CUENTO
-¡Al fin ya somos compadres! –expresó Juan Pablo a Beneadicto, su amigo de muchos años.
-¡Así es, compadre! –lo saludó el otro, apretándole alegremente la mano. La misa había terminado. La gente, luego de persignarse, se daba la vuelta y comenzaba a caminar hacia la salida principal. La fiesta del bautizo se llevaría a cabo en un local, situado en el centro de este pueblo.
Los dos amigos eran casados, y sus mujeres también eran muy buenas amigas. El bautizado era el primogénito de Juan Pablo. Su nuevo compadre, solamente Juan Pablo lo sabía, jamás podría tener hijos, ya que era estéril. Aun así, a su mujer no le importó casarse con él, ya que ella tampoco deseaba procrear.
“¡Qué bonito está el niño!”, decían los invitados al llegar. Las mujeres le babeaban la carita con sus besos; los hombres solamente le apretaban sus dos cachetes. Pobre niño. Ya hasta casi parecía un payaso por la mucha pintura de labios.
Una hora después, ya todos se encontraban comiendo y bebiendo. Chicos y grandes sonreían en sus mesas, mientras que un grupo local de músicos hacía sonar sus instrumentos sobre la pequeña tarima. La fiesta transcurría de maravilla.
Pasado otro rato, la pista de baile se comenzó a llenar de parejas. Hombres y mujeres sacudían sus cuerpos al ritmo de las canciones. Una hora más tarde, la banda ya había tocado de todo, incluida esa porquería llamada “reggaetón”. Y, como en toda fiesta, en esta no faltó el idiota, que. estando ya borracho, comenzó a “perrear” para el deleite de los demás. Mientras más fuertes eran los aplausos, más y más ridículo se movía. “Eah, eah”, lo animaban todos.
-Oye, hijita. Y tu esposo, ¿dónde está? –preguntó el señor a Lupita.
Padre e hija se encontraban platicando en la mesa principal. El niño dormía ahora en los brazos de su abuela.
-Seguramente que ha de estar donde destapan las cervezas –respondió Lupita. Y poniéndose de pie, se fue a buscar a su marido. Llevaba puesto un vestido blanco, y zapatillas que la hacían ver más alta de lo que ya era. Se veía ¡guapísima! A su paso fue saludando a las personas que le sonreían.
Diez minutos después ella ya había buscado hasta en los baños. Y nada. En ningún lugar lo había visto. “¿Dónde estará? ¡Dónde estará!”, se empezó a decir, mientras pasaba su mirada por todo este local. “¡Ya sé!”, exclamó.
“¡Seguramente que ha de estar arriba!”
Sin dejar de sonreír por este día tan especial en la vida de su bebé, Lupita fue subiendo las escaleras que llevaban al cuarto. “Juan Pablo, mi amooor”, se puso a decir en tono melodioso y cariñoso. “¿Dónde eeestaaas?” Mientras seguía subiendo, Lupita se imaginó la cara que su esposo pondría cuando le anunciase la excelente noticia: “Mi padre, ¡acaba de regalarme un coche! ¡Amor! ¡¿No te parece maravilloso?!”
-¡Juan pablo! –exclamó Lupita con todo el ímpetu que pudo, al momento de que la puerta había quedado completamente abierta.
-¿Qué…? ¡¿Qué es esto?! –pidió saber.
-De… ¡Déjame explicarte! –respondió su esposo, que subiéndose a toda prisa su pantalón intentó ir detrás de ella.
Lupita bajaba ahora a toda prisa por las escaleras. Beneadicto, su también compadre, que se encontraba dándole duro por detrás a su esposo Juan Pablo, no se desesperó tanto como él. Con toda la calma del mundo se subió su pantalón, se lo abrochó y… también salió del cuarto.
Estando otra vez abajo, y conteniendo sus ganas de llorar, la mamá del bautizado anunció que ahora mismo se terminaba la fiesta. Desde luego que nadie pudo entender el por qué. Todavía eran las cinco de la tarde. La fiesta bien que podía terminar a las ocho, que era cuando ya quedaba oscuro.
-¿Pasa algo, hija? –preguntó el señor a Lupita. Ella dijo que no, moviendo su cabeza. Parada ahora, donde hasta hace unos cinco minutos bailaban varias parejas, Lupita quiso saber qué era lo que le respondería a su hijito, cuando éste entonces le preguntase algún día: “Mami. ¿Por qué no tengo papá?”.
FIN.
Anthony Smart
Junio/01/2020