional.
Antes del neoliberalismo, emanada del Estado, rigió la “moral revolucionaria” en México. Que tuvo un epítome justo en la imposición de Miguel de la Madrid, en 1981, análoga a la “moral marxista” del régimen de Fidel, que privó y reinó en aquella Cuba -cuando todavía habría Revolución.
La moral “ideológica” más allá de abrazar la conducta pública, implicó también en la vida privada de los ciudadanos y gobernantes, y consustancial -fatalmente- a todos los militantes, simpatizantes, vaya, revolucionarios.
Y en todos los aspectos de la vida privada, incluso hábitos sexuales, la disciplina de estudio, el compromiso con la Patria, la lucha física y programática de transformación hacia la igualdad y la justicia social. El nacionalismo y el asco por la frivolidad.
Hasta los años 70’s, en México, en que sostener en la acción política, públicamente, dichos valores de compromiso social, honestidad, respeto público a la familia y a las familias de todos, particularmente cuando el gobernante incumplía grave y consuetudinariamente, denunciarlo, era apreciado de la misma forma en que se apreciaban las virtudes cívicas en Roma, por sus antiguos ciudadanos.
Destaca la condición pública de no callar cuando todos temen hablar, fundado en los derechos que otorga la Constitución y por la calidad de ciudadano miembro del Estado emanado de la Revolución Mexicana -y más aún, al ostentar la calidad de servidor público, y predilectamente, representante político, como Don Belisario.
Sin opulencia, con sencillez y un mínimo de solemnidad. Viviendo dentro de los dignos márgenes de “la honrada medianía”, propios de la vocación y entrega al compromiso público.
Valores esenciales a México y a la mexicanidad, como todos los principios liberales, sellados para la posteridad el s. XIX con las Leyes de Reforma, la Constitución del 57, el fusilamiento de Maximiliano y el ejemplo de funcionario público de la República, Benito Juárez por excelencia, que el pensamiento revolucionario recogió, legatario de la Reforma: el linaje nacionalista y liberal que alimenta el sentido histórico de México. Pensamiento que, desde los primeros independentistas, adoptó y desarrolló congruente con la evolución de la sociedad nacional y del mundo.
El reconocimiento social y del sistema político a esta actitud y postura íntegra de mexicanos de excepción, valió por sí mismo, el conducirse con impecabilidad por la “moral revolucionaria”.