Francisco Gómez Maza
• Muerte por pandemia, o muerte por hambre
• Muchos millones no disponen ya de medios
La pandemia del coronavirus parece una historia de terror que sólo termina para quienes se ahogan y se van de este mundo.
Han muerto unas 600 mil personas en el planeta por Covid-19; ¿40 mil en México? Imposible saberlo.
Y es que las estadísticas oficiales sólo contabilizan una muestra. Muchos ni siquiera saben que tienen que reportar la muerte de un familiar. En muchos pueblos y comunidades no existe una clínica de salud. Ni siquiera saben que sus familiares murieron por la enfermedad que produce el SARS-Cov-2, el virus incurable. Muchos muertos, así, permanecen en el silencio del anonimato.
Los totales conocidos, los que se registran, son espeluznantes: unos 13 millones de contagios acumulados en el mundo, y 300 mil en México. Cifras escalofriantes, incomparables. Y no hay para cuándo ceda la pandemia. En todo el mundo, científicos médicos buscan la cura y la vacuna. Y no dan en el clavo.
La imaginación, la loca de la casa, pone a discurrir a los científicos y hay momentos, cuando pareciera que la enfermedad cede, que deciden relajar las medidas severas de protección para evadir la enfermedad.
Sin embargo, es tan desesperante la locura de la gente, que ha soportado el confinamiento con ansiedad y depresión, que cree, por momentos, que ya todo pasó y olvida consciente o inconscientemente los protocolos de protección. Se despoja del cubreboca. La mayoría no dispone de medios económicos para comprar un protector facial.
No saben muchos, creo que la mayoría, que el coronavirus anda entre las multitudes, en los fluidos nasales y la saliva de muchos de los llamados asintomáticos.
Es cuando vienen los rebrotes, los contagios colectivos; los contagios de rebaño, les llaman los científicos. Aumentan la ansiedad y la depresión individual y colectiva.
Los científicos deciden, ante los irrefrenables e incontrolables rebrotes de la enfermedad, anunciar el regreso a los protocolos rígidos de confinamiento. Quédate en casa.
Pero ya la gente que no tiene recursos económicos, ni siquiera para alimentarse y alimentar a su familia, no respeta las recomendaciones. Y con mucha razón. Como muchos advertían hace un par de meses. “O nos mata el Covid-19, o nos mata el hambre”. Millones tienen que conseguir el pan de cada día. Y se quedan en la calle vendiendo lo que sea para, por lo menos, matar el hambre. Otros caminan sin rumbo, sin protección ni nada, preguntando a todo el que se encuentran en su camino si tienen, para ellos, un trabajo, un empleo, aunque sea de jardinero, o de albañil, o de ayudante. Tanta es la miseria de muchos. Quizá usted no se dé cuenta. Pero hemos llegado a tocar la pobreza y la miseria. Y duele no tener poder para enfrentarla en muchos.
Millones quedaron sin empleo. La pobreza por ingreso se ha multiplicado escandalosamente. El volumen de pobres extremos por ingreso habría alcanzado, solamente en mayo pasado, la cantidad de 38 millones de personas, esto es 16 millones más que en febrero, de acuerdo con el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Pareciera que el coronavirus vino para quedarse entre nosotros y acelerar la muerte de muchos con el gran sufrimiento que conlleva la enfermedad llamada Covid-19, que en realidad es una irremediable, incurable, neumonía que ahoga a todos los contagiados, que no pueden respirar y colapsan para la eternidad.
Algunos de quienes han tenido la gracia de sobrevivir narran experiencias muy difíciles de vivir, de soportar y de creer. El sufrimiento es inenarrable.
Todos los seres vivos tenemos que morir. La muerte es el fin del ciclo. Pero la pandemia está acelerando el proceso.
Ante este terrorífico panorama, aún hay quienes se alimentan de odio disfrazado de análisis político. Aumentan el volumen de su voz y no se dan cuenta – no pueden darse cuenta – de que lo que tienen que hacer, para ser más creíbles, como lo hace algunos, es elevar el nivel de sus razones, de sus argumentos.