* El dilema es que no hay dilema. La vertiente de la concupiscencia de AMLO por el poder y la manera de conservarlo, nos obliga a una pregunta que no tiene respuesta: ¿qué le hizo México? La confrontación entre buenos y malos que él propicia, puede ser larga, cruenta, perversa, cruel
Gregorio Ortega Molina
La política de confrontación verbal de don AMLO abre la puerta a consecuencias imprevistas, entre ellas la incubación del odio entre mexicanos y el riesgo de una guerra civil entre buenos y malos, sin que nada ni nadie pueda determinar efectivamente cómo están delimitados esos campos.
Toda vez que anoto alguna crítica o señalo un error de este gobierno, de inmediato saltan los defensores de la 4T que preguntan: ¿todo estaba mejor? No, pero nos ofrecieron mejorar, no ir a peor. Es como si hubiesen determinado cubrir el territorio nacional con un manto de mal fario y de indecencia moral y física. No les da vergüenza mostrarse tal cual son.
Es en este punto que resulta prudente reconocer la armoniosa relación política y quizá amistad, entre el factótum de la República y el señor Ricardo Benjamín Salinas Pliego.
En alguna ocasión en que fui invitado a comer por Salinas Pliego (creo que fueron tres veces), le pregunté por qué era tan agresivo y exigente con sus subordinados, que si no era preferible que lo respetaran a que le temieran. Sonrió -porque con certeza me consideró ingenuo- y me dijo, sin empacho, que funciona mejor el palo que la zanahoria.
Es respetable su posición, cada quien tiene su manera de matar pulgas, pero considero que hay grupos sociales y personas que de ningún modo aceptan el mal trato, aunque saben que la dignidad no alimenta, y también porque su actividad y su capital les confieren una parcela de poder gremial y político, que ante una institución presidencial disminuida desde el momento en que se determinó reducir los activos económicos del Estado, también la empequeñecieron, aunque todavía no les cae el veinte de que es un hecho real y constatable que no admite otros datos.
Revertir la situación equivaldría a meter reversa a la historia de México de los últimos 40 años, lo que resulta imposible. Empeñarse en la recuperación de lo que ya no es, dista mucho de ser una quimera, es una tontería.
Tan predicadores de la moral, tan afanosos de sembrar evangelización, deberían leer a Simone Weil, en cuyos cuadernos encontramos lo siguiente: “No juzgar. Todos los defectos son iguales. No hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz. Puesto que, abolida esa facultad, todos los defectos son posibles y ninguno de ellos evitable…
“El único asidero es sobrevivir. Ahí es donde comienza la extrema desgracia, cuando todos los apegos se sustituyen por el de sobrevivir (también incluye la supervivencia política). Ese apego queda entonces al descubierto. Sin otro objetivo que él mismo. Infierno”.
El dilema es que no hay dilema. La vertiente de la concupiscencia de AMLO por el poder y la manera de conservarlo, nos obliga a una pregunta que no tiene respuesta: ¿qué le hizo México? La confrontación entre buenos y malos que él propicia, puede ser larga, cruenta, perversa, cruel.
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@OrtegaGregorio