Joel Hernández Santiago
Lo que demuestra lo ocurrido el viernes 26 de junio a las 6.38 de la mañana en el Paseo de la Reforma, de la capital del país, es el fracaso del sistema de seguridad pública de México.
No en el momento, porque ahí hubo defensa y se salvaguardó la vida de Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, pero sí en el sentido de que el estado de la violencia criminal con la que recibió el gobierno federal al país sigue intacta y en incremento.
De nada ha servido la creación de la Guardia Nacional, que se dijo que habría de abatir el estado violento y de criminalidad en el país; de nada ha servido que el Sistema Nacional de Seguridad Pública anuncie “avances” en su tarea, sin precisar en qué consisten esos avances; y de nada ha servido la incorporación del Ejército mexicano y la Marina para ocuparse de estas tareas que, en otras circunstancias, deberían ser parte de la seguridad pública civil…
La violencia criminal, los agravios, los atentados, las balaceras, las muertes, aparecen muchas partes del país y, de otro modo, cada uno resulta en lo mismo, muertes, sangre y dolor humano.
Miguel Ángel Mancera Espinosa, el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal (2012-2018) –y al que él mismo ordenó cambiar el nombre a Ciudad de México– lo negó siempre. Enfático se enfrentaba a quienes le cuestionaban sobre la existencia de bandas del crimen organizado que operaban en la capital del país. Y él ¡no-no-no; aquí no pasa nada! o, parafraseando a Carlos Pellicer, ‘aquí no pasaba nada más importante, que el nacimiento de las rosas’.
Pero todo estaba ahí desde entonces en el lugar que se suponía inexpugnable. Todo se cocinaba en la penumbra de la delincuencia y del crimen organizado que en el DF, desde entonces, ya andaba con ramas de sus grandes troncos sembrados en otros estados. Pero este tipo de hechos ocurría en zonas de conflicto y confrontación permanente.
En lo del DF., según el criterio del gobernante de entonces, aceptarlo hubiera sido políticamente incorrecto, sobre todo por las ambiciones políticas de quien hoy es Senador de la República. Y es que en México predomina el interés político antes que la vida humana, como ya se ve.
La delincuencia en la capital de México está a la alza. El narcotráfico está ahí. Cada día más impera esa confrontación cotidiana entre la gente de trabajo y quienes delinquen y se quedan con el resultado del trabajo de otros.
Pero lo que vimos ese viernes 26 de junio rebasó toda expectativa. Esto porque uno suponía que, el crimen organizado, los grandes cárteles de la droga y organizaciones del crimen, preferían operar en estados de la República en donde se sienten con más holgura para operar.
Y uno suponía que este tipo de extremos violentos como fue el atentado García Harfuch, difícilmente ocurrirían en la capital más importante del país, en donde se concentran los poderes de México, en donde radica el gran capital, en donde se toman decisiones día a día que atañen a todos, donde están las instituciones de la seguridad pública, el Ejército mexicano, la Marina nacional, la Guardia Nacional…
Pues aun así ahí estuvo ese asalto que costó la vida a tres personas, dos guardias personales del Secretario Harfuch y la de una humilde señora que acudía a su negocio de alimentos a las afueras del Auditorio Nacional, Gabriela Gómez, de 26 años…
¿Cómo es que se llegó a este punto? ¿Cómo es que a las puertas del gran poder mexicano ocurre este hecho criminal? ¿Cómo es que todo lo que se ha invertido en seguridad pública, toda la gente involucrada, todos los que se dicen especialistas en asuntos de criminología y seguridad no han evitado este estado de cosas en el país? Lo ocurrido es un reto y una advertencia al gobierno federal.
García Harfuch es un buen policía. Y hasta donde se ve y se conoce, es honesto, honorable, respetuoso de su tarea, y exigente. Y está bien. Muy bien. Y se le aprecia.
Pero no es suficiente. Se requiere una coordinación nacional; una que haga que todos dentro de sus facultades, territorio y leyes reciban los apoyos para echar adelante la tarea de asegurar a los mexicanos en su integridad física y patrimonial; que no exista la impunidad; y que en efecto predomine el Estado de Derecho. Que pare la sangre
Por lo pronto ahí está una advertencia. La señal de la confrontación. Que ojalá no prospere depende del gobierno federal y locales. Nada de abrazos no balazos; nada de acusarlos con sus madrecitas; nada de impunidad. Se el imperio de la ley; pero eso: la ley en su absoluto y total sentido, y los derechos humanos como consigna.
Porque el país merece vivir en paz para atender la seguridad de su propia vida en tiempos de pandemia y para enfrentar con fortaleza los días de crisis económica que ya se vislumbran y que podrían traer consecuencias extremas para los mexicanos, de cualquier partido político, ideología, creencia y vocación. La crisis será para todos… o para casi todos.
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