Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
Diríamos en mis tiempos de secundaria que El Salvador es un país primitivo y salvaje, basta ver los rostros tatuados de los “Mara Salvatruchas” para tener esa impresión. Sólo que en ese país de poco más de seis millones de habitantes, extrema pobreza y cárceles hacinadas habían muerto de COVID solo nueve personas por cada millón de habitantes, lo que lo coloca en el lugar 84 en la tabla de mortalidad mundial. Compárese con México, que, a la misma fecha, nueve de junio, se encuentra 70 lugares más arriba, con 109 muertos por cada millón de habitantes.
La fecha de comparación es la misma, primeros minutos del 9 de junio de 2020.
¿A que puede deberse tan tremenda diferencia? Una explicación es que México está concentrándose en combatir el virus y no lo que hace que el virus mate: la inflamación de las vías respiratorias superiores.
El protocolo más usual que se está siguiendo en México, tanto en el Seguro Social como en otras instituciones es el de darle paracetamol a los enfermos para que se les quite el dolor de cabeza. Y sí, se les disminuye, pero mientras, se les inflaman laringe y tráquea, al grado de no permitirles pasar el oxígeno a los pulmones.
Veamos otros países tercermundistas, de esos de dónde vienen caravanas de desempleados buscando el “sueño americano”. Nuestro vecino, Guatemala tiene menos de 500 muertos, 15 por cada millón de habitantes y se encuentra en el sitio 66, 52 lugares debajo de México; nuestro otro vecino, Belice, tiene 2 muertos entre 397 mil 147 habitantes.
Honduras se ubica en el lugar 69, con casi 10 millones de habitantes, pero apenas 25 muertos por cada millón. Finalmente, Haití ocupa el lugar 81 de la tabla, con poco más de 11 millones 300 mil habitantes; pero una proporción de 5 muertos por cada millón. Esto es, 67 lugares por debajo de México.
Hay muchas teorías posibles del porque países más pobres que México tienen una letalidad mucho más baja de muertes, una puede ser que no son países que reciban el mismo flujo de visitantes extranjeros.
Pero también hay otra versión que merece crédito y es la que da la viróloga de El Salvador, María Eugenia Barrientos, a quienes nos referimos en el artículo anterior: que en México nos estamos concentrando primero en acabar con el bicho, en lugar del principal síntoma que conduce a la muerte, como es el caso de la inflamación.
Tal vez sí sea valioso cambiar el orden de los factores. Que a los enfermos que lleguen a valoración al hospital primero les bajen la inflamación con el medicamento que cada doctor o doctora elija, y como segundo paso se cambie la acidez de las vías respiratorias a fin de modificar las condiciones en las que se desarrolla el virus.
No se trata de sustituir el consejo profesional, sino de conocer el parecer de la comunidad médica de diversas naciones. Esto sin demérito de lo que acuerden los congresos y el intercambio de información de los virólogos y médicos mexicanos que se encuentran en la primera línea de atención de pacientes.
En México podrían morir decenas de miles de personas más antes de que esté lista la vacuna.
Si hacemos siempre lo mismo, seguiremos teniendo los mismos resultados, y lo que está sucediendo en México es que está aumentando la muerte de enfermos graves por cada 100 pacientes. Este diario lamenta no tener respuestas, solo datos que no nos favorecen, ni siquiera en el contexto latinoamericano. Países con menos riqueza y menos producto interno bruto están teniendo miles de muertos menos que en México. Cambiar el enfoque, la manera de lidiar con el problema, pudiera solucionar estas desfavorecedoras comparaciones.
LA ESTRATEGIA DE JACINTA ARDEN
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden, utilizó una estrategia magistral para acallar las críticas de los opositores sobre el manejo del COVID: dos terceras partes del trabajo de lidiar con la pandemia fueron comisionadas a legisladores de la oposición.
De esta manera los mantuvo ocupados y responsables de todo aquello que pudiera salir mal o bien. Lo que le importaba ni era su lucimiento personal, sino los resultados, y sobre todo evitar perder el tiempo con discusiones bizantinas. Así que no tuvieron tiempo de pensar en lucimientos ridículos y politiqueros como los de las legisladoras del PAN que se pusieron caretas pidiendo pruebas.
En Nueva Zelanda no tuvo lugar la banalidad o trivialidad por una simple razón: la oposición estaba muy ocupada con problemas reales. Como resultado, ya en este país terminaron prácticamente todas las restricciones e incluso se permiten reuniones de más de 100 personas.
La medida podría ser muy útil en México donde el presidente López Obrador enfrenta más críticas de las indispensables simplemente porque no mantiene ocupados a los opositores, y estos son demasiado haraganes para tomar actividades propositivas y no solo lucidoras de su ñoñez.
Por supuesto no todo el mérito consistió en mantener ocupados a los políticos de oposición, sino que ellos mismos, en su mayoría, están conscientes de lo que significa la unidad en la crisis.
Se dice que cada país tiene el gobierno que se merece. Yo haría una ligera variación; la calidad de nuestro gobierno es directamente proporcional a la inteligencia o la estulticia de sus legisladores; de la primera tenemos muy poca, y de la segunda, desgraciadamente, es demasiado abundante.
México sigue ocupando el décimo cuarto lugar mundial de muertes y contagios en el planeta, entre más de 230 países. No culpemos sólo al Ejecutivo, la falta de formación científica de la mayoría de nuestros diputados y senadores. Su necedad de lucimiento estúpido mandando a comparecer a funcionarios, cuando podrían aprovechar ese tiempo para realizar congresos virtuales con especialistas de México y el mundo, serían mucho más útiles, pero siguen enfrascados en discusiones ideológicas completamente alejadas de acciones prácticas, científicas, documentadas y sobre todo útiles.